Verdades y mentiras en el periodismo español

Periodismo en España: ¿Dónde están la información y el amarillismo?

Ningún soporte se libra del amarillismo, pero ninguno es sinónimo de él

Periodismo en España: ¿Dónde están la información y el amarillismo?
Información, periodismo, manipulación, propaganda y censura. LM

Conviene señalar que las mentiras y la manipulación se encuentran tanto en el papel como en la red, aunque sea aquí donde se sitúen con más frecuencia

Con demasiada frecuencia se asocia la credibilidad de los medios de comunicación a su soporte, como si este fuese la condición necesaria y suficiente para ser creíble. Y este error lo cometen también quienes están obligados a saberlo y a no confundir el culo con las témporas: los políticos, entre ellos Albert Rivera, l’enfant terrible de la cosa pública.

A diferencia de los países anglosajones y de algunos otros calvinistas y luteranos que la inventaron para su provecho, en España no ha habido prensa amarilla, por mucho que algunos se empeñen ahora en ponerle este color a los medios digitales.

En 1897, el New York Press acuñó el término ‘periodismo amarillo’ para calificar las prácticas de otros dos diarios de Nueva York: el New York World, de Joseph Pulitzer, y el New York Journal, de William Randolph Hearst, que por aquel entonces andaban a tortazos enzarzados en una guerra comercial para imponer su hegemonía a base de sensacionalismo, escándalo y mentiras.

El dueño del primero, Joseph Pulitzer, da hoy nombre, ¡qué ironía!, a los premios más prestigiosos del periodismo norteamericano. Galardones que en nuestro papanatismo publicitamos casi más que los estadounidenses.

El otro diario, el del perverso Randolph Hearst, contribuyó, con sus montajes, patrañas y embustes sobre la explosión del acorazado Maine en la bahía de La Habana, a que Estados Unidos declarase la guerra a España y perdiésemos Cuba y Filipinas, las últimas joyas del Imperio Español.

A las 21:40 horas del 15 de febrero de 1898, el Maine explotó ocasionando 665 muertos, entre ellos dos marineros españoles que perecieron en las operaciones de salvamento. El 17 de febrero, el New York Journal salía con este titular: “Destruction of the War Ship Maine was the Work of An Enemy”.

Debajo había un dibujo del acorazado en el que se veía una mina junto a la quilla, de la cual salían unos cables eléctricos conectados a un detonador manipulado por españoles en la playa. Hearst vendió ese día un millón de ejemplares.

En fechas posteriores, el diario publicaba una imagen del boquete abierto en el Maine, que años más tarde el historiador estadounidense Willis F. Johnson descubrió que el periódico había publicado la misma fotografía unos años antes para ilustrar un eclipse de sol.

Tras cebar bien a la opinión pública durante días y días, falsificando incluso las recién inventadas imágenes en movimiento (cine), Hearst consiguió que el presidente William McKinley declarase la guerra a España el 25 de abril de ese año.

Ni Hearst ni Pulitzer constituyen hoy un desdoro ni para su país ni para su profesión, a pesar de que el también periodista Ernest L. Meyer definió a Hearst de esta manera:

“El señor Hearst, en su larga y poco honorable carrera, ha inflamado los ánimos de los americanos contra los españoles; de los americanos contra los japoneses; de los americanos contra los filipinos; de los americanos contra los rusos, y en el curso de sus incendiarias campañas ha impreso retorcidas mentiras, documentos inventados, historias de falsas atrocidades, delirantes editoriales, ilustraciones y fotografías sensacionalistas y otros montajes para conseguir sus jingoísticos fines”.

Y hasta ahora, que sepamos –subraya con acierto María Elvira Roca Barea-, nadie se ha avergonzado de recibir el Pulitzer.

Pues bien, este tipo de prensa la tienen también alemanes y holandeses, pero nunca ha anidado en España, a pesar de que lo intentaron los teutones de Axel Springer (dueños, entre otros, del amarillista Bild), en alianza (al 50% -13 mil millones de pesetas, en total-) con Silex Media (Prensa Española), editando el Diario Claro, que fracasó en pocas semanas (duró del 8 de abril al 6 de agosto de 1991 y tuvo cuatro directores en este tiempo: Ferran Monegal, Arsenio Escolar, Willi Schmitt y Wolfgang Kryszohn) y casi arruina a los Luca de Tena, sin conseguir arrastrar en su caída a ABC, gracias a los eficaces cortafuegos que estableció su director Luis María Anson, quien alguna vez decía con sorna que en España no había prensa amarilla porque toda estaba vestida de blanco.

Quienes han estudiado esta carencia, como José Antonio Sorolla, señalan que las razones son diversas, pero este subraya tres:

“El tradicional bajo índice de lectura de prensa, la preponderancia de la prensa del corazón, que hace de algún modo la función de la prensa amarilla, y la irrupción de la televisión en color al final del franquismo, antes de que la prensa fuera libre”.

Y es la televisión, precisamente, el gran contenedor del amarillismo en España, merced a esos programas en los que, a cambio de dinero, famosillos o desconocidos cuentan sus miserias y las de terceros, cuartos y hasta quintos.

Es el dinero –pagar a cambio de información o mentir a sabiendas para sacar beneficios materiales- el que pervierte el periodismo y su insustituible función de contrapoder frente al poder legítimamente constituido.

Ningún soporte de prensa se libra de amarillismo, pero ningún soporte de prensa es sinónimo de él. Tan rigurosa es determinada prensa de papel como determinada prensa digital, o determinada radio o determinada televisión.

El periodismo fiel a la verdad, independiente, honesto, el que busca diligentemente la veracidad y verifica todo con transparencia, se practica en España tanto en soportes digitales como en los de papel.

Pero conviene señalar que las mentiras, los montajes y la manipulación interesada también están en el papel y en lo digital, aunque sea en este último, por su mayor número de cabeceras, donde se cobijen con más frecuencia.

Como siempre, tiene que ser el lector quien separe con criterio y rectitud el grano de la paja y conozca con detalle qué editor está detrás de la marca, porque, como hemos dicho en otras ocasiones, un editor puro es aquel que no utiliza el medio para su provecho, que no lo instrumentaliza, que no lo prostituye para fines espurios y torticeros, que es fiel a la verdad y leal al ideario con el que lo ha creado y que debe figurar siempre en el frontispicio de su cabecera, porque los medios de comunicación, todos, deben tener clara y declarada su línea editorial, faltaría más.

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