Manuel del Rosal

La fina línea que separa abusos sexuales de violación (sentencia de la manada)

La fina línea que separa abusos sexuales de violación (sentencia de la manada)
Manuel del Rosal García. PD

«La leyes son como las salchichas: mejor no ver cómo las hacen» Godfrey Saxe, poeta estadounidense.

Un magistrado ha dicho que la línea que separa violación de abusos sexuales es muy fina y ante la duda se aplica aquello de «in dubio pro reo». Pero la pregunta que debemos hacernos es ¿existe alguna duda sobre la tremenda superioridad numérica y física que ante una joven de 18 años acorralada, representan cinco bestias que juntos pueden llegar a pesar media tonelada? Parece ser que esto – viva imagen de una intimidación brutal – no ha contado para los jueces, sobre todo no ha contado para uno de ellos cuyos comentarios, preguntas y declaraciones no pueden ser más indignantes y faltas de sensibilidad hacia la víctima. A veces uno piensa que para que la justicia considere violada a una mujer, esta ha de haber presentado antes una resistencia heroica con las consecuencias que de esa resistencia podrían derivarse para su integridad física. En el caso de la manada nos basta con imaginar que le podría haber sucedido a esa chica si hubiera hecho frente a esos cinco bestias, lobos sedientos de sexo. La justicia, en ocasiones, es mejor no ver cómo se hace, ni tampoco cómo se aplica.

Giovanni Papini publicó en 1952 su obra «El libro negro». Esta obra contiene relatos cortos sobre diferentes temas sociales y personajes célebres. Uno de los relatos lo titula Papini «El tribunal electrónico» y en él relata la hipotética implantación de la justicia electrónica dados los avances de la técnica de aquellos años; imagínense si hubiera vivido en esta época en la que las tecnologías lo dominan todo, los robots van a sustituir al hombre y la inteligencia artificial nos dominará: con muchísima más razón hubiera descrito un hipotético tribunal electrónico. Entresaco algunos de los pasajes de su obra: «Los jueces, abogados y oficiales de justicia no ocupan sus lugares habituales, sino que se sientan como simples espectadores entre las primeras filas del público. La máquina no tiene necesidad de ellos, es más segura, precisa e infalible que sus reducidos cerebros humanos. Como único ayudante, el cerebro electrónico tiene a un joven experto en las últimas tecnologías que conoce los secretos de las innumerables células fotoeléctricas y de las quinientas teclas. Una balanza de bronce corona platónicamente el metálico cerebro jurídico. La primera audiencia del novísimo tribunal comenzó hoy por la mañana, a las nueve. El primer imputado fue un joven obrero de la industria siderúrgica, acusado de haber asesinado a una jovencita que se le resistía. El acusado narró a su modo el hecho, y otro tanto hicieron los testigos. Luego, el técnico oprimió un botón para preguntar a la máquina cuales eran los artículos del código que debían aplicarse en el caso. En un cuadrante iluminado aparecieron inmediatamente los artículos pedidos. El mismo cerebro concedió las atenuantes genéricas, y pocos segundos después, en otro cuadrante apareció la sentencia; veintitrés años de trabajos forzados para el joven asesino. Un distribuidor automático vomitó un cartoncito en el que estaba repetida la sentencia, el inspector de Policía recogió ese cartoncito y condujo afuera al condenado… Ver aquellas criaturas humanas juzgadas por una lúcida y gélida máquina me perturbó…pretendía ahora resolver, en virtud de cifras, los misteriosos problemas de las almas humanas…Era algo demasiado espantoso, incluso para un hombre progresista, como yo me jacto de serlo.

Necesité una dosis de whisky y algunas horas de sueño para recuperar un poco mi serenidad. El tribunal electrónico tiene, sin duda, un mérito: el de se más rápido que cualquier tribunal constituido por jueces humanos»

Una máquina nunca podrá sustituir a los jueces humanos porque juzgará tan solo en base a la letra de la ley introducida en ella mediante algoritmos, pero estamos viendo que cada vez más los jueces actúan como esa máquina gélida y lúcida, aplicando tan solo la letra fría y sin alma de la ley y olvidándose del espíritu de esa ley que, en muchas ocasiones, la emplean como algunos médicos emplea el vademecun: tiene tos, un antitusígeno; sin profundizar más allá para averiguar cual es la causa de esa tos. La sentencia a la manada ha sido aplicada en base a la letra de la ley, olvidando el espíritu de esa ley y con él, los sentimientos de una joven que se vio acorralada, apabullada, intimidada en número y fuerza por una manada de lobos hambrientos de sexo.

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