Jerónimo Páez

No parece que Donald Trump sea tan fiero como lo pintan

No parece que Donald Trump sea tan fiero como lo pintan
El abogado Jerónimo Paéz. PD

Ni tampoco que sea nuestro mayor problema, aunque media Europa hoy día ande sin saber a qué atenerse ante las decisiones que ha tomado desde que alcanzó la presidencia de los EEUU; y la otra media ande preocupada- y con razón- ante las que pueda tomar en el futuro.

Nadie imaginó que pudiera llegar a presidente este peculiar e imprevisible personaje que ha roto cuanto se consideraba «políticamente correcto». Al parecer nosotros, léase el Sr. Rajoy, nos postulamos como su posible interlocutor con Iberoamérica, sin que sepamos muy bien de qué forma vamos a jugar ese papel, y ni siquiera si debíamos haber hecho tan arriesgada propuesta. Quizás hubiera sido más lógico proponernos como defensores de esos países para paliar posibles agresiones a México o Cuba.

Nuestra extrañeza o inseguridad tiene mucho que ver con nuestro desconocimiento y desinformación sobre el pueblo norteamericano. Lo más preocupante -con serlo y mucho- no es que Donald Trump haya alcanzado la presidencia norteamericana, sino como ha sido posible que casi la mitad de los ciudadanos de ese país lo hayan votado. Y cómo ha sido posible que en un periodo de ocho años hayan pasado del «Sí, podemos» de Obama, quien prometía todo tipo de bienaventuranzas, al «Hacer América grande otra vez» de Trump, que nos promete todo tipo de turbulencias, vaivenes y saltos a lo desconocido.

Y es que desafortunadamente no puede decirse que Obama haya sido el gran presidente que todos esperábamos. Su gestión está llena de luces, pero también de sombras. Ha fracasado en Oriente Medio, tras su emotivo y esperanzador discurso en el Cairo el año 2009. Y algo parecido podemos decir respecto a su política europea. Grave error ha sido que nos haya metido de nuevo en la guerra fría con su enfrentamiento visceral con Putin. La Unión Europea no tiene por qué aceptar la deriva casi despótica de este gobernante, pero debía haber tenido su propia línea política y no haber olvidado que Rusia tiene dos almas: una europea y otra asiática. Era evidente que difícilmente este país podía aceptar perder Ucrania y Crimea, al igual que los EEUU no están dispuestos a perder Hawai, patria por otra parte de Obama, ni China tampoco a Taiwan.

Si bien la imagen que nos llega de Donald Trump es la de una versión estereotipada del peor John Wayne o de Wyatt Earp, el implacable sheriff que acabó con Billy el Niño, puede que sus actuaciones internacionales no lleguen a ser tan temerarias como pensamos. Poco ha tardado en rectificar que no iba a apoyar la política de «una sola China» que anunció al presidente de Taiwan y modificó a continuación hablando con el presidente chino Xi Jinping. Las bravatas, sobre todo si hablamos de grandes potencias, son fáciles de pronunciar, pero difíciles de mantener. Y lo mismo podemos decir respecto a alguna otra de sus pretensiones. Puede que termine construyendo el muro fronterizo con México, pero a duras penas conseguirá que este país lo pague. Lo más preocupante y estremecedor de cuanto ha dicho es, sin duda, su reciente manifestación de que «pondré en lo más alto el arsenal nuclear».

Si las naciones que reciben sus amenazas o provocaciones reaccionan con firmeza, difícilmente Trump podrá imponerles políticas que las perjudiquen. Aunque se dice con frecuencia que EEUU es el país más poderoso del mundo, ya no lo es; y de forma inexorable va a dejar de serlo. Es una realidad que a los norteamericanos les cuesta aceptar, pero el mundo no va a cambiar porque así lo quieran los seguidores de Trump. Puede incluso que no crean ya en esa superioridad, los millones de personas que no le han votado. Ha alcanzado el poder a pesar de perder el voto popular por casi tres millones de sufragios, de tal forma que «si no hubiera sido por los cien mil electores de los tres Estados que rodean los grandes Lagos, hoy no sería presidente». Su victoria se debió sobre todo al hecho de que la comunidad negra, desencantada con Obama, en parte no fue a votar. Como dijo uno de sus Consejeros, el primer presidente afroamericano de los EEUU, tenía tal miedo de parecer demasiado preocupado por la comunidad negra, que terminó siendo presidente de todos, excepto de los negros.

En este mundo global de veloces cambios, lo que de verdad debe preocuparnos a los europeos, además de los problemas inmediatos y urgentes, es la explosión demográfica de los países en desarrollo, y su corolario de migraciones masivas como consecuencia de las desigualdades, las guerras, la pobreza, la ineficacia de algunos gobiernos y el cambio climático, que a duras penas sabemos o podemos resolver a corto o medio plazo.

El tema de las migraciones incidirá claramente en quiénes sean los gobernantes que lleguen al poder en las próximas décadas. El Brexit y Trump se deben en alguna medida a su impacto en el voto popular. Las migraciones pueden ser positivas o negativas. El factor determinante es el número: ¿Cuantos emigrantes podemos aceptar e integrar dignamente?. Si podemos integrarlos, generarán filias y apoyos; en caso contrario, fobias y rechazos.

En «La vida secreta de las ciudades», sugestivo libro de Suketu Mehta, hindú que reside en los EEUU, podemos leer: «en el último cuarto de siglo, la población emigrante mundial se ha duplicado. Hoy, 750 millones de personas viven en países donde no han nacido. Su número seguirán creciendo. El fenómeno que definirá a la humanidad del siglo XXI será la emigración masiva». Ni por asomo ha existido nunca un movimiento poblacional de tales dimensiones. Y el continente más afectado es y será Europa. Espinosos y traumáticos son los problemas que cuando tratamos de resolverlos, puede hacer entrar en colisión el corazón con la cabeza.

Jerónimo Páez.

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