«Me he preguntado muchas veces cómo serían los Diez mandamientos si Moisés hubiera tenido que pasarlos por el Congreso de los Estados Unidos» Ronald Reagan, cuadragésimo presidente de Estados Unidos entre 1981 y 1989
¿Y si hubiera tenido que pasarlos por el Congreso de España? Sería de traca.
Lo sucedido en la sesión constitutiva del Congreso anuncia una legislatura repleta de sesiones con olores pútridos, emanaciones a estercolero, astracanadas y esperpentos varios. Es por eso que los leones del Congreso, ante las irrespirables emanaciones pútridas y hediondas semejantes a las de un muladar, cochiquera, letrina y estercolero que emanan del hemiciclo cuando sus ¿señorías? están reunidos; han solicitado a Meritxell Batet unas mascarillas perfumadas con olor a violetas y azahar para poder permanecer impávidos ante las puertas del Congreso. Tal es la atmósfera que crean sus ¿señorías? con lo que sale de sus bocas y con sus gestos y pantomimas zarrapastrosas, esperpénticas y del peor mal gusto. Uno de los leones añade que él percibe un cierto tufo a traición y felonía, proveniente de uno de los grupos políticos más significativos.
Si Reagan decía eso de un Congreso con el prestigio del de Estados Unidos, que no diría del de España si, ante semejantes representantes del pueblo, Moisés presentara los Diez mandamientos. ¿Se lo imaginan?
Llegados hasta aquí, cabe una reflexión en forma de pregunta: ¿nos merecemos los españoles un Congreso como el que tenemos y unos diputados como los que lo forman? Rotundamente si: los hemos votado libremente en un ejercicio perfecto – uno más – de nuestra estupidez
