Análisis

Pedro Rizo: «El Feminismo y las idus de marzo. ©»

Pedro Rizo: "El Feminismo y las idus de marzo. ©"
Manifestantes feministas el 8M de 2019. EP

De estas manifestantas venidas a Madrid desde toda la geografía del Planeta Tierra, asoma la sospecha de que son capitalizadas para destruir el matrimonio y la familia tradicionales, hacia la meta de erradicar nuestra civilización. Afortunadamente, el aparato victimista no renuncia a sus cuernos del Club de Roma y su odio a Occidente expresado en sus campañas pro-aborto, amor libre desde los 16 años, divorcio exprés y amariconamiento general. Con toda lógica crece el número de hombres que no se fían de estas nuevas mujeres para una apuesta definitiva. Late la amenaza de ser destruidos por una artificiosa competencia de papeles que vuelve despreciable la gloria del suyo, insustituible y fundamental.

Ilustrará esta realidad un caso nada extraño hoy día. Un joven se enamora de una deshinibida muchacha y, pronto, un embarazo les lleva a la boda; boda civil. Los padres del chico les compran un piso, se lo amueblan… Nace el niño, desde luego no lo bautizan y, antes del año, por una trifulca la mujer acusa al marido de malos tratos. La juez que lleva el caso sentencia a favor de «la víctima», que se queda con el niño y con el piso. Pocas semanas después se le unió su nueva -o anterior- pareja, lésbica, de la cual «siempre estuvo enamorada».

Sí, desde luego, sigue existiendo el amor sincero pero ya no se va al matrimonio, inclusive si lo eligen sacramental, con el propósito de hacerlo indestructible hasta la muerte. Ellas, con el importado propósito de «no pasarle ni una» al hombre y, ellos, desconfiados de las nuevas identidades, demasiado tentadas por el orgullo de una estéril independencia, con riesgo frecuente de infidelidad.

Como lámina entre páginas traeré una anécdota que, tal vez, denuncie la trivialidad del origen de muchas cosas.

Recién cumplidos los veinte conocí a diversos activistas de la FUDE, clandestina organización comunista que operaba en la Universidad de Madrid. Adelantaré que siempre que pienso en aquellos compañeros de residencia me admiro de su cultura social y política que me hacía muy provechosa la relación. Algo que parece haberse empobrecido mucho por lo que se ve del actual ambiente universitario.

Un día me invitaron para una manifestación en protesta de que la policía invadiera el Campus… aun si ello fuese a petición del Rectorado.

Me atrajo la promesa de aventura en el seguro enfrentamiento con los «grises».

El día señalado, a las 11:00 de la mañana ya estábamos frente a la puerta del Ministerio de Educación Nacional (así se llamaba entonces). Me sorprendió ver a compañeros de residencia desdoblando una pancarta que alzaban clamando contra el atropello policial. ¡Muy bien!, me dije. A mi lado había dos franceses que viajaron a sumarse «al jaleo». Les acompañaban cuatro chicas que hablaban bastante bien español.

De pronto llegaron dos furgones policiales del que se bajaron, porra en mano, varios guardias para disolvernos. Alguien gritó:

– ¡Dispersaos! ¡Dispersaos! ¡A Banco de España!

Los franceses, y yo con ellos, cruzamos hacia la iglesia de San José. Ya ni nos conocíamos los que corríamos. El pequeño grupo de fugitivos nos habíamos partido en dos. Unos se dirigieron a la calle Marqués de Cubas y los que quedamos bajamos hasta el Banco Mercantil. Se nos unieron muchos más manifestantes. Aproximadamente seríamos ya unos 30. Alguien dijo de unirnos a los que vinieran de la Calle Prim y parar el tráfico en el paseo de Calvo Sotelo, hoy Recoletos. Entre los que se unieron se contaban tres chicas francesas separadas de su grupo inicial. Resoplando a la carrera hablábamos entrecortadamente. Una de ellas me dijo que era hija de padre español y que le gustaban las corridas de toros. No sé qué pisó que se le torció el zapato y se le soltó el tacón. Lo que nos impidió continuar con los que iban a sentarse en el asfalto del Paseo de Calvo Sotelo. Suerte tuvimos, pues que muchos fueron detenidos y, en consecuencia, anotados sus nombres en las comisarías.

Recurro a esta anécdota por agradecimiento. La chica que gracias a un zapato se convirtió en mi protegida y se quedó en España diez días se llamaba Celine. Vino con un grupo de universitarios franceses. Muchos, al igual que Celine, porque consiguieron un precio muy bajo para viajar a Madrid. Vivía en Montpellier y era hija de un emigrante catalán con cátedra en l’Ecole Supérieur du Commerce. Nos hicimos buenos amigos y yo me aproveché todo lo posible para mejorar mi francés. Me propuso acudir por la tarde a un encuentro con otros de sus compañeros que se volverían a Francia ese mismo fin de semana. Me encontré con un ambiente intelectual hasta entonces desconocido. Una pequeña asamblea sin casi alusión a las peripecias de la manifestación. Lo que ahora me justifica es que inesperadamente la tertulia derivó hacia los orígenes del feminismo, en tanto que larvada promesa de herramienta revolucionaria. Huellas muy anteriores a Marx y a Lenin.

Celine entonces empezó a hablar sobre el tema y todos callaron, como si le concedieran, en concreto las demás chicas, cierto liderazgo, probablemente por la edad . De lo que entendí y de lo que al dia siguiente me amplió la propia Celine trataré ahora de dar cuenta desde mi borrosa memoria. Según mi nueva amiga el feminismo empezó en Francia, como no puede ser de otra manera, que ya sabemos que Francia es ‘principio y fin de todas las cosas’. Empezó allá por los finales del siglo XVII y todo el XVIII cuando los enciclopedistas despreciaban la fe católica con la sola autoridad de sus arrogancias. Así, los cortesanos que abandonaban la religión se volcaban en los «grandes ideales políticos y sociales». Tales que, por ejemplo, la doctrina del Abate Bernardin de Saint Pierre con su deseada unión de todos los pueblos bajo un único gobierno mundial. (¿Primer intento de Sociedad de las Naciones…?)

Celine señaló, sin pretenderlo, que aquellas gentes cuanto más se arropaban en la cultura revolucionaria más se apuntaban a magos y adivinos. No creían en Cristo pero ensalzaban hasta la idiotez a un falso Conde de Saint Germain que afirmaba -y de ello convencía a muchos- haber vivido para ver como clavaban en la cruz a Jesús el Nazareno; y aseguraba alimentarse del oxígeno ambiente, con lo cual se explicaba el haber vivido más de mil setecientos años. Y aquella gente le creyó y todavía hoy tiene seguidores. Nada sorprenderá que llegase a consejero de Luis XVI.

Con este escenario podremos presentar otra de las mayores bobadas, presagio del feminismo que ahora nos flagela. Se representa en la ilustrada Marquesa de Urfé que hubiese preferido, «por más lindo y bonito», ser un bello muchacho adolescente antes que una vieja arrugada. Ilusión bastante común, desde luego, pero más que loca si se toma en serio. Supuesto el nivel de la cultura esotérica de sus amigos, la Marquesa tuvo la suerte de que se interesase por ella un duende que vivía en la Vía Láctea. Este duende, introducido por sirvientes de total confianza, aconsejó a la Marquesa que se postrara en oración ante Selene, el Espíritu de la Luna. La pobre mujer lo hizo con tanta fe que cautivó a Selene, la cual le mandó una ninfa hermosísima que satisfizo todos los caprichos sáfico-sexuales de la Marquesa.

Ahora será buen broche recordar que pocos años después el Marqués de Sade difundió en sus obras la doctrina de que «los crímenes más degenerados se justifican si los presentamos como protesta social». Sólo así tendrán la aprobación del cielo, puesto que «únicamente con toda clase de actos criminales podremos instaurar el bendito estado de la Igualdad Perfecta». El de Sade fue condenado a muerte varias veces, pero el blandísimo gobierno de Luis XVI, tan parecido a los que tenemos ahora en España y en la Iglesia, encontraba una y otra vez argumentos para librarle de la ejecución.

La conclusión de este post sería que contra el sadismo… Perdón, contra el modernismo que nos acogota, no hay mejor vacuna que aprender de la antigüedad, descubriendo que la Igualdad Perfecta no existe porque es imposible. Y, por tanto, no es justa, no es moral, ni política ni natural.

En realidad, la igualdad es el señuelo del Tercer Pecado Capital, la Envidia; instigadora de falsa justicia y de segura agitación.

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