Juan Pérez de Mungía

Un ministrable para la televisión pública

Un ministrable para la televisión pública
Televisión, televisor, información, noticias y propaganda. FK

Existen numerosas y profundas razones para acordar el cierre de la televisión pública. La única en contra de cerrarla propiamente hablando sería no dar esa alegría a los monopolios que ejercen el derecho de usufructo sobre los ciudadanos de este país.

Radiotelevisión Española no es una empresa, es un sumidero financiero que compite con el resto de televisiones en degradar la calidad. Radiotelevisión Española no resistiría una auditoría de cuentas, en tanto deja en barbecho sus recursos humanos y sus medios de producción, y apela a la peor condición humana en una suerte de tragedia en la que le acompañan los otros medios. Las televisiones públicas en su conjunto consumen 2000 millones de euros del erario público.

Una estimación conservadora permitiría amortizar 500 millones de deuda pública con otra organización para el conjunto del Estado. Se multiplican las manos, ávidas para cobrar, de los directivos, los consejos de administración y los presidentes inútiles que sobran en número, salario y capacidad de influencia, que instrumentan su posición en una inefable cadena de favores. Los favores se pagan con dinero público con la excusa de ayudar al cine o a las productoras que supuestamente forman parte del tejido audiovisual del país.

La televisión estatal y autonómica, no es ni eficaz ni eficiente, su gestión es caótica y tercermundista, las decisiones de gasto y la programación discrecionales y opacas al ciudadano y a la hacienda. Aquí no hay portal de transparencia que valga. Y además es ideológica, de una ideología que manipula el mensaje, que está al servicio de redes de poder local que finalmente destruyen la noción misma de ciudadano. ¿Ha reparado alguien cuál es el papel de RTVE en la destrucción de ese concepto de país y de ciudadanía?

La basura presenta su perfil más ideológico desde el prisma político que convierte a la televisión autonómica en un mosaico de taifas. No es lo mismo que la televisión trate de la cosa pública que la política impúdica trate de hacer televisión. En la televisión pública actual los directivos han sido elegidos por un dedo omnipotente, un dedo político que no atiende a razones de mérito o capacidad, con un conocimiento insuficiente del medio, que se prestaban como ovejas a obedecer las instrucciones de su pastor. Directivos, en buena parte, proclives a convertir en renta su desvergüenza e incapacidad.

Radiotelevisión Española es un fracaso cultural. Al igual que otros medios, identifica cultura con aburrimiento, espectáculo con diversión, entretenimiento con educación, información con sucesos, política con liderazgo, fama con modelos, tertulias con pluralismo. Se prodiga día sí y día también en una suerte de cultura transgénero que adora la zafiedad y la frivolidad del corazón en una reproducción incesante de estereotipias y banalidades. La televisión compite para convertir la opinión en ciencia, y la ciencia en opinión, haciendo del espectador el protagonista del declive mismo de la cultura. Los homeópatas de la conciencia programan placebos y eligen como presentadores a nigromantes que conducen a las almas pobres de espíritu al purgatorio donde se pena la estulticia humana.

En este particular mercado de disparates, Radiotelevisión Española es un fracaso tecnológico, ha renunciado a ser una industria con un extraordinario impacto económico y cultural en el mundo que dejaría pingües beneficios en algo tan simple como un canal de historia o un canal de cultura sólo a partir de su propio material audiovisual y de las oportunidades que existen en el entorno del español. El canal internacional presenta en 24 horas una patética muestra de la singular incompetencia. Presenta la España de charanga y pandereta, o peor aún la España de los sucesos confundidos entre las denominadas noticias, de toda suerte de personajes y personajillos del famoseo, de pederastas, psicópatas y enfermos mentales que si existen en cualquier país, resultan aquí connaturales a la marca España. Cualquiera que se represente España por este medio o que quiera aprender español correrá despavorido ante las miserias humanas. RTVE distorsiona la imagen de nuestro país, destruye nuestro mercado, y regala y destruye el capital acumulado, sus fondos documentales y la cultura nacional. Flaco favor a la marca España.

¿Debería cerrarse Radiotelevisión Española? ¿Por qué no cerrar las cadenas autonómicas catalana, vasca o gallega que suponen más de 500 millones?. ¿Por qué no cerrar el resto?. La televisión pública podría merecer una oportunidad, quizás la última, una oportunidad que barriera del mapa la basura con la que todos los días nos despachamos frente al televisor, desde el desayuno a la cena. Demos una oportunidad a rescatar la inteligencia, lo último que una persona puede perder. La televisión pública tiene que dejar de ser una crónica de sucesos o una crónica de debates vacíos en el que se atropellan los contertulios sin concesión al diálogo.

