UN PROYECTO MONUMENTAL: AISLAMIENTO EN LA SELVA

Así es la mega-cárcel de máxima seguridad que Francia coinstruye en la Amazonía: narcotraficantes y yihadistas

El anuncio de una nueva prisión de máxima seguridad en Guayana Francesa revive el debate sobre las cárceles de ultramar y el pasado colonial francés

La cárcel francesa en la Amazonia
La cárcel francesa en la Amazonia. PD

Francia ha vuelto a situar la Guayana Francesa en el centro del debate internacional tras anunciar la construcción de una mega-cárcel de máxima seguridad en pleno corazón de la Amazonía.

El objetivo oficial: aislar a narcotraficantes y extremistas islamistas de alto riesgo, blindando al país frente al crimen organizado y la amenaza terrorista.

La decisión ha reabierto viejas heridas históricas y pone bajo los focos la persistencia del modelo punitivo ultramarino, con profundas implicaciones éticas y políticas.

La futura prisión, con apertura prevista para 2028 y una inversión cercana a los 400 millones de euros, se ubicará en Saint-Laurent-du-Maroni, en una zona remota del oeste amazónico francés. Allí se levantarán instalaciones capaces de albergar hasta 500 reclusos, entre ellos 60 narcotraficantes considerados de alto nivel y 15 condenados por terrorismo islamista. El complejo contará con un ala especial diseñada para quienes sean clasificados como extremadamente peligrosos, bajo un régimen carcelario “extremadamente estricto”.

El lugar no ha sido elegido al azar. La Guayana Francesa es hoy un punto neurálgico del tráfico de drogas hacia Europa, gracias a su frontera directa con Brasil y Surinam. Para las autoridades galas, alejar a los capos y jefes del crimen organizado miles de kilómetros supone cortar sus vínculos y capacidad de mando sobre las redes criminales en la metrópoli. El ministro del Interior, Gérald Darmanin, lo resumió así: “Los jefes del narcotráfico ya no podrán comunicarse con sus organizaciones”.

Herencia colonial: el eco amargo de las cárceles de ultramar

La elección de Saint-Laurent-du-Maroni tiene además una potente carga simbólica e histórica. Durante casi un siglo, esta ciudad fue la puerta de entrada a uno de los sistemas penitenciarios más infames del mundo: las colonias penales francesas en ultramar. Entre 1852 y 1951, miles de presos comunes y políticos —incluido el célebre Alfred Dreyfus— fueron deportados a enclaves como Cayena o la Isla del Diablo, donde morían víctimas del clima tropical, enfermedades o malnutrición. El caso inspiró novelas como Papillon, que retrató la brutalidad y desesperanza que reinaba en aquellos penales.

El modelo buscaba dos fines: deshacerse de los elementos indeseables en Francia continental y poblar colonias consideradas inhóspitas para el colono europeo. La realidad fue un fracaso humanitario y social. La mayoría de los deportados no sobrevivía más allá de unos años; quienes quedaban libres rara vez podían regresar a Europa por falta de medios, quedando marginados en la colonia. El cierre definitivo llegó solo después de décadas de escándalos públicos y presión internacional.

Hoy, buena parte del debate gira precisamente sobre esa continuidad histórica. Para muchos observadores locales e internacionales, el proyecto resucita viejas lógicas coloniales bajo un nuevo barniz tecnocrático: “La medida profundiza la desconexión entre Francia y sus territorios de ultramar”, han señalado voces críticas desde Guayana Francesa. En palabras directas: “No es solo una cárcel; es el símbolo de una relación basada en la imposición”.

Motivos oficiales y contexto actual

El endurecimiento penitenciario francés no se produce en el vacío. En los últimos meses, el país ha sufrido una ola creciente de incidentes violentos en prisiones metropolitanas, incluidos ataques armados e incendios provocados por organizaciones criminales como represalia por nuevas leyes restrictivas sobre comunicaciones y visitas. Paralelamente, el gobierno ha puesto en marcha otras medidas como una fiscalía especializada contra el crimen organizado y mayores poderes para investigadores.

El objetivo declarado es doble:

  • Inhabilitar operativamente a los grandes capos criminales.
  • Evitar que sigan dirigiendo actividades ilícitas desde dentro de las cárceles.

La ubicación remota busca eliminar cualquier posible contacto o influencia exterior.

Cárceles ultramarinas: pasado y presente

Francia no es ajena al uso penal del exilio geográfico. Desde mediados del siglo XIX hasta bien entrado el XX, deportar a presos a colonias lejanas fue práctica habitual entre potencias europeas. El caso galo destaca por la magnitud y brutalidad del sistema amazónico:

  • Saint-Laurent-du-Maroni, Cayena e Islas Salvación fueron centros clave para trabajos forzados.
  • Las condiciones eran infrahumanas: altas tasas de mortalidad por enfermedad y maltrato.
  • La colonia penal fue finalmente cerrada tras la Segunda Guerra Mundial; los supervivientes apenas pudieron regresar a Francia.

El nuevo penal —con su tecnología avanzada pero lógica similar— genera inquietud sobre si se está repitiendo una historia que parecía superada.

Reacciones locales e internacionales

Mientras que algunos sectores franceses defienden la medida como imprescindible ante amenazas globales crecientes, otros alertan sobre las repercusiones sociales para Guayana Francesa. No solo se teme un aumento del estigma asociado al territorio; también hay preocupación por el impacto económico limitado (empleo temporal durante la construcción) frente al coste humano que puede suponer perpetuar ese rol periférico.

Por otro lado, organizaciones internacionales han comenzado a cuestionar si aislar completamente a detenidos —incluso bajo justificación antiterrorista— respeta los derechos fundamentales reconocidos por tratados europeos e internacionales.

Mirando al futuro

Francia se enfrenta así al dilema clásico entre seguridad nacional y respeto a su propia historia democrática. La mega-cárcel amazónica será sin duda un laboratorio para medir hasta qué punto puede lograrse el aislamiento efectivo sin incurrir en prácticas punitivas desproporcionadas ni alimentar agravios históricos pendientes.

En última instancia, este megaproyecto no solo responde al auge global del crimen organizado sino que reabre debates profundos sobre identidad nacional, memoria colonial y justicia contemporánea. Las próximas etapas —desde su construcción hasta su funcionamiento efectivo— serán observadas con lupa tanto dentro como fuera del hexágono.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído