«Al rey la hacienda y la vida se ha de dar, / pero el honor es patrimonio del alma, / y el alma solo es de Dios»
Al señor Borrell, ministro de Exteriores, le han humillado en el Congreso. La humillación ha sido doble; por un lado, le ha humillado el diputado que le escupió y por otro sus compañeros de partido y su jefe el inefable presidente Pedro Sánchez. Ni que decir tiene que la humillación del que le escupió es – si puede decirse así – menor que la que le han infligido sus compañeros y su jefe, aunque las dos afectan a su honor como persona, como diputado y como ministro.
Hace muchos años en España el honor formaba parte del patrimonio de las personas. Estaba muy por encima del poder, del dinero y de las sinecuras y privilegios de los cargos. Hoy el honor es una palabra que la RAE piensa retirar de su diccionario porque ha desaparecido del patrimonio de hombres y mujeres de este mundo moderno y demócrata. El señor Borrell está estigmatizado para toda su vida como ese a quien le humillaron y le mancillaron el honor un cerdo diputado y sus propios compañeros capitaneados por su jefe Pedro Sánchez. Y ¿qué ha hecho el señor Borrell para restaurar el honor perdido? Nada.
¿Cuántos Pedros Crespos quedan aún en España? Puede que ninguno. Así va este país que camina como patio de Monipodio
