La maniobra del Gobierno socialista para satisfacer al separatismo catalán tratando de manipular a capricho el proceso penal en el Tribunal Supremo ha dejado un paisaje desolador (Pedro Sánchez vende España a los golpistas a cambio de cenar una noche más en La Moncloa).
La estrategia de Sánchez no podía estar peor diseñada (Alfonso Ussía hiela la sonrisa de Pedro Sánchez con un espeluznante vaticinio penal y deja al PSOE de cobarde supino).
Su orden de pervertir el papel jurídico de la Abogacía del Estado ha causado estragos en el interior de esa institución, y además no ha sido interpretado como un «gesto» por los líderes golpistas del 1-O (La Fiscalia acusa como debe para sonrojo de Sánchez y cabreo de los golpistas catalanes).
Sánchez verá cómo sus Presupuestos quedan abocados al fracaso, salvo que en los próximos meses consiga un inédito acuerdo a dos bandas con Podemos y Cs.
Además ha comprometido la estrategia unitaria y homogénea del Estado de Derecho frente a quienes querían dinamitarlo.
Someter a la Abogacía para tratar de rebajar las hipotéticas condenas y debilitar así a la Fiscalía es un error de bulto, y pretender subordinar la legalidad, la letra y espíritu del Código Penal, a su propia supervivencia política, roza lo indecente.
Lo peor es que Sánchez no ofrece visos de rectificar. Se encuentra cómodo con la ruptura del bloque de partidos constitucionales, lo cual es dramático para España, y alimenta la tesis de que el conflicto de Cataluña solo podrá resolverse con un referéndum de más autogobierno.
Todo ello, en un contexto de profunda inestabilidad política y en pleno proceso de ralentización económica.
La estabilidad que ofrece Sánchez con 84 escaños es nula, y carece de lógica que si las previsiones electorales para el PSOE son tan optimistas como pronostica el CIS de Tezanos, Sánchez no convoque elecciones ya. Sus socios de Gobierno le rechazan pese a su voluntad de pagar el chantaje al que se sometió voluntariamente en la moción de censura, y PP y Ciudadanos no le van a sostener.
Sin posibilidad apararente de conseguir aprobar unas cuentas propias (para prolongar su mandato debería prorrogar las que le hizo Rajoy antes de la moción de censura); con un par de ministros abrasados a los que mantiene solo por no elevar a cuatro las dimisiones en el gabinete; cogido en mentiras flagrantes sobre su tesis plagiada; sin una inercia gobernate que le permita abordar con seriedad los indicios de desaceleración; entretenido en cuestiones irrelevantes para la gran mayoría de los españoles (como dónde esté enterrado Franco)…
Sánchez está acorralado, y no puede forzar más las costuras de nuestra democracia desde su extrema debilidad. Lo único responsable que le queda por hacer es convocar a los españoles a las urnas.
Como recoge este 4 de noviembre el título de la portada de ABC, del «Gobierno Frankenstein» del que hablaba Rubalcaba -una sopa de letras antinatural- hemos pasado a un «Gobierno zombi», obligado a gobernar por decreto y que podría verse forzado a continuar con esos «antisociales» presupuestos de Rajoy.