Un libio, acogido en España en 2011 para recibir tratamiento médico de sus heridas de guerra, acaba de inmolarse con coche-bomba en Irak
Han elegido ‘selfi‘ como palabra del año, pero si me hubieran preguntado a mi, habría recomendado ‘EI‘.
Detrás de esas siglas engañosas se esconde un monstruo que se autodenomina Estado Islámico y que desde junio de este año, cuando en tres días se apoderó de la ciudad de Mosul, no ha habido semana en que no nos hayan estremecido degollando un periodista, decapitando prisioneros en cadena o esclavizando sexualmente mujeres cristianas o yazidíes.
El vídeo más reciente, el penúltimo, porque mañana subirán a Internet otro espanto, es la entrevista-confesión de un piloto jordano capturado por los yihadistas.
Cada vez que nos llega una entrega del horror, el presidente de EEUU, cuyos militares han sido como siempre quienes a fuerza de drones y bombardeos de precisión han frenado en seco a los facinerosos, repite que se trata de actos «bárbaros y abominables», pero evita referirse a la religión de los verdugos y a sus motivaciones ‘intimas‘.
Lo mismo hacen las cancillerías europeas o los medios de comunicación occidentales.
Eludir en nombre de qué se perpetran los crímenes o lo que vociferan los matarifes, que coincide con lo que aullaban los terroristas del 11-S, el 11-M o el 7-J, es no querer ver la realidad.
Hace un par de días, nos enteramos de que un libio, acogido en España en 2011 para recibir tratamiento médico de sus heridas de guerra, acaba de inmolarse con coche-bomba en Irak, siguiendo órdenes del EI.
El prenda, a quien se curó a cargo de nuestra Seguridad Social de sus lesiones en los ojos, se llevó por delante a una docena de policías en un control al grito de «¡Alá es grande!».
A la luz de esta noticia, no tengo muy claro si además de ‘EI‘, para competir con ‘Selfi‘, no convendría haber postulado también ‘papanatas‘ como palabra del año.
