Las cifras de inmigrantes ilegales que alcanzaron por mar las costas españolas en 2018 revelan que algo se ha gestionado pésimamente en materia migratoria en los últimos meses, y que la demagogia es la peor consejera para abordar de forma unilateral una cuestión tan delicada y compleja como el éxodo migratorio que se dirige a Europa.
Durante los últimos doce meses llegaron 57.922 personas a bordo de pateras, lo que representa un incremento del 158 por ciento respecto a los 21.971 que entraron por esa vía en 2017. Casi el triple.
Sin embargo, y teniendo en consideración que a mitad de año Pedro Sánchez relevó a Mariano Rajoy y que puso en marcha una política irreflexiva de puertas abiertas y generosidad electoralista, la estadística resulta aún más demoledora.
Después de que el socialista Sánchez se ofreciera a acoger a los inmigrantes rescatados en el Mediterráneo por el barco Open Arms, al que otros países europeos le negaban la entrada, han sido 53.800 los inmigrantes llegados por tierra y mar en los siete últimos meses, frente a los 10.627 filiados entre enero y mayo.
Es innegable que Sánchez, imbuido de esa suerte de buenismo universal que solo él cree tener, ha provocado un nocivo efecto llamada sin prever que nuestros medios de acogida están desbordados y carecen de la financiación suficiente.
Ni las mafias son ingenuas ni hay varitas mágicas contra la inmigración desbocada. Sánchez se vio obligado rectificar porque su error fue mayúsculo, y por eso se mantienen las devoluciones automáticas y las concertinas en las vallas de Ceuta o Melilla.
La reprimenda que ha recibido España de toda Europa era lógica. Buscar votos a cuenta de la desgracia ajena con medidas selectivas pero inoperantes no resuelve el problema.
Solo lo agrava con un baño de realidad.