El viaje del presidente chino, Xi Jinping, a Moscú para participar en el 80º aniversario de la victoria del Ejército Rojo sobre la Alemania nazi es un acto cargado de simbolismo, pero, sobre todo, de mensajes políticos dirigidos al mundo entero. No es casualidad que la visita incluya un gran desfile militar en la Plaza Roja y reuniones estratégicas con Vladímir Putin: ambos líderes buscan, bajo la excusa de la memoria histórica, mostrar al planeta la solidez de una alianza que trasciende lo ceremonial y apunta a redefinir el tablero geopolítico global.
La agenda oficial habla de “comunicación estratégica” y de “profundizar la confianza política mutua”, pero en realidad lo que se está cocinando en Moscú es una respuesta coordinada a la presión occidental, especialmente en un contexto de tensiones crecientes por la guerra en Ucrania y la pugna tecnológica y comercial con Estados Unidos. Xi y Putin no solo comparten intereses, sino también una visión común: la de un mundo multipolar donde Occidente deje de ser el árbitro único del orden internacional.
La Cancillería china lo dice sin rodeos: el consenso entre ambos líderes busca “promover una visión correcta de la historia de la Segunda Guerra Mundial y defender los logros de la victoria y el orden internacional establecido tras la guerra”. Pero, ¿qué significa realmente esa “visión correcta”? Es, en esencia, un pulso por la narrativa global, una forma de contrarrestar el relato dominante en Europa y Estados Unidos sobre el pasado, el presente y el futuro del sistema internacional.
La coincidencia con el 80º aniversario de la fundación de la ONU tampoco es trivial. China y Rusia, miembros permanentes del Consejo de Seguridad, reivindican su “responsabilidad especial” y su papel como garantes de una gobernanza global que, según ellos, debe ser más equitativa y menos sujeta a los dictados del unilateralismo occidental. De ahí el énfasis en “fortalecer la cooperación en plataformas multilaterales” y en liderar, junto al Sur Global, una nueva era de relaciones internacionales.
El desfile en Moscú será, por tanto, mucho más que una evocación del pasado. Es la escenificación de una alianza que, aunque niegue apuntar contra terceros, se erige como alternativa al modelo occidental y como refugio para quienes desafían la hegemonía de Washington y Bruselas. La presencia de otros líderes internacionales, como Lula da Silva, Nicolás Maduro o Miguel Díaz-Canel, refuerza esa imagen de bloque alternativo y multiplica el eco del mensaje.
En definitiva, la visita de Xi Jinping a Rusia es un recordatorio de que la historia no solo se recuerda, sino que se utiliza como herramienta de poder. En un mundo en plena reconfiguración, el desfile de Moscú es tanto una celebración como una advertencia: la alianza sino-rusa está aquí para quedarse y pretende marcar el ritmo de los nuevos tiempos.