Y que conste que donde digo alcaldes podría haber dicho perfectamente alcaldesas, que ya saben que ahora lo políticamente correcto es hablar en masculino y en femenino al mismo tiempo aunque uno caiga en la tontería más absoluta; y si no que se lo pregunten a Cayo Lara que con la emoción de anunciar que tira la toalla electoral ha llegado a afirmar textualmente: «Quiero mucho a mi organización. Yo soy de esos… y de esas».
Pero volviendo a lo de los alcaldes, alcaldesas o alcald@s ( esto último ya es lo más), me cuentan ambos que su desánimo físico y moral está provocado a partes iguales por el cartel de corruptos que se les ha colgado de la noche a la mañana y por el papel que sus respectivos líderes políticos están haciendo en esta pelea de gallos en que se ha convertido la política española, el uno porque en vez de sangre parece que tenga yeso en las venas, y el otro porque no está claro que entre la cal y la arena sepa distinguir cuál de las dos es la buena.
La crisis política, como ya ocurrió antes con la económica, ha abandonado las altas esferas para instalarse a pie de calle, y ahora estos dos ediles, abochornados por los mangantes que hoy parecen, sin serlo, mayoría, y huérfanos, como el resto de los ciudadanos, de unos andamios políticos de fuste, se ven obligados a andar de tapadillo por sus calles.
No coinciden ni en color, ni en ideología, ni en doctrina, pero sí están de acuerdo sin saberlo en que corren vientos capaces de borrar de un plumazo todo lo bueno que han podido hacer por sus vecinos en los últimos años. Los/as dos se plantean muy seriamente volver a presentarse, y es una lástima porque en ambos casos son valores probados, pero es que como cada uno/a por su lado reconocen, cada vez son más dentro de sus propios partidos los que, parafraseando a Jacques Séguéla, te dicen eso de: «No le digas a mi madre que soy alcalde… ella cree que soy pianista en un burdel»