El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

A mi fémina amada y admirada

A MI FÉMINA AMADA Y ADMIRADA

Los renglones torcidos que siguen, por los que se dispone a pasar su vista el atento lector (ella o él), los escribí, entre las seis y las siete de la tarde del viernes, 26 de abril de 2019, en la biblioteca pública de Tudela. Los dirigí, de manera exclusiva, por supuesto, a una persona en concreto, Pilar, la mujer estupenda (en tantos ámbitos o terrenos) que conocí, estando disfrutando de mis vacaciones estivales, durante la segunda semana del mes de julio del año pasado, 2018, en el Puerto de la Cruz (Tenerife). Con la mentada, tras cenar en el restaurante, solía departir amigablemente en el bar del hotel Trianflor (hoy Magec), donde ambos estábamos hospedados. Luego, horas más tarde, después de desearnos mutuamente buenas noches y despedirnos hasta el día siguiente, tumbado, decúbito supino en la cama, a solas, mientras miraba el techo de la habitación, por arte de birlibirloque, me ocurría algo inexplicable, prodigioso, porque volvía a rememorar, no todo, como Funes, el memorioso, personaje que salió del magín de Borges, sino solo lo precipuo o principal de la conversación que había mantenido con ella apenas unas horas antes, como si se tratara de un déjà vu.

Aunque Pilar puso fin a nuestra extraña relación de pareja (ella, aunque parezca mentira, solo me dio dos ósculos en las mejillas unos momentos antes de despedirnos y de que ella subiera al autobús que la llevaría al aeropuerto y allí tomara el avión que la trasladaría a escasos kilómetros de su residencia habitual en Galicia) por teléfono, yo no he logrado dejar de amarla, quizá por la sencilla razón, que otras veces he aducido, de que, tras haber amado de verdad, resulta meramente imposible (por lo menos, ese es mi caso) tal cosa.

Aunque cueste creerlo, una sencilla (y muy incompleta) semana con Pilar me dejó tanto o más poso, me influyó tanto o más, que las muchas horas que he dedicado a leer y releer diversas obras de Cervantes, Lope, Quevedo, Forner, Clarín, Galdós, Unamuno, Ortega, Machado, Borges, Cortázar, Rulfo y una larga lista de autores clásicos.

Todo escritor que aspire a merecer un día ese sustantivo, escritor, debe gozar las mieles de un don concreto, libertad absoluta, para poder criticarlo todo, incluso algún comportamiento o episodio propio, siempre que este fuera manifiestamente censurable. Un escritor con todas las letras debe tener los redaños de reírse a mandíbula batiente de una actitud protagonizada por él (y con más razón si esta es hilarante), que le sirva de modelo para hacer lo propio con la visión y/o la escucha de otro hecho u otro dicho que le provoque una risotada desopilante, fuera este achacable (insisto) a sí mismo o a otro/a.

Servidor no es de los que suelen decir una cosa en privado y otra, contraria u opuesta, en público. Servidor se equivoca, pero hace todo lo posible por ser coherente, consecuente,… y, verbigracia, veraz con lo que ahora barrunta, intuye y piensa, que, salvo que vuelva a enamorarse (suceso que ha acaecido, agrego hoy, nueve de octubre, víspera de que este texto aparezca publicado en mi bitácora), seguramente (me desdigo, lo lamento, porque ahora dudo o pongo en tela de juicio que llegue a acontecer lo que sigue), se morirá con el rostro que tenía Pilar el año pasado en la mente y con el nombre de Pilar, dándole las gracias por esa semana que dará sentido a su existencia, en sus labios.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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