Esta vez no va de jabón (Pablo Iglesias miente hasta con el detergente: dice que usa Mistol pero en Vallecas tenía Fairy).
Ha vuelto a suceder; y en tiempo récord, además. Lo que comenzaba siendo una muestra más del nivel de podredumbre de las cloacas del Estado -el espionaje a la vida íntima de políticos dentro de su retiro familiar-, ha terminado en un burdo error informático, gris y sin mayor trascendencia, solo agigantado por la imaginación del líder podemita, Pablo Iglesias.
De cámaras pinchadas por torvas policías patrióticas y hackeos de servicios secretos, a un fallo en la configuración de un programa, que puede solucionarse vía email.
La pauta, de tan repetida, comienza a ser evidente. Para salir del agujero demoscópico donde él solo ha decidido hundirse con la compra del casoplón de Galapagar, Iglesias vende a la sociedad un discurso -una especie de gigantomaquia- dentro del cual él es, al tiempo, protagonista y víctima: el robo del móvil, el espionaje de la cámara, la censura de los medios…
Y claro, luego sucede que estas construcciones, de una ambición tan tremenda como poco fundamentada, cuando se contrastan con la realidad quedan retratadas en lo que realmente son: nada.
La imaginación es libre; y los hechos, ay, tozudos.
Para la próxima -porque estamos seguros de que habrá una próxima- sería deseable que los mariachis mediáticos de Iglesias tengan un cierto mayor pudor a la hora de propagar tanta mentira.
Más que nada porque el prestigio de la profesión periodística acaba resintiéndose. En cuanto a sus mariachis políticos, a ellos hay poco que decirles. Entendemos que de algo tienen que vivir, y no están en situación de contradecir las ocurrencias del Patrón.