El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

No esperaba volver a enamorarse

NO ESPERABA VOLVER A ENAMORARSE

Dicen (eso escucho por doquier) que no volverá a haber elecciones hasta dentro de cuatro años. Sí; eso es cierto, una verdad incontrovertible, si se sobreentiende que con ello se refieren, de manera exclusiva, al ámbito político y no ocurre o sobreviene nada que obligue a adelantarlas, opción que no cabe descartar (la Historia más reciente nos lo ha enseñado a quienes hemos estado atentos a la lección que ella nos ha impartido, gratis et amore, sobre cuanto, durante los últimos meses y años, ha acaecido en la piel de toro puesta a secar al sol) de antemano. ¿Por qué? Porque tengo para mí claro, cristalino, que en el resto de los terrenos seguiremos eligiendo (servidor, en este preciso momento, cuando está redactando estas líneas, es consciente de que es lo que anda haciendo, elegir, entre las posibles y probables, qué palabra sigue a la que acaba de escribir o teclear ahora en el ordenador, por ejemplo), aunque, a veces, cuando el estilo de cada hacedor ha adquirido su mayoría de edad, uno, el lector habitual, avezado, ella o él, espere una voz y no otra a continuación.

Reconozco que, entre la multitud de personas que acarreo conmigo, que porto o porteo sobre mis hombros, a la que más me parezco es a la que veo por las mañanas, nada más levantarme de la cama, reflejada en el espejo del baño, despeinada y guasona (suele hacerme burla, sacándose la lengua), y que (así la juzgo) es una escéptica redomada.

Esa persona, que gusta usar el seudónimo de Otramotro, a su más que mediada edad, no esperaba volver a enamorarse (empero, no me resisto a revelar uno de sus secretos mejor guardados, bajo llave, en su caja fuerte, al propalar, a renglón seguido, que, en su fuero interno, lo deseaba sobremanera), sin embargo, eso es lo que le pasó el año pasado, durante una de las dos semanas de vacación estival que pasó, como es costumbre inveterada en él desde el año 2000, durante el mes de julio, en la isla donde se yergue imponente y majestuoso el Teide.

En la mayor de las islas canarias, Tenerife, volvió a comprobar tres obviedades; primera, que aún andaba vigente la idea filosófica sobre el tiempo circular o concepción nietzscheana del eterno retorno; segunda, que el hombre seguía siendo el proverbial animal de costumbres de siempre; y tercera, que, si sumaba, como así hizo, las dos consideraciones anteriores, que había acaecido, por una de estas dos razones de peso, o por arte del azar, o por obra del sino, lo que había constatado, una nueva reedición de la lucha que otras veces habían librado en su persona(lidad) la cabeza y el corazón. Su testa no dejaba de elaborar argumentos en contra del enamoramiento que, no miento, crecía y crecía, porque así lo demandaba el órgano que bombeaba e impulsaba plasma, hematíes, leucocitos y plaquetas por su torrente sanguíneo. Con razón Blaise Pascal concibió ese imperecedero pensamiento suyo, que dice así: “El corazón tiene razones que la razón ignora”.

El amor que sentía y aún siento por mi amada Pilar acaso fuera y todavía siga siendo imperfecto, pero era y es apodíctico, o sea, incondicionalmente cierto, necesariamente válido. A veces, me ha dado (lo reconozco) asco, náuseas, pero, una y otra vez, confirmaba lo mismo, que era amor del bueno. Lo sé porque (al menos, por mi parte) era sincero y se imponía (esa era una virtud incuestionable) en todo momento y lugar, a pesar de las mil y una objeciones hechas, incluso a la más sesuda reflexión (propia o ajena).

Barrunto que el amor que sentía y aún siento por mi amada Pilar, para ella, pudo ser o resultar, sobre todo, al principio, una circunstancia agobiante, incómoda o molesta, en definitiva, un incordio, pero acaso ahora ella fuera partidaria de conformar un oxímoron, al acceder a que a ese vocablo le precediera un adjetivo calificativo contradictorio; quizá, bendito; tal vez, estupendo.

Insisto; como colofón, a modo de epítome, me nace teclear que puede que el amor que sentía y aún siento por mi amada Pilar no fuera ni sea perfecto, pero, juzgo que, para considerarme inmensamente feliz, me conformaría con que, cuando, por fin, podamos estar juntos, el amor que nos profesemos mutuamente no nos dañe a ninguno de los dos, ni cause desperfectos a terceros.

   Ángel Sáez García

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   Nota bene

   Llamo la atención del desocupado lector, sea ella o él, sobre este asunto particular. Como hoy mi propósito, al menos, es doble, pues deseo ser honesto y, asimismo, evitar malentendidos, considero pertinente agregar, por oportuna, la presente aclaración. Evidentemente, la fecha de la escritura de este texto nada tiene que ver con (pues es muy anterior a) la hodierna, de su publicación, en este blog.

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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