EPÍSTOLA A JESÚS, UN EPÍGONO DE OTRAMOTRO (CCLV)
Dilecto Jesús (ese que yo sé), epígono de este aprendiz de ruiseñor:
Pues a tu retoño, tu Jesús junior, ya mayor de edad, hazle llegar, de corazón, mis ¡muchas felicidades! Con mi hermano, “el Chichas”, ya he cumplido esta mañana. Le he llamado al móvil y le he dado mi enhorabuena por su quincuagésimo primer aniversario, o sea, por haber cumplido media centuria o la mitad de un siglo más la chorr(et)ada o propina, un año más.
Que disfrutéis de la cinta, “Ocho apellidos catalanes”. Quienes la han visto han salido ledos (seguramente, porque no aparecían en la misma algunos de los que portan o soportan los apellidos por ti mentados) de la secuela, que se cuela como un escualo o tiburón (o ladrón que hace un butrón) en la escuela.
Me gustaría conocer antes qué variables se van a tener en cuenta para valorar qué profesor (ella o él) imparte mejor su materia. Acaso un docente no domine tanto como otro la panoplia de ideas o conceptos que componen el conjunto didáctico de esta o esa asignatura, pero supere al resto en el procedimiento, que no miento, quiero decir, en las maneras de enseñarlos o en el método de educar. Tal vez lleguen sus lecciones más allá del examen de fin de curso, quiero decir, no se queden en el ámbito escolar, sino que les sirvan a sus alumnos para sus vidas de adultos y aun de ancianos.
Lo que diferencia a un profesor a secas de un buen docente, docente decente, y hasta un gran docente no es la experiencia que tenga en enseñar, sino sus aspiraciones o pretensiones de ser algún día tenido por sus alumnos por antorcha, ejemplo, espejo y/o guía; sus ganas de mejorar cada día, cada evaluación, cada curso; su inagotable pasión por la materia que va a impartir y por hacérsela entendible, inteligible, a sus discentes, digna de ser aprendida por ellos.
El buen profesor es el que se conoce a sí mismo y (conforme se va conociendo a sí mismo) conoce a sus alumnos (y/o viceversa). Es el que advierte qué le falta a él y qué carencias tienen ellos. Es el que leyó, verbigracia, esto (“Dime y lo olvido; enséñame y lo recuerdo; involúcrame y lo aprendo”), que adujo Benjamin Franklin, y un día sí y otro también sigue involucrando a sus discentes en lo que él anda involucrado.
El buen profesor es el que consigue inculcar a y en sus alumnos esto, que lo más importante de ser docente no es saber mucho de algo, ni conocer las diversas técnicas para darlo a conocer, condiciones que ayudan un montón, por supuesto, para llevar a cabo su cometido, sino que sus alumnos lleguen a aprender, tras un elaborado razonamiento personal o por simple intuición, los mecanismos mediante los cuales ellos logran aprender.
El buen profesor no es un sabelotodo, es el docente que, en la lógica y normal interacción que mantiene con sus alumnos, aprende también de ellos.
Como dijo Henry Brooks Adams, “un profesor trabaja para la eternidad: nadie puede decir dónde acaba su influencia”.
En torno a lo que dice el dicho sobre las segundas partes, el susodicho ha quedado varias veces clara y notoriamente desmentido; por ejemplo: “El padrino 2” (1974), “Aliens: el regreso” (1986), o “Terminator 2” (1991).
Te deseo lo propio, buen “finde”, y que sean muchas las olivas que le ayudes a recoger a tu laborioso progenitor.
Te saluda, aprecia, agradece y abraza
Ángel Sáez García
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