Cartas al Director

Jaime Ignacio del Burgo: “Nunca hice de la política una profesión”

Jaime Ignacio del Burgo: “Nunca hice de la política una profesión”
Jaime Ignacio del Burgo

Jaime Ignacio del Burgo es una persona que se ha dedicado por vocación a la política, con las ideas muy claras, nos cuenta su trayectoria vital, llena de buenos momentos donde su familia es uno de sus pilares y sobre todo su esposa Blanca. Una entrevista cercana que nos acerca a la persona y al político

-¿Cómo decidió dedicarse a la política?
-Desde mi adolescencia me interesó la política. Me hubiera gustado ser catedrático de Derecho Constitucional e incluso fui un par de años profesor ayudante de Derecho Político en la Universidad de Deusto, donde obtuve el doctorado en Derecho y me gradué como abogado-economista. Pero pronto me convencí que era objetivo imposible pues en aquellos tiempos en España no había más de catorce cátedras y había que esperar a la madurez para alcanzar una de ellas y eso con mucha suerte. Nada más terminar la carrera, a los 23 años, me seleccionaron en Pamplona para ser director adjunto de la fábrica de automóviles AUTHI, que en 1966 estaba en sus cimientos. Hoy en la planta de Landaben se construyen los Polos de VW. En mis atribuciones entraba todo lo que no fuera técnico. Fue una etapa apasionante extraordinariamente formativa para mí.

Pero aunque los Morris y Minis tuvieron gran éxito, la fábrica se tambaleó por falta de un adecuado servicio técnico postventa. Los ingleses de British Leyland acudieron a su rescate. Me respetaron en mi cargo, pero comencé a sentirme incómodo. Justo en ese momento la Diputación Foral aprobó una convocatoria pública para cubrir el puesto de Secretario Técnico de Hacienda de nueva creación. Me presenté y gané la plaza. Esto fue en 1970. Mi tesis doctoral había versado sobre el «Origen y fundamento del régimen foral de Navarra». De modo que trabajar en el «sancta sanctorum» del Fuero navarro fue para mí un privilegio. En 1973 la Diputación me nombró Director de Coordinación, Planificación y Desarrollo. Pero a finales de 1974 comencé a sentir la necesidad de dar un salto a la política activa. A principios de 1975 renuncié a mi cargo en la Diputación y abrí un despacho de abogado. Gracias a él he podido satisfacer mis necesidades familiares a lo largo de mi vida hasta que me di de baja en la abogacía hace unos meses. Nunca hice de la política una profesión. El despacho me permitió la libertad de acción que buscaba a la vista de la situación de España en un momento trascendental de su historia como fue el tránsito de la dictadura a la democracia.

¿A qué retos se enfrentó en ese momento?
-Lo primero que hice fue clarificar mi opción ideológica. Rechazaba el marxismo totalitario pero también la derecha conservadora y el capitalismo salvaje. Mi abuelo paterno era carlista y trabajaba en una renombrada fábrica
de Villava donde sufrió el despotismo liberal. Un buen día lo despidieron porque el patrón le pidió que los obreros carlistas, de los que él era el cabecilla, votaran al candidato conservador en las elecciones. Se negó y al día siguiente de las elecciones en las que triunfó el candidato carlista lo despidieron. Al final hubo de emigrar a Méjico, de donde volvió varios años después sin haber hecho las Américas. Llegué a la conclusión de que en la Doctrina Social de la Iglesia había soluciones muy avanzadas para una sociedad más justa, igual y solidaria. En lo político también asumí sin reserva alguna que la representación debía basarse en el sufragio universal, libre, igual, directo y secreto. Con esos mimbres ideológicos un grupo de antiguos compañeros de Universidad fundamos a nivel nacional un movimiento cívico denominado Causa Ciudadana. Cuando releo sus principios ideológicos, entre la socialdemocracia no marxista y la democracia cristiana, compruebo con satisfacción que nuestras propuestas en su inmensa mayoría están recogidas en la Constitución. En Navarra, un par de meses después de la muerte de Franco, transformamos Causa Ciudadana en el Partido Social Demócrata Foral de Navarra. Del equipo directivo formábamos parte Juan Cruz Alli como secretario general y yo como presidente. La verdad es que no era fácil hacer prosélitos. Pero conseguimos los suficientes para constituir en Navarra con el Partido Liberal, liderado por Jesús Aizpún, la coalición Unión de Centro Democrático, que agrupaba a partidos social-demócratas, liberales y demócrata-cristianos de toda España bajo la presidencia de Adolfo Suárez, designado por el rey Juan Carlos para pilotar el tránsito de la dictadura a la democracia, «de la ley a la ley», buscando el consenso con todas las fuerzas políticas democráticas. El éxito de nuestra coalición en Navarra fue espectacular. Obtuvimos tres diputados -dos liberales, Jesús Aizpún y Pedro Pegenaute, y un socialdemócrata, Ignacio Astráin-, más tres senadores socialdemócratas, José Luis Monge, José Gabriel Sarasa y yo. En total seis de los nueve escaños asignados a Navarra. Los tres restantes fueron los diputados socialistas Gabriel Urralburu y Julio García, y el senador nacionalista Manuel Irujo. La UCD navarra fue determinante para el reconocimiento en la Constitución de los derechos históricos y del derecho a decidir acerca de su futuro autonómico, que allanaron el camino hacia el pacto con el Estado para Amejoramiento del Fuero de 1982.

