ANÁLISIS

Manuel Marín: «El Código Penal como medicina»

La descomposición del régimen de los lazos amarillos, que no del «procés», tiene mucho que ver con la aplicación de la justicia

Manuel Marín: "El Código Penal como medicina"
Forn, Cuixart y Sànchez. EP

Pues ha resultado que el Código Penal también sirve para «hacer política».

No como amenaza ni como coacción ni como herramienta de represión democrática, porque es una ley como tantas otras, tan legítima como todas las que aprueba el Parlamento.

Sirve para «hacer política» como medicina recurrente para el enfermo de delirios de unilateralidad golpista. La exigencia del cumplimiento de la ley es «política» sin más.

No es ninguna advertencia retórica, sino la base del más elemental sentido de la convivencia en democracia.

«Hacer política» -ese eufemismo que se repite obsesivamente para justificar los abusos del independentismo o como sustituto de la ley que a todos nos vincula- nunca puede consistir en vulnerar la legalidad.

Jordi Sánchez, el pasado 9 de octubre en una entrevista a «Kaosenlared»: «La credibilidad y la dignidad aconsejan hacer la declaración unilateral de independencia mañana».

Jordi Sánchez, como Jordi Cuixart, ayer en el Tribunal Supremo para implorar su puesta en libertad:

«El único referéndum por la independencia será el que convoque el Gobierno, renunciaré a mi escaño si se activa la vía unilateral, y el referéndum del 1-O no tenía efectos legales».

Lo mismo que los Jordis dijeron Comín y Mundó. Y Forcadell renegando de su sonrisa golpista.

Y Forn, organizador desde la consejería de Interior del chantaje al Estado. Y tantos otros, conscientes de que en prisión nadie mira ya por ellos.

Todos pisotearon la legalidad burlándose de las advertencias penales evidentes que su sedición acarreaba, y crearon la falsedad de que España es un país dictatorial con «presos políticos» en lugar de admitir, como hicieron ayer, que es una simple democracia con herramientas elementales para protegerse de sus agresores.

La descomposición del régimen de los lazos amarillos, que no del «procés», tiene mucho que ver con la eficacia del Código Penal y la aplicación de la justicia. Es de suponer que las solitarias noches de prisión dan para sesudas reflexiones sobre el porqué de las cosas y para aclarar la perspectiva de que, salvo en los mártires recalcitrantes, la libertad casi siempre se antepone a las ideas cuando estas no merecen la pena.

La insurrección no fue inocente, sino inútil, y frente a los barrotes, hasta la euforia de una república independiente decae a favor de uno mismo. Muy humano. Pero también indiciario de que la ley obliga, impone y funciona, y de que a su traición a la legalidad suman ahora la traición a sus propios principios.

Doblemente traidores, pues. No es cobardía. Es sentido común para aliviar el trayecto hacia una futura condena… porque reconocer los hechos y arrepentirse (o no) no blanquea delitos.

Puigdemont y Junqueras son los únicos que quedan sin vacunar, mientras su engaño masivo a los catalanes yace con rigor cadavérico. ¿Otra dosis de medicina? Las necesarias, por favor. Para «hacer política», claro.

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