A los postres –servidos en copa de balón– de cenas improvisadas con veteranos, o ya en la calle, mientras buscamos un taxi porque el tipo no puede conducir, se repasa la historia íntima del periodismo: la más indecente, sórdida y miserable lista de anécdotas, nunca publicadas por ese viejo adagio del canibalismo canino. —SIGA LEYENDO EN LA GACETA—
Son cenas y copas como breves encuentros en el bosque de los carnutes, donde los secretos se transmiten sólo de druida a druida, y luego salen todos –maestros y discípulos– hasta arriba de poción. Pues en ese mundillo decadente de la prensa lo primero que te dicen de Luis María Anson no se puede contar ni con dos rombos. Lo segundo –aquí hay consenso– es que sabía vender periódicos como nadie.
De todo corazón hay que esperar que el académico tenga preparado otro epitafio –para dentro de mucho tiempo, claro– porque recordar a un periodista por su capacidad comercial –como si fuera un viajante de ropa interior–, no es el mejor elogio de todos. Quizá por eso lo repiten tanto, porque los amigos íntimos suelen esculpir el odio con los más crueles halagos.
También puede ser que en el caso de Anson las alabanzas no fueran inventadas contra él, sino que le contaminara la cercanía con don Juan Carlos, que del monarca también se ha repetido –casi hasta la república– lo gran comercial que ha sido. Lo peor –tan previsible– es que las décadas de alabanza sobre la capacidad para vender sólo podían acabar como lo están haciendo, con cualquier Verstrynge avispado preguntando por las comisiones.
Lógico, pues si haces del rey un dependiente le acaban tratando como a un hortera de ultramarinos. Y extraña que Luis María Anson se haya apuntado también ahora a esa defensa tan torpe de la monarquía y de la infanta. Lo ha hecho insultando al juez Castro, en una carta abierta a Miquel Roca que a muchos nos lleva a pensar en un error: que quizá haya escrito dos y enviado al periódico la misiva privada y viceversa. Porque la publicada casi parece un email entre dos fontaneros comentando como van a timar a los clientes sin dejar de hacer la pelota al jefe.
Otra vez ha fallado Anson, es una lástima. Pudo ser el William Buckley de nuestra prensa, liderar la derecha con glamour –como diría José María Marco– sin acomplejarse ante la pretendida superioridad moral de lo progre. Pero nada, prefirió ser sólo Anson y escribió genuflexo para que desde la izquierda le dejaran un sitio en el parnaso y le llamasen intelectual.
Dio hasta cierto punto la batalla política, pero eso que más da cuando lo importante lo has vendido todo.
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