Tiene su miga: Mariano Rajoy comparece el día de los Santos Inocentes para hacer balance de su primer año de Gobierno. Doce meses eternos que han desgastado al presidente política y personalmente. Y no digamos a sus ministros. Todos los miembros del Gabinete están quemados por una crisis carente de buenas noticias. Incluso alguno está tan achicharrado que difícilmente tiene remedio. —SIGUE LEYENDO EN LA GACETA—
De todos modos, con un dirigente como Rajoy, a quien le cuesta tanto digerir cualquier cambio en sus equipos, lo dicho no es sinónimo de crisis gubernamental.
Ni siquiera con ministros como Alberto Ruiz-Gallardón, al que persigue la bien ganada fama de ser una fábrica de crear problemas, y que ya ha quedado inhabilitado como interlocutor ante un sector tan sensible como la Justicia.
El presidente se marcó al principio de su mandato tres prioridades: el paro, el déficit y la deuda. Su preocupación por alejar la espada de Damocles del rescate europeo ha hecho que las dos últimas prevalecieran en su agenda. El desempleo sigue disparado, a pesar de una reforma laboral que le valió la primera de las dos huelgas generales a las que se ha enfrentado.
El paro es el odioso nubarrón que oscurece la era Rajoy. Y la ministra de Empleo, Fátima Báñez, aparece cada mes cual niña de San Ildefonso recitando sólo cifras sin premio. Sin embargo, el año ha tenido también algunas luces.
Entre ellas, las reformas del sistema financiero y de la educación, el pago a los proveedores de las Administraciones Públicas, el freno al desmedido gasto público, las exitosas emisiones del Tesoro, el fondo de liquidez destinado a las comunidades y, más recientemente, la moratoria de los desahucios y la creación de un parque de viviendas de alquiler social. ¿Son estos los cimientos necesarios para empezar a crecer? Fe es creer en lo que no se ve.