Y el otro reto, que había sido determinante para mi entrada en política, fue hacer frente a la pretensión que por aquel entonces compartían nacionalistas y socialistas de incorporar Navarra a Euzkadi. En mi primera intervención política, en febrero de 1976, un par de meses después de la muerte de Franco, frente al lema «Nafarroa Euzkadi da» coreado en las numerosas manifestaciones callejeras de los referidos grupos, proclamé que «Navarra es Navarra» y «Navarra es España». Pero al mismo tiempo sostuve la necesidad de una profunda reforma para la plena democratización de las instituciones forales con el fin de negociar un nuevo pacto con el Estado para la reintegración de facultades perdidas desde 1841 y el fortalecimiento o amejoramiento de las existentes. Y en relación con Euzkadi manifesté que sólo el pueblo navarro, y nadie más, estaba legitimado para modificar el actual estatus de Navarra mediante referéndum expresamente convocado al efecto. Este ambicioso programa reformista fue asumido tras las primeras elecciones democráticas forales de 1979, que me llevaron a la presidencia de la Diputación Foral o Gobierno de Navarra, por la mayoría de los partidos (UCD, PSOE, UPN y Partido Carlista), que sumaban 49 parlamentarios, frente a 21 parlamentarios del PNV y HB.

El otro gran obstáculo fue hacer frente a la presión criminal de ETA. Baste con decir que el 22 de diciembre de 1977, Adolfo Suárez me prohibió regresar a Pamplona para celebrar la Navidad y desde el día siguiente me pusieron escolta. Y así hasta hoy. Lo más paradójico es que mientras me arriesgaba para conseguir la libertad para todos al mismo tiempo se reducía mi ámbito de libertad personal. A pesar de ello me siento muy afortunado. A mi lado tengo Blanca una mujer extraordinaria. El año pasado celebramos nuestras bodas de oro. Puedo decir que el amor se transforma con el transcurso del tiempo pero el verdadero amor no pasa nunca. Al revés se fortalece y es más intenso cada día. Gracias a ella soporté los vendavales que con frecuencia se levantaron contra mí.

-¿Cómo es Jaime del Burgo como persona?
-No me sale hacer mi autorretrato. Esta pregunta la tendrían que contestar quienes me conocen. Procuro hacer felices a los que me rodean e intento vivir de manera congruente con mi fe. Lo que sí puedo decir es que a lo largo de mi dilatada trayectoria política he tenido la oportunidad de ayudar a resolver los problemas de mucha gente. Y eso ha sido muy gratificante.

-¿Cuáles han sido sus referentes en su vida?
-Tuve un gran maestro en mi padre, Premio Nacional de Historia. Su «Historia
General de Navarra» es una de las mejores aportaciones al conocimiento de nuestro pasado. Además fue responsable de la promoción del Turismo en los años sesenta y me enseñó todos los rincones de nuestra tierra. Y es bien sabido que de tejas abajo sólo se ama lo que se conoce. Ha habido también personas a las que he admirado y que influyeron en mi vida. Viene a mi memoria Don Ismael Sánchez Bella, el primer rector de la Universidad de Navarra, que me abrió los ojos al enorme campo de investigación de la foralidad navarra que estaba sin explorar. Y en el terreno de la espiritualidad, mi referente ha sido el papa Juan Pablo II. En nuestras bodas de plata fuimos a Roma y tuvimos el privilegio de asistir a una misa privada en el Vaticano y de saludarle personalmente en su Biblioteca. Nos quedamos profundamente impactados.

