EL ataque al castellano por parte de la secta nacionalista gobernante en Cataluña va a más.
Ya no se conforma con su arrinconamiento en la escuela, sino que pretende extender esa postergación a las actividades extraescolares o de ocio, donde también quieren que el idioma inglés pase por delante del castellano, una vez impuesta la hegemonía casi absoluta del catalán en las aulas.
El objetivo final, naturalmente, es la expulsión, en todo el entorno social controlable por la Administración separatista, de la lengua oficial del Estado por la vía de los hechos para forzar la simulación de que Cataluña no tiene nada que ver con el resto de España, o al menos que tiene que ver lo mismo que cualquier nación extranjera.
El Estado ya va tarde en defender a los castellanohablantes en Cataluña, pues han sido décadas de dejadez por parte del Gobierno central que han permitido la imposición de una lengua sobre otra.
El desastre comenzó con el pujolismo y ha continuando hasta esta fase separatista, en la que se pretende implementar la persecución. Los separatistas consideran la lengua una herramienta esencial para el adoctrinamiento que pretenden, toda vez que se convierte en elemento sustantivo del «hecho diferencial» que esgrimen en su racista concepción de las cosas.
El nacionalismo no renuncia a inventar una sociedad que no existe, a imponer un enorme laboratorio social donde coge a los ciudadanos como conejillos de Indias de su delirio.
Estos días el nacionalismo abertzale que gobierna Navarra va a imponer un programa educativo que incluye la obligatoriedad de recibir «vivencias sexuales a través de juegos eróticos» a los niños de cinco años.
Digan lo que digan sus padres. Controlar la escuela es innegociable para los nacio-independentistas, pues así les resulta más fácil controlar en el futuro al individuo.
