Saldapatrias

Jiménez Losantos: «Lo peor del comunismo actual es que no renuncia a la cursilería»

"En vez de la Copa del Rey, la final de una Copa de la Fraternidad cuyo trofeo entregaría Jordi Évole"

Jiménez Losantos: "Lo peor del comunismo actual es que no renuncia a la cursilería"
Pablo Iglesias, líder de PODEMOS. PD

Nadie vendió más patria que Lenin, pero nadie tomó más colonias que Stalin, así que el título de vendepatrias quedó para los que querían privatizar la CAMPSA

Pablo Iglesias, que pudo haber sido el caudillo bolivariano español, sigue empeñado en convertirse en el Duran i Lleida de Inmaculada Colau.

Malo hubiera sido lo primero, pero habría sido algo importante. Penoso es acabar como escudero o cipayo del imperialismo catalán, al que además de entregar Baleares, la Comunidad Valenciana y un pedazo de Aragón, este 16 de noviembre de 2017 ofreció una España en la que España -a la que reconoció como nación- es sólo un pedazo, trozo o cacho más, entre naciones de primera, sentimientos de segunda, cuatro ínfulas de tercera y desechos de cuarta.

Ante tan frágil rompecabezas plurinacional, su socio y amigo Otegi estará satisfechísimo.

En los viejos tiempos del Partido Comunista de España -antes de que se lo cambiara por un escaño al pitufo gruñón, o sea, a Alberto Garzón- y sobre todo en la versión terrorista en que militó su padre, el FRAP, a los que troceaban su país o lo enfeudaban a una potencia extranjera, se les endosaba el sonoro epíteto de vendepatrias.

Los partidarios del mercado libre eran vendepatrias, la Unión Europea era un sueño vendepatrias, toda pretensión de universalizar y humanizar las relaciones internacionales, en lo que España fue pionera tras el descubrimiento de América, era un afán propio de vendepatrias. Al margen de los intereses de clase.

Nadie vendió más patria que Lenin, pero nadie tomó más colonias que Stalin, así que el título de vendepatrias quedó para los que querían privatizar la CAMPSA.

Lo de Iglesias ayer no llegó siquiera a venta, fue un saldo de la soberanía nacional, un descuartizamiento del pueblo español como sujeto de soberanía, y también una prueba de la decadencia intelectual de la universidad.

Si a todo lo que llega un profesor de Políticas, interino pero profesor, es a repetir lo que aprende un niño zombie en TV3, mal vamos.

Pero lo peor del comunismo actual es que no renuncia a la cursilería. Tras olvidarse de Murcia y de La Rioja en ese puzzle en el que el todo es pieza y faltan piezas para todo, Iglesias puso un modelo del horizonte que él vislumbra como deseable para España: en vez de la Copa del Rey, la final de una Copa de la Fraternidad cuyo trofeo entregaría Jordi Évole, que como telecipayo de Maduro debe de ser su candidato a la II República bis. Iglesias quiere que aborrezcamos todo lo español. Pues ni por esas, Pablo.

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