CARTA AL DIRECTOR

Las promesas del Príncipe

Las promesas del Príncipe
El florentino Niccolò Machiavelli (Maquiavelo). PD

Esta noche tuve un extraño sueño -un hombre que hablaba ante una multitud enfervorecida con voz cautivadora, prometiendo mil prebendas y felicidad para todos; mientras sonaban los aplausos, un mendigo, que se recogía junto a una escalera, sonreía con gesto mordaz mordisqueando un mendrugo de pan-. Me despertó el claxon de un vehículo que se detenía.

Al asomarme a la ventana vi, todavía confuso, que alguien pegaba un cartel electoral en la pared con la imagen del político de mi sueño. Desde lo alto de la escalera, el trabajador se volvió hacia mí y reconocí el rostro y la sonrisa pícara del mendigo. «¿Quién es usted?», grité, y entonces el hombre adosó una pegatina blanca sobre las siglas del partido del candidato. Luego desapareció. Cuando salí de casa me acerqué curioso para leer el texto adosado. Era un nombre: «Nicolás Maquiavelo», decía simplemente. Entonces lo comprendí todo, no había soñado nada.

La temperatura política ha subido tanto que, para tratar de entenderla, parece necesario repasar el libro de cabecera de cualquier gobernante que pretenda perdurar, me refiero a «El Príncipe», de Nicolás Maquiavelo. El filósofo italiano era, por cierto, el discípulo aventajado de un romano de origen aragonés, Cesar Borja, o Cesare Borgia, como decidió llamarse después. De su ejemplo extrajo el autor gran parte de sus máximas para perdurar en la política, y una de ellas tenía plena relación con mi frustrado sueño: «Un príncipe nunca carece de razones legítimas para romper sus promesas».

Es esa también mi percepción de la situación actual, pues observo que se gobierna atendiendo a unos objetivos de poder que en nada respetan el interés general, pues, como dice Maquiavelo, «la política no tiene relación con la moral».

Quizá por ello el doctor Pedro Sánchez halló razones para no cumplir compromisos que asumió al abordar la moción de censura, como por ejemplo:

-Aquel compromiso reiterado de publicar la lista completa de todas las personas que se acogieron a la última amnistía fiscal.

Escuchemos lo que dice Maquiavelo: «Los hombres van de una ambición a otra: primero, buscan asegurarse contra el ataque y luego, atacan a otros». Claro que no sabemos si, del resultado de la lectura de aquella relación de nombres, pudieran aparecer gentes que, por una razón u otra, no interesara desprestigiar para evitar que le ataquen a uno mismo. Sobre todo, si tenemos en cuenta que el principal motivo de aquella «moción de censura» era la lucha contra la corrupción política.

-Tampoco puso en marcha el cacareado impuesto a la banca como salvaguarda de las pensiones.

Dice el filósofo italiano a ese respecto: «La promesa dada fue una necesidad del pasado; la palabra rota es una necesidad del presente». ¡Qué cosas hay que oír! Cualquier economista poco versado le diría al oído que el déficit de las pensiones es un órdago tan grande que, de hacérselo pagar a la banca en el momento de crisis que esta atraviesa, generaría un tsunami financiero de proporciones mayores que el del crack inmobiliario. Las victorias pírricas se construyen así, y Sánchez lo sabe.
-Solucionar el problema de la inmigración.

Como desconozco la faceta humorística de don Nicolás, voy a aplicar a este apartado aquella frase suya que dice: «Es doblemente placentero mentir al impostor». Miren ustedes, si nuestro presidente es capaz de contener, seleccionar, regular, organizar y rentabilizar, tanto para los que llegan como para los que estamos, la marea migratoria que se abalanza hacia estas tierras, daré por buenas todas las restantes promesas que él no pudiera o no quisiera cumplir.
-No pactar con los independentistas.

Yo no sé con qué argumentos, amén de los ya descritos, justificaría otra vez el doctor, el apoyo reclamado y recibido de los partidos independentistas y/o pro terroristas. Quizá no tiene en cuenta que «El Príncipe» es un libro para todos y que, unos y otros, tejen ahora precisamente la estrategia que Maquiavelo diseñó para un objetivo como el que pretenden ellos: «Nunca intentes ganar por la fuerza lo que puede ser ganado por la mentira». Efectivamente, una vez visto el fracaso de la fuerza mediante la acción terrorista, han medrado hacia sus objetivos secesionistas inventando una historia pasada, y mintiendo sobre la realidad actual. Esas falsedades proclamadas desde medios que les son afines, y que el 155 de Rajoy omitió atender, están presentes cada día más en Cataluña; desde una educación sesgada por una historia quimérica, la marginación de la lengua común, o el rechazo de la Constitución que nos hemos otorgado.

Pues ya ven ustedes que nuestros políticos de hoy, como los que hubo antaño y habrá probablemente en el futuro, han estudiado casi todos en la misma universidad, y se han aplicado a los consejos sabios de un modo de gobierno, que está exclusivamente dirigido para alcanzar y conservar el poder.

Claro que «El Príncipe» explica perfectamente todo ese proceder que quizá a nosotros, los súbditos, nos parece tan enigmático. Lo entenderán con otra de sus máximas: «El político no dice nunca lo que cree ni cree nunca lo que dice y si se le escapa alguna verdad de vez en cuando, la esconde entre tantas mentiras que es difícil reconocerla». Probablemente por eso nos cuesta tanto comprender, cómo es posible que se alíe un partido que en sus siglas lleva lo de «español», con quienes pretenden precisamente romper España.

Señores, estamos donde estamos, porque tenemos lo que queremos, y esta frase es mía. Pero, caramba, al menos deberían fingir que sienten lo que son. Tal debería ser, sin duda, la convicción de cuantos apoyan sus candidaturas, y también para eso tenía don Nicolás Maquiavelo una frase: «No es preciso que un príncipe posea todas esas virtudes, pero es indispensable que aparente poseerlas».

Jamás se me ocurriría soñar que ese 50% que ve las cosas de otro modo haya de compartir igual criterio, pero quiero poner sobre la mesa mis razones para argumentar por qué pienso que están equivocados. Todos querríamos vivir en una isla feliz sin políticos, pero no hay tantas islas. Así que hemos dispuesto de un sistema de gobierno que llamamos democrático, donde cualquier colectivo humano puede regular su entorno, en base a unas normas de convivencia que le sean propias y afines. Y existen al respecto, diversas alternativas pues, para ello están los votos, los referéndums esos que piden algunos, pero donde nos excluyen a los demás, como si por no vivir ahora en aquella región tuvieran ellos más derechos que otros, cuyas raíces quizá, fueran incluso más profundas.

¡Claro que sí! Tenemos que leer todos «El Príncipe», ese podría ser el único modo de comprender a quienes nos gobiernan y quizá elegir en el futuro con mejor criterio.

(F. A. Juan Mata Hernández, c. t.)

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