Otra televisión es posible. ¿No han existido o no existen muestras de que otra televisión es posible? Aún en medio de esa cultura estúpida de poner en inglés lo que sabemos decir mejor en español, ahí tenemos el programa «This is Opera», y no hay que echar mucho la vista atrás para descubrir la cultura pionera de Rodriguez de la Fuente, o cómo se convirtió en estrella del medio el programa «Un país en la mochila» y lanzó al estrellato político a su creador, el venerable viajero Labordeta. Labordeta presentó un excelente programa, de producción propia, que aún hoy se recuerda y que supone un hito de contenido antropológico en televisión, de una televisión amable, sin espectáculo, una televisión educada, informativa y de entretenimiento, sin alharacas ni estridencias. Algunas excepciones, «Aquí la Tierra» en un extremo y en otro el «Viaje al Centro de la Tele», dos tiempos, el metereológico y el de la memoria permiten observar alternativas válidas en el abanico de la programación. La programación de calidad existe y puede existir mientras que la basura televisiva existe solo en la parrilla de las cadenas privadas, en la mente perversa de los que solo piensan en el EBITDA (1) del mercado de la carne de tele5 y el mercadeo político de Atresmedia.

La calidad no es el problema, son los directivos que estereotipan sus preferencias sobre la programación basándose exclusivamente en estereotipar los gustos de la masa informe de los espectadores. Los directivos de la televisión se dirigen ahora exclusivamente a clientes exclusivamente como consumidores de productos, de ideología o de sexo y como consumidores de contenidos escatológicos. Y así ocurre que más de un profesional reconoce que Telecinco es una portería por la mañana, un lupanar por la tarde, y un salón sadomaso por la noche. La radiotelevisión pública no puede ni debe competir con la basura. El espectador acabará hastiado de vaciarse a sí mismo y compartir la necedad y aprenderá a apreciar aquellos programas que le abren horizontes, y hay unos cuantos de muy bajo coste increíblemente interesantes que no obligan al ciudadano a someterse intelectualmente.

El gobierno se juega parte de su credibilidad en la difícil decisión que tiene por delante para cambiar el modelo de televisión pública. Ahora, le toca al nuevo gobierno nombrar, buscando el consenso, al presidente de la corporación estatal, y hacer sus propuestas de una manera ecuánime para elegir a un profesional no analfabeto que la dirija. No vale el desembarco de «alienígenas», como lo fueron Oliart o Echenique. El gobierno tendrá que compartir la decisión en el parlamento, como mínimo con Ciudadanos y cumpliendo su punto 130 y también deberá pensar el nombramiento con el PSOE, para que el candidato sea un presidente constitucionalista, no sectario, sin marcas políticas, con las manos limpias, que tenga un perfil de profesional del medio, un perfil docente, que hable idiomas y si es posible que hable castellano y catalán, que sea reconocido por sus méritos, y que tenga una edad adecuada expresiva de su experiencia y pericia. Un nuevo presidente que no atienda a las cuotas sindicales para nombrar a los responsables de medios técnicos y de programación, que busque entre los profesionales a aquellos que destacan por su valía, mérito y capacidad.

Las quinielas sobre el sucesor del actual presidente de la Corporación RTVE, el Sr. Sánchez, no debe ser otra vez más Sánchez. Y tampoco podemos contar en esta tabla de cruces, con Eladio Jareño, un soldado, ni con el autonominado Alejo, ni tampoco con alguno de los que mueven los hilos en el Consejo Político de Informativos, el ínclito Fran Llorente, por ejemplo y ni se le pase por la cabeza una «miembra» como Caffarell puesta por Bustamante y CCOO. La «Televisión de Todos» los que tienen un puesto asegurado en La Facultad de Ciencias de la Desinformación. Todos estos candidatos que se pasean por la terceras plantas de Prado o de la Avenida Complutense están manchados por sus sesgos políticos y no puede suscitarse obviamente ningún consenso en el parlamento sobre cualquiera de estos personajes.

Lo mejor consiste en empezar de nuevo, desde cero, buscar y encontrar un perfil, alguien con soltura en el medio, con experiencia, que no sea ajeno a la cultura española, en su diversidad lingüística, imbuido de una idea de país y una visión de cultura ciudadana, un presidente de la Corporación que acabe con el nepotismo, la endogamia y la partenogenesis del medio, dispuesto a hacer un uso racional de los recursos públicos con la máxima eficacia, y haciendo lo que en contextos más difíciles otros han hecho. Hoy Correos, AENA son rentables y también lo son exposiciones, museos, festivales y ferias internacionales que se promueven desde el sector público que puede y debe ser rentable (2) ¿Por qué no habría de serlo RTVE sin sacrificar los objetivos de un país y de una conciencia ciudadana?

• Earnings Before Interest, Taxes, Depreciation, and Amortization
• Las empresas indicadas junto con RTVE pertenecen a la Sociedad Española de Participaciones Industriales (SEPI)

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