NO ES MALO COINCIDIR NI DISCREPAR
Dilecta Pilar:
Como coincido con tu criterio, no agregaré más que un amén aquiescente. Las tres personas mentadas, José Carlos, José Luis y María Antonia, se han hecho merecedoras de que incrementáramos nuestro inicial cariño y respeto por ellos.
Yo creo que todos los sensatos (aunque nosotros nos reputemos tales, seguramente, más de una insensatez habremos dicho o hecho a lo ancho y largo de nuestra existencia) nos atrevemos a hacer tal cosa, contravenir las reglas que sean (¿métricas?, pues esas, las dichas) cuando, dentro de esa horquilla que va de la humildad a la soberbia, tenemos conciencia y constancia de que dominamos ese ámbito del saber.
Como lo precipuo o principal debe ir en cabeza o vanguardia, es mi deseo y esperanza que la contractura que tienes a la altura de la escápula (ese era el término que usaba habitualmente el catedrático de Anatomía que nos impartía la mentada asignatura, el doctor José Escolar, cuando yo estudiaba primer curso de la carrera de Medicina en Zaragoza, para referirse al hueso que tú llamas correctamente omóplato u omoplato) la solventes cuanto antes. Ergo, no insistiré en la recomendación del médico (especialista en traumatología o no) que te auscultó: reposo.
No es malo estar de acuerdo (en esto, eso o aquello). Tampoco lo es discrepar (en aquello, eso o esto). A veces, necesitamos que abunden con nosotros para afianzar nuestra opinión o cerciorarnos de que lo que pensamos no es (tan) descabellado.
Con la edad, con el paso de los años vividos, uno advierte que es más justo hacer el esfuerzo de comprender al otro y empatizar con él que lo contrario u opuesto, no hacerlo.
Así es; contrastar nuestros pareceres con los de nuestros semejantes hace que nuestra mente abra sus puertas y ventanas para que entren otras luces, otros vientos, y que valoremos que el otro puede estar también en lo cierto, que todos podemos tener una porción de razón (compatible y complementaria con las restantes) de ese todo, que es la fetén, la verdad. Como seres sociales que somos, también cabe decir lo que a ti y a mí nos consta, que nos comprendemos conforme comprendemos a los demás y viceversa, que comprendemos a los demás conforme nos comprendemos.
Te dejo; que voy a ver si recuerdo con fidelidad los diez versos de la décima que he ido trenzando mentalmente mientras bajaba a la biblioteca. Tienen que ver con la nueva que esta tarde me ha comunicado mi hermano Miguel Ángel, “el Chato”: su hija mayor, mi sobrina Rocío, ha aprobado la oposición. ¡Enhorabuena (a ella y a sus émulas/os, las/os que han salido airosas/os del mismo brete)!
Otro (de tu amigo Otramotro).
Ángel Sáez García