¿ESCARMENTARÁS TÚ EN CABEZA AJENA?
Quinto Horacio Flaco, que acaso no fue ni el quinto hijo de quienes fueran sus progenitores —quizá convenga destacar, por no ser un dato baladí, el elogio que hace de su padre en “Sátiras”, 1. 6. 65-92, donde cabe leer este monumento encomiástico de quien fue esclavo, pero devino liberto: “Si mi carácter está viciado por algunas faltas menores, pero es decente y moral en todo lo demás; si solo se le pueden señalar algunas manchas dispersas en su superficie, mas es inmaculado en el resto; si nadie puede acusarme de avaricia, ni de mojigatería, ni de despilfarro; si vivo una vida virtuosa, libre de mancilla (perdona, por un momento, mi autoelogio); y si soy para mis amigos un buen amigo, todo se lo debo a mi padre… Tal como es ahora, merece de mí gratitud y alabanza sin reservas. Nunca podría avergonzarme de un padre así, ni siento ninguna necesidad, como mucha gente, de disculparme por ser hijo de un liberto”—, ni flaco, dejó escritas estas auténticas, firmes y sabias palabras en “Carmina” I 4, 13-14: “Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas regumque turres”, o sea, la pálida muerte golpea con igual pie las chozas de los pobres y los palacios de los reyes (dando a entender que la muerte nos iguala a todos los seres humanos, ricos y pobres, blancos y negros, jóvenes y viejos, etc.; frase que aparece citada por Cervantes en el prólogo que escribió a la primera parte de su “Quijote”), usando para tal fin una figura literaria conocida por metonimia (aunque no faltarán quienes vean en ella más a su prima hermana o carnal, la sinécdoque; y es que, si acudimos al Diccionario de la lengua española, a fin de salir de dudas, puede que no nos logremos deshacer tan fácilmente de ellas). Leamos las definiciones que de ambos vocablos da la susodicha fuente. Metonimia: “f. Ret. Tropo que consiste en designar algo con el nombre de otra cosa tomando el efecto por la causa o viceversa, el autor por sus obras, el signo por la cosa significada, etc.; p. ej., las canas por la vejez; leer a Virgilio, por leer las obras de Virgilio; el laurel por la gloria, etc.”. Y sinécdoque: “f. Ret. Designación de una cosa con el nombre de otra, de manera similar a la metonimia, aplicando a un todo el nombre de una de sus partes —en el caso que nos ocupa, las torres por los palacios—, o viceversa, a un género el de la especie, o al contrario, a una cosa el de la materia de que está formada, etc., como en cien cabezas por cien reses, en los mortales por los seres humanos, en el acero por la espada, etc.”. Siento que queda en mi mente la impresión refractaria de que las denotaciones de esos dos términos fueron hechas por distintas personas, pero no tengo una sola prueba fehaciente que venga a probar lo atinado de mi criterio y, por ende, puedo equivocarme. Y, asimismo, que ambas redacciones de las mismas son manifiestamente mejorables, en lo tocante al uso de las comas.
El mismo autor, Horacio, también dejó escrito este apotegma: “Quid rides? Mutato nomine de te fabula narratur”, es decir, ¿Por qué te ríes? Cambiado el nombre, la fábula habla de ti. Y es que nadie puede abatir del pedestal donde está y sigue instalada esa verdad apodíctica que cabe considerar todo modelo conductual, o sea, que no conviene echar por tierra la extensión que suele hacerse de la ejemplaridad de un hecho concreto. A eso se le llama en español escarmentar en cabeza ajena. Así que, tal vez me haya metido en camisa de once varas, y ahora el o los redactores de las dos palabras del DLE, mancomunados o por separado, se dediquen a sacarme los colores a mí, por el uso indebido que haya hecho, según ellos, de los signos de puntuación.
Ángel Sáez García