El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Iris, te llevarás varias sorpresas

IRIS, TE LLEVARÁS VARIAS SORPRESAS

INCLUSO APRENDERÁS DE QUIEN NO ESPERAS/PIENSAS

Dilecta Iris:

He aprendido un montón (ya conoces la expresión latina, “adde parvum parvo, magnus acervus erit”; y su traducción literal “añade un poco a otro poco y el montón será grande”) mientras (con mis colegas y compañeros, fueran de Primaria, Secundaria o Universidad) asistía atento a las explicaciones/lecciones que sobre el asunto que fuera nos impartía el profesor (ella o él) en clase, pero no menos mientras, estando solo en mi cuarto, en silencio, leía al autor (hembra o varón, singular, dual o plural) que fuera.

He aprendido mucho en la Facultad, pero también lo he hecho en las barras de diferentes bares (donde, por cierto, tuve que echar muchas horas para disponer del dinero que me permitiera matricularme y acudir, primero, a la de Medicina y, luego, a la de Filosofía y Letras, en Zaragoza.

Para aprender solo son necesarias ganas (y aun sin ellas, pues hay quienes, a veces, escarmentamos en cabeza ajena; y, a veces, en testa propia) o voluntad de hacerlo en cualquier espacio y/o tiempo. Además, si hemos conseguido cepillarnos el vagón repleto de prejuicios que todos los jóvenes, recién estrenada la mayoridad, solemos acarrear, cualquier esquina puede ser una magnífica, por bien surtida de ejemplares o volúmenes, biblioteca. Nunca olvidaré, verbigracia, lo que le escuché aducir en una de ellas, la de un bar de Alfaro (La Rioja), a quien aquel día, viernes, jornada de mercadillo, tenía un puesto de frutas y verduras en él: “En un día de mercado se puede aprender más que en un año de Universidad” (que, al instante, completó, al agregar, zumbón, “sobre todo, si quien tiene que ir no aparece por la Facultad”).

Hoy en día, por ejemplo, se tiende a creer a pies juntillas (el mismo argumento se lo he oído esgrimir a una legión de alumnos) que, como toda la información (incluida la fetén) está en la red de redes, no merece la pena hacer el esfuerzo de atender al profesor (hembra o varón, sesentón o treintañero) en clase. Me consta que algún discente desorientado se ha sumado al desmán de sus discentes y juntos se han dejado llevar por esa contante y corriente ocurrencia.

Lo que está claro, cristalino, es que de nada sirve que un educador preparado, competente, disponga de las mejores herramientas didácticas, si no hay (no halla) en el aula (¿jaula?) quienes deseen aprender.

En todo proceso de enseñanza/aprendizaje conviene no olvidar algo que es importante, por precipuo o principal: en un momento concreto o en varios, tanto el profesor como los alumnos tienen que estar dispuestos a intercambiar sus roles; y, de hecho, así ocurre, de manera natural, en el grueso de los centros docentes. Reconozco que suelo desconfiar del profesor que alardea, de modo soberbiamente bobo, de que no ha aprendido nada (de nada) de sus alumnos.

Me dispongo a dar remate ¿apropiado? a estos renglones torcidos asumiendo lo obvio, que también he aprendido de ti, amada musa tinerfeña, Iris. Confío, deseo y espero que lo propio haya ocurrido a la inversa o viceversa. Por cierto, tampoco echaré en saco roto ni olvidaré, porque me agradó el copón, la dedicatoria que, de consuno, de manera consensuada por toda la clase, decidieron escribirme al final del curso los alumnos en un libro que me regalaron: “A Ángel, amigo de profesores y profesor de amigos”.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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