¿Cómo es un día en su vida?
-Me levanto a las 9 de la mañana. Vivimos en un cuarto izquierda y el despacho, convertido en una inmensa biblioteca con cerca de quince mil volúmenes y que es mi único patrimonio, está en el cuarto derecha. Así que lo tengo fácil. Sobre las diez y cuarto ya estoy en acción. Al mediodía camino por la Media Luna o bien hago cinta en casa una media hora por aquello de «mens sana in corpore sano». Después de comer, tras una cabezada regreso al despacho. A las ocho vuelvo a casa y a veces voy a misa con Blanca a la Iglesia salesiana de María Auxiliadora y después nos tomamos algo por ahí. Alguna vez vamos al cine. A las diez y media de la noche vuelvo al despacho y me acuesto sobre las dos de la madrugada. Desde que me corté la coleta de
abogado me dedico en exclusiva a otra de las actividades que han marcado mi vida. Me refiero a mi condición de investigador y escritor. Al día de hoy tengo 39 libros editados sobre temas históricos, forales, constitucionales y políticos. Si todo va bien a fin de este año saldrá el 40. Además he publicado un montón de trabajos monográficos e infinidad de artículos en la prensa nacional y navarra. En los últimos meses se me ha complicado algo la vida pues formo parte de un Grupo de expertos que tiene la encomienda del Parlamento Vasco para redactar el proyecto de Nuevo Estatus Político al que sinceramente auguro muy escaso recorrido porque las bases de partida son inconstitucionales. El PP vasco me propuso para este trabajo en atención a mi condición de senador constituyente y a mi profundo conocimiento sobre la foralidad vasca y el Estatuto de Guernica.

-¿Qué valoración le merecen los políticos actuales?
-Las Cortes y los Parlamentos autonómicos tienen como principal misión aprobar leyes y ejercer el control del poder ejecutivo. Representan a la nación o a su comunidad autónoma. Algunos no se han enterado de que eso significa tener un mínimo de respeto a las formas para no degradar su alta misión. No se puede ir de smoking a los Premios Goya y acudir al Palacio Real para entrevistarte con el Jefe del Estado como si fueras de excursión al campo. O convertir el hemiciclo en un circo porque supone una degradación de la política y de los políticos a los ojos de los ciudadanos. Pero aún más importante es saber de qué se está hablando. Si a alguno o alguna les quitas los papeles que los asistentes les han preparado se quedarían sin habla por su manifiesta ignorancia. Pienso que en cuanto a la altura de los debates el actual Parlamento, salvo excepciones, está a años luz de los que tuvieron lugar en las primeras legislaturas.

¿El mejor momento de su vida? ¿Y el peor?
-Gracias a Dios he disfrutado a lo largo de mi vida de muy buenos momentos. Si he de citar uno me remontaré al día 3 de abril de 1968 día en que me casé con Blanca en la Capilla del Museo de Navarra, que ya no está abierta al culto por decisión de un diputado de Cultura en los años 80. Y con el peor pasa lo mismo, pero lo primero que viene a mi memoria es la pérdida de mis seres más queridos.

¿Cómo ve a los jóvenes de esta generación?
-Con gran preocupación por el futuro que les espera. En teoría tienen a su alcance impresionantes posibilidades de realización personal. Muchos las aprovechan y salen adelante en este mundo globalizado y competitivo. Pero al mismo tiempo es lamentable la proliferación de «ninis», jóvenes que ni estudian ni trabajan. Son demasiados los que caen en el camino atrapados por el alcohol y las drogas. Otro factor muy negativo es la excesiva dependencia a los dispositivos electrónicos que deja muy poco espacio para la reflexión. Es una lástima perder el tiempo, que es un bien muy preciado, exhibiendo tus intimidades con el acompañamiento de comentarios insulsos, soeces y aun procaces. Resulta descorazonador que un porcentaje muy elevado de jóvenes no lean ni libros ni periódicos. Por regla general desprecian la política pero no hacen nada por trabajar por un mundo mejor. Y los que lo hacen en muchos casos no buscan construir un mundo mejor porque tienen una vida vacía de ideales. Es verdad que hay ejemplos de solidaridad emocionantes. Y que desde el punto de vista técnico son legión los jóvenes bien formados. También es notable el número de jóvenes que practican el deporte. Pero como contrapunto se han impuesto modas destructivas como el «juevintxo», que reduce a cuatro los días da provechamiento.

Cuando yo nací, la mujer estaba sometida al hombre. Y las normas para imponer el decoro, que estaba directamente vinculado a la sumisión, eran asfixiantes e hipócritas. Pero el péndulo está ahora en el lado contrario donde reina la desinhibición. Hay movimientos feministas radicales que mezclan la liberación de la mujer con ideologías trasnochadas. La última novedad ha sido la aparición de la llamada ideología de género. Las opiniones son libres pero por eso mismo no se pueden imponer de forma totalitaria desde el poder político al conjunto de la sociedad. No se puede privar a los padres del derecho a educar a sus hijos conforme a sus propias convicciones ni es de recibo el adoctrinamiento forzoso de los niños para hacerles creer que al nacer son seres asexuados y que sólo ellos deberán decidir si quieren ser hombre o mujer o cualquier otro híbrido. En suma, hay un horizonte de esperanza pero con grandes nubarrones. Sombras y luces. Al hilo de lo anterior aprovecho para decir que el alejamiento de los jóvenes de nuestra religión es cada vez más acusado. Los católicos debiéramos entonar el mea culpa porque no hemos sido capaces de transmitir la auténtica palabra del Jesús que se contiene en el Evangelio. Si de mí dependiera eliminaría de la liturgia el Antiguo Testamento judaico, que nos presenta un Dios vengativo, justiciero y cruel, capaz de las mayores atrocidades a la medida de quien se considera pueblo escogido, y me centraría en difundir el Amor con mayúsculas, el verdadero mensaje universal de Jesús que nos marca el camino para lograr en la tierra una sociedad más justa, fraterna y solidaria.

