LA VERDAD SOLO SE HALLA EN MI CONCIENCIA,
QUE EN LAS PÁGINAS VIERTO DE ESTE DIARIO
Esta tarde, durante los quince minutos que, como mucho, suele alargarse, de manera asidua, mi rato de siesta, mi inconsciente me ha suministrado, gratis et amore, dos episodios oníricos (ignoro si han sido más los abastecidos, pero solo son dos los que recuerdo con absoluta fidelidad, los que me dispongo a referir, grosso modo, a continuación). En el primero, he soñado que mi hermano Miguel Ángel, “el Chato”, venía a casa para entregarme el tercer niqui que me había prometido. Recientemente, otro día, dentro de otro episodio onírico, me había regalado otros dos polos, sin estrenar. Este sueño no tenía nada de particular, porque lo propio había sucedido en la realidad. Era un eco o mero reflejo de lo acontecido. Aquellos me los probé, pero el último no, porque está claro que me quedará bien, según he colegido. Hemos discrepado del color de la citada prenda primaveral o veraniega; para él era azul; para mí era gris oscuro. Le he dado las gracias y se ha ido sin beber nada. El otro día se tomó una coca-cola, porque venía sediento.
En el segundo, he soñado que era Guillermo Ocón, el protagonista de una secuela (y he asistido a cómo dicha continuación se colaba por una grieta o rendija que había visto en la lista de novedades de una librería de postín) sui géneris de “1984”, de George Orwell, titulada “2048”, anónima. En el inicio de la citada novela, yo, Ocón, era reeducado por un agente corrector o docente del Partido Único de Oceanía (estaba claro que este nombre cuadraba más, era más pertinente que el que había tenido el planeta azul hasta dos lustros antes, La Tierra). Me ha preguntado en cuántos dioses creía y le he contestado lo que he intuido que esperaba oír, en uno, pero me he debido equivocar a la hora de elegir, porque he optado por la respuesta clásica: en Dios Todopoderoso; y he marrado. Ha procedido a darme la descarga eléctrica prescrita en el manual de uso y he aprendido (habrá quien diga que lo he hecho por ciencia infusa, habrá quien aduzca otra alternativa), al instante, la lección, porque ha vuelto a preguntarme y esta vez, sí, he elegido la respuesta correcta: en el Gran Hermano, que todo lo capta y todo lo sabe.
He conseguido engañarle fácilmente, porque soy un mendaz redomado. ¿Que cómo lo he logrado? Usted, atento y desocupado lector, lo va a saber enseguida, si sigue leyendo, porque me voy a limitar a transcribir, palabra por palabra, cuanto acabo de trenzar en mi diario, único lugar donde vierto las verdades del barquero.
“Últimamente, me confieso ateo, pero aquí, en mi diario, donde me comprometí a no mentir, debo confesar la verdad y solo la verdad, que creo. ¿En qué? Aún no lo sé a ciencia cierta, pero sigo indagando, empeñado que averiguarlo pronto.
“Formo parte de una secta que mantiene una relación estrecha con la verdad. La verdad solo la poseemos los miembros del clan, que, obviamente, nos sentimos agraciados y muy honrados, orgullosos y satisfechos de haber sido elegidos por quien nos introdujo en la secta. Nosotros, poseedores de la verdad, somos también sus defensores a ultranza y sus guardianes. Para conservarla inmaculada, debemos protegerla de los ataques de los legos, que buscan mancillarla.
“Para mantener la secta intacta, no expresamos nunca, públicamente, que somos miembros de la susodicha, ni la ponemos al alcance de las entendederas de los no dignos de ella; así que nos vemos obligados a mentir. Y, como mantenernos callados puede malinterpretarse y no nos lleva a ninguna parte, porque los demás quieren saber sobre ella para abatirla y con nuestra religión a nosotros, recurrimos a las patrañas. Cada uno de los miembros de la secta (solo conocimos a quien nos introdujo en la misma, pero, como hicimos el voto de olvidar ese dato, para no tener que delatarlo, ya no sabemos quién fue) es una especie de Zeus o Proteo, por las múltiples formas que podemos adoptar, o si lo prefiere, atento y desocupado lector, ora sea o se sienta ella él o no binario, de estos renglones torcidos, de Mortadelo, por los variopintos disfraces que nos cuadran o podemos ponernos en un solo día.
“A fin de guardar a salvo la verdad, largamos o soltamos a quien nos pregunta o nos hace hablar sobre ella lo falso. La fetén se guarda en el altar o dentro de una hornacina. Nadie se refiere a ella porque solo pensar en ella la prostituiría. Así que la mejor forma de que siga sobre la peana es decir embelecos sobre ella. Eso es, poco más o menos, lo que hicieron los escritores de la biblia, y hasta el autor que llamamos Homero, ya que fueron varios los que se agruparon bajo ese único y mismo nombre.
Para no exponernos a ser contradichos o refutados en nuestra creencia, la verdad se la seguimos ocultando al resto, los demás, que pueden ser miembros de la secta, policías o no, o legos”.
Ángel Sáez García