El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Epístola a Jesús, un epígono de Otramotro (VII)

EPÍSTOLA A JESÚS, UN EPÍGONO DE OTRAMOTRO (VII)

Dilecto Jesús (ese que yo sé), epígono de este aprendiz de ruiseñor:

A propósito del soneto que titulé “La suerte, desde entonces, está echada” (se lo dediqué a mi finado hermano José Javier, con ocasión de su quincuagésimo tercer cumpleaños), es lógico que en la expresión citada hayas advertido la estela o el rastro dejado por la latina “alea iacta est” (“la suerte está echada”), que, proverbialmente, se adjudica a Julio César, y que, según la tradición, la pronunció tras decidir cruzar con sus tropas el río Rubicón. Con el duodécimo verso del soneto, que da título al mismo, lo que quise dar a entender es que, como dicen los versos precedentes, el dinero que me dio mi hermano lo invertí en comprar libros que leí con provecho, o sea, que no lo guardé en una hucha ni lo escondí bajo una baldosa. Mutatis mutandis, hice lo que cualquier persona puede aprender tras escuchar o leer la parábola de los talentos de Jesús en los versículos 14-30 del capítulo 25 del evangelio de san Mateo. Los dones que nos (brin)da Dios tenemos la obligación de hallarlos en nosotros mismos y, una vez identificados, procurar desarrollarlos con la clara determinación de optimizarlos. Tengo para mí que el talento, sea o no un don celestial, sea o no una lluvia milagrosa, como dijo en cierta ocasión el actor español José María Rodero, es “el fruto del desarrollo sistemático de unas cualidades especiales”.

Resumiendo, con el citado verso (quizás sea la acepción sexta del DRAE la que más le cuadre a mi “suerte”: “Aquello que ocurre o puede ocurrir para bien o para mal de personas o cosas”) quise dar a entender esto: lo que decidí hacer lo hice. Y no me arrepiento de haberlo hecho. Si no hubiera llevado a cabo entonces lo que coroné, acaso no hubiera adquirido los conocimientos que me han permitido escribirle el soneto de marras.

Espero y deseo que, tras esta explicación, la intelección del mismo sea completa, total.

Permíteme ahora el esparcimiento (que no miento) que sigue.

Acabo de llegar a donde se bifurca la vía. Ergo, dudo entre qué senda tomar, si el camino que lleva al pueblo donde la paremia más proverbial es “Contra el vicio de pedir, la virtud de no dar” o el que desemboca en la aldea donde prima el refrán que dice “El que no llora no mama” (“y el que no afana es un gil” continúa el “Cambalache” de Enrique Santos Discépolo). Ya veremos por cuál me decido.

Hay errores que hacen mucha gracia. Para “original”, el que tuve hace algún tiempo con el ídem, con la susodicha voz. Me comí, por síncopa, la sílaba “gi” (ji, ji, ji) central y quedó el vocablo mudado en otro, este, “orinal”.

En lo tocante a tu crítica o escolio sobre el soneto que dediqué a mi tía María, con la grata ocasión de su octogésimo tercer cumpleaños, debo comentarte lo siguiente:

Desde que leí in illo témporeLisístrata”, del comediógrafo griego Aristófanes, soy pacifista.

Curiosa poliptoton verbal, sí. El vocablo es femenino y no porta tilde. Confírmalo (aunque no seas obispo —permíteme este parvo desahogo—; como otras veces te he señalado, no lo tomes por mandado, sino como recomendación) en el DRAE. En la susodicha definición abunda la que (brin)da el diccionario de EL PAÍS.

Comparto, de cabo a rabo, los pareceres que sostienes en el párrafo tercero de tu apostilla. Dices verdades como puños (o, si lo prefieres, como templos).

No solo el último verso. Seguramente, los catorce versos del soneto son manifiestamente mejorables (uno hizo lo que pudo —feci quod potui, faciant meliora potentes—; y, como me conoces, ya sabes qué le acompaña o viene a continuación: quien hace todo lo que puede en un momento dado no está obligado a más), pero dudo que dicha mejora se dé con el cambio que propones. El verso postrero depende del verbo “remito” (que aparece en el verso precedente); o sea, le mando muchas felicidades y este soneto escrito con cariño. Ignoro qué mejor solución le ves y das tú al preferir a “con” la preposición “de”.

Bienvenida la crítica (también la crítica de la crítica), siempre que esta nazca de la voluntad o el deseo de hacer el bien.

Que viva, sí, y que nos haga vivir la benéfica poesía.

Te saluda quien te aprecia y abraza

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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