¿Qué diferencias y similitudes ve entre la juventud actual y la de su generación?
-No es fácil hacer una comparación porque las circunstancias son radicalmente diferentes. Yo nací en 1942, uno de los años del hambre en España. No me enteré porque no me faltó la leche materna, pero mis padres al igual que la inmensa mayoría de los españoles sufrieron grandes privaciones, después de padecer la gran tragedia de la guerra civil. Mis abuelos paternos vivían en Vizcaya y recuerdo haber ido a verlos sobre la «baca» de La Burundesa, que tardaba cinco o seis horas en llegar. En mi casa no había calefacción y en el colegio tampoco la encendían y recuerdo haber tenido en los inviernos sabañones en pies y manos, una molestísima dolencia desconocida para las nuevas generaciones como tantas otras. He acompañado a mi madre a la fuente de la Plaza de las Merindades a traer cubos de agua porque hubo una época de restricciones en Pamplona. Me beneficié de las primeras dosis de penicilina que llegaron a España y gracias a ello no fallecí de una bronquitis crónica que atacaba cada inverno. Podría contar otras muchas cosas. Pero los niños éramos felices con lo poco que teníamos. Y además poco a poco fueron cambiando las cosas. Me acuerdo del día que entró en casa la primera estufa de butano, la primera nevera, la primera televisión, el primer coche -un Austin de los años veinte-, en fin, todo aquello que si hoy nos faltara no sabríamos qué hacer. La llegada de la Universidad de Navarra nos permitió a muchos conseguir un título universitario pues lo único que había hasta entonces era una Escuela de Comercio y otra de Magisterio más la de Peritos Agrícolas de Villava.

A comienzos de los años sesenta llegó el desarrollo económico. Poco a poco fuimos abriendo nuestras fronteras y España pudo aspirar a ser Europa. Hoy está a la cabeza de muchos indicadores de progreso y bienestar. Pero no le damos importancia, parece que forma parte de la naturaleza de las cosas. Cuando les cuento todo esto a mis nietos no se lo creen y seguro que piensan que el abuelo está chiflado. Ahora se pelean por el móvil de última generación y piensan que es normal abrir el frigorífico y encontrar algo para comer. Hoy todo el mundo tiene derecho a la educación, a la salud y a ser atendido en todas las contingencias de su vida. Y eso es una muestra de justicia social. Es verdad que todavía hay gente que lo pasa muy mal, pero en España nadie se muere de hambre. Es verdad que hay desigualdades irritantes. Pero hasta los dirigentes populistas se permiten comprar un chalet de 600.000 euros. Quizás la diferencia entre la juventud actual y la de mi generación está en que nosotros valorábamos las cosas porque nacimos en una sociedad del tercer mundo y cuando llegamos a la madurez estábamos en el primer mundo. Otra gran diferencia es que la España de nuestra juventud era una dictadura y soñamos con acabar con el eslogan de «Spain is different». Nos faltaba la libertad. Tardaríamos casi cuarenta años en conseguirla.

Hoy se intenta demonizar la Transición como si hubiera sido un maquillaje del franquismo como si hubiéramos la cínica recomendación de Lampedusa: «Que todo cambie para que todo siga igual». Pero aquello fue una gran epopeya en la
que el espíritu de concordia y reconciliación se impuso sobre la reacción, la intolerancia y la violencia. Sólo unos pocos, en las breñas del norte, se sintieron con licencia para matar y trataron de dar jaque mate a la incipiente democracia. Pues bien, mientras nosotros vivimos buena parte de nuestra vida anhelándola, para los jóvenes de hoy la democracia es como el aire que respiran. Por eso deben esforzarse en conseguir que la política y los políticos no lo contaminen. Porque deben saber que posible emponzoñar la limpieza del ambiente. En este mundo nada es eterno. Los populismos de un lado y de otro son una amenaza para nuestra democracia y nuestra convivencia en paz y en libertad. Debo poner fin a esta interminable tormenta de ideas. Ocurre que cuando se está al final del camino sólo deseas que los que vienen detrás no caigan en ningún precipicio.

Entrevistador: Alberto López Escuer

Entrevista publicada en la Web SALESIANOS COOPERADORES el 14 de febrero último

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