Benavides y Malospelos en Las Cortes

La tía del ministro Wert

De nombre Ángeles. Se llamaba Ángeles la tía del ministro Wert. Era una mujer apacible, silenciosa y cordial. Vivía en Madrid, cerca de la Plaza de Castilla, en uno de los edificios colmena de los que se hicieron hacia la mitad del siglo pasado. Y allí, soltera y sola, recibía a sus sobrinos, que ella llamaba “su gente menuda” y que eran sus niños, entre ellos Nacho Wert.

Ayer, oyendo lo que decía sobre la Reforma Educativa del ministro Wert el diputado español de Esquerra Republicana de Cataluña Alfred Bosch, me acordé de ella. El parlamentario, que lo es, y español aunque no lo parezca, estaba acusando al sobrino de la tía Ángeles de “liquidar la escuela en catalán” después de, o antes de, pronunciar una frase rotunda:

– “Ni se le ocurra tocar a nuestros hijos”

En el Congreso, ayer, hablaban de cosas distintas: Unos, los que más bulla metían, del catalán, que lo mezclaban con hijos, tufos economicistas, alumnos clientes, adoctrinamientos ideológicos y otras lindezas parecidas traídas a cuenta de la Reforma. Otros, los más tranquilos, el ministro entre ellos, del español, del castellano, del catalán y del resto de los idiomas  con los que nos entendemos todos, aunque parezca que algunos los utilicen para ver si pueden conseguir que no nos entendamos.

Y me dio por intentar entrar en el asunto de la Reforma Educativa desde la que supuse, “supuesta óptica de la tía del ministro”, con redundancia incluida, que no es otra que la que tengo por óptica normal de la gente de la calle. Y me puse a recopilar las posturas, hechuras, composturas, huras y otros uras (en Argentina, ura es un gusano que se cría en las heridas) sustantivos, a los que unos, hunos y otros se han empeñado en mezclar con adjetivos varios.

Después de un rato, me enteré que el PSOE e Izquierda Plural han calificado la reforma de “propia del Gobierno talibán”, que el Partido Nacionalista Vasco dice creer que condena al euskera y al catalán a la mediocridad, que el secretario de Coalición Democrática de Cataluña habla de hacer cumplir la ley catalana de educación (temo que al margen o en oposición a la española), y que incluso mi admirado Xavi, el Xavi “culé” y uno de los mejores futbolistas españoles, se había mezclado en la cuestión de dar patadas verbales a la cosa.

Tras ver a los críticos con la Reforma Educativa, como haría la tía Ángeles, decidí emplear un rato en ver dos cosas: Cómo arropaban al sobrino en el empeño de reformar la educación sus compañeros de profesión y militancia. Y qué decía realmente la Reforma Educativa.

Y el resultado me tranquilizó: Los conmilitones de Wert, o la gente del PP de Rajoy, estaban a lo suyo, con las ideas del Gobierno de Rajoy y con los métodos “sosos” de Mariano: suaves, más que suaves, sin estridencias y dulcísimos en las formas, manteniendo la compostura y el tipo, pero rigurosos en el fondo y sin otras concesiones que las necesarias para conseguir lo propuesto: Que, en esto de la educación, a nadie se le ocurra tocar a nuestros hijos, ni siquiera a un parlamentario español que en democracia debe respetar la voluntad nacional manifestada por la mayoría.

¿El meollo de la Reforma Educativa del ministro Wert?: Más de lo mismo. Las soserías de los ministros de Rajoy. Cosas que no parecen tan importantes como para crear un conflicto nacional por ellas, ni tan fútiles o frívolas que se puedan dejar al albur o fuera del cuidado del gobierno: que todos los españoles, niños y adultos, puedan conocer y usar, además del lenguaje local, el idioma común con el que, quiero creer, podemos entendernos todos.

Después, milagros de la técnica, me dio por buscar en internet las intervenciones en el Parlamento sobre la Reforma Educativa, los iracundos ataques al ministro de los formadores (y deformadores) de opinión, y la postura del titular de la cartera ministerial de Educación Cultura y Deportes.

Y encontré algo que me sosegó: El ministro Wert, dirigiéndose a una parlamentaria española del PNV, la vasca Arantza Tapia, le había hecho una invitación “a leer juntos el anteproyecto” porque “tiene una mala traducción de la norma” y “se dará cuenta de que estamos mucho más de acuerdo de lo que piensa”.

Y esas frases, apacibles y cordiales, me hicieron recordar a la tía Ángeles, una mujer silenciosa que vivía en Madrid, cerca de la Plaza de Castilla, en uno de los edificios colmena de los que se hicieron hacia la mitad del siglo pasado y que, como muchas otras cosas en España, el idioma común que nos une entre ellas, siguen potentes y en pie.

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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