Veinte o treintaytantos años, sin haber trabajado nunca, sin haber regentado nada, sin haber cotizado, entrando con mochila en el parlamento donde reside la soberania popular y la generalitat, de jugar con muñecas y airgamboys han pasado a jugar a la política en reuniones y asambleas.
De cambiar cromos a cambiar concejales para cambiar el mundo imponiendo desde cabezas minimalistas ideas sin madurar no por la fuerza de la persuasión o la pedagogía política sino por el «activismo» los «scratches» y la acción directa.
Apoyados por potencias extrajeras y medios ávidos de hacer caja con nuevos «reality shows», manipulan en las redes sociales mentes en proceso de construcción para asaltar la Generalitat o el Parlamento de la Nación y dar un golpe de estado. Verborrean sobre cambiar un régimen político de monarquia a republica o sacar a España de las instituciones europeas e internacionales adonde entrar nos costó siglos, sudor y lágrimas. Todo ello cuando saben que están a años luz de contar con las mayorias constitucionales necesarias.
La policía del mundo entero revisando las mochilas de media humanidad y esta gente se presenta sin ruborizarse con las suyas a hacer picnic en la sede de la soberania popular.
Y en la misma tribuna desde donde hablaran Castelar, Cánovas y Sagasta, Ortega y Azaña, Felipe Gonzalez Adolfo Suarez. exhiben su absoluta falta de respeto a la historia, las instituciones y a las formas esenciales que forman parte de todos los parlamentos europeos.
En verano llegarán en chancletas y traje de baño. Y protegidos por medios que los ven como producto seguirán desde allí reivindicando su «pura estrategia» para asaltar el poder sin nada que ofrecer, con una legitimidad pescada con señuelo en las redes sociales y su derecho a imponer a los demás su inanidad plagada de discursos grandilocuentes al compás de las circunstancias.
Desde allí nos seguirán indignando con el país que llevan en su cabeza y que no cabe en su mochila donde no han llevado nunca libros sino demagogia, populismo y inexperiencia, mediocridad y una infinita osadía.
Víctor Entrialgo
