Artículo de opinión

Mitzy Capriles de Ledezma: Ruega por ellos

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El desgarrador alarido que refiere y describe el Evangelio de Mateo precisa que: “Hacia las tres de la tarde, Jesús gritó con fuerte voz: “¡Elí, Elí!”, que en arameo significa: “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?”. Esas fueron las frases, que plasmaron Marcos y Mateo, de aquel ser humano, el hijo de Dios, encarando a su padre al que reclamaba, en medio de aquel suplicio al que era sometido, que no lo abandonara. Eran lamentos impulsados por ese inmenso dolor, tanto el que escarmentaban sus huesos y su carne, como el abatimiento espiritual derivado de las traiciones que lo afligían en medio de aquella penosa crucifixión.

A partir de todos esos procesos los cristianos celebramos La Semana Santa para conmemorar la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. La costumbre, hábitos y tradicionales prácticas, apuntan a que “el quinto día no se puede consumir carne de cerdo ni de res y se debe guardar abstinencia, por lo que, actividades que impidan llevar a cabo esta solemnidad como realizar juegos de azar, salir de fiesta o consumir bebidas alcohólicas no se deben hacer”. En la realidad será cada quien con su conciencia el que cargará con remordimientos o respirará tranquilo con la tranquilidad de haber respetado u observado esas pautas.

Los documentos que circulan con la venia de las autoridades eclesiásticas, indican que “El Viernes Santo es el segundo día del llamado Triduo Pascual, el periodo durante el cual la liturgia católica conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. En esta festividad se recuerda la muerte en la cruz del fundador del Cristianismo después de que Judas Iscariote lo delatara por 30 monedas de plata”.  Si el Viernes Santo se recuerda la muerte en la cruz de Jesús, el Sábado Santo es la conmemoración de Dios hecho hombre en el sepulcro y su descenso al abismo.

El pasado viernes participamos en las jornadas organizadas por las instituciones públicas y privadas de Madrid que se esmeran en mantener y realizar, año tras año, esos rituales que concitan a miles de feligreses en diferentes zonas de la capital española. Son procesiones de fe, en las que desfilan los integrantes de las cofradías que con una devoción excepcional acometen sus tareas sacando fuerza de sus espíritus para acerar sus musculaturas capaces de levantar y hacer danzar a la Virgen y a Jesús mientras avanzan por el centro de multitudes que oran, veneran y aplauden con una contagiosa efusión.

Resultaba imposible no pensar en nuestra Venezuela y en nuestra gente, en especial los que padecen todo tipo de penurias económicas dentro del territorio nacional, los millones de venezolanos dispersos por el mundo buscando un pedazo de tierra extranjera para sobrevivir y, esencialmente, por los que están reducidos a prisión en esos calabozos en los que son crucificados centenares de presos políticos civiles y militares. Por todos rogamos, por todos elevamos nuestras suplicas a la Virgen y a Jesús, seguros de que escucharán los gritos de esos fieles, víctimas de tales tormentos para que ¡no sean abandonados!

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