Entrar en el círculo de confianza de Nicolás Maduro no es tarea sencilla. Sin embargo, el socialista español José Luis Rodríguez Zapatero lo ha logrado, erigiéndose en una de las figuras europeas más próximas al régimen chavista en la última década. Su amistad, plagada de gestos públicos y viajes, se ha convertido en un símbolo de las complejas relaciones entre España y Venezuela, mientras crecen las dudas sobre las motivaciones e intereses que alimentan ese vínculo.
A día de hoy, 26 de agosto de 2025, la figura de Zapatero sigue en el epicentro de la controversia política y mediática. La reciente multiplicación de su patrimonio inmobiliario y el papel que desempeña como “embajador” oficioso del chavismo han reavivado el debate sobre la ética de los exdirigentes que capitalizan sus contactos internacionales. El trasfondo: una Venezuela cercada por causas de narcoterrorismo abiertas en Estados Unidos, sanciones internacionales y una economía devastada por años de mala gestión y corrupción.
El ascenso de Zapatero como mediador y la sombra del patrimonio
Desde 2015, Zapatero ha intensificado sus viajes a Caracas, ejerciendo de mediador en la crisis venezolana y defendiendo públicamente al régimen de Maduro. En paralelo, ha renunciado a su sueldo vitalicio de expresidente y al Consejo de Estado para dedicarse a actividades internacionales, la mayoría vinculadas a fundaciones y consultoría. Lo que ha sorprendido a la opinión pública es el salto patrimonial de la familia Zapatero-Espinosa, que ha pasado de poseer una residencia modesta a gestionar un portafolio inmobiliario con chalets en zonas exclusivas de Madrid y una villa en Lanzarote, valorados en varios millones de euros.
Las sospechas se alimentan por la opacidad en torno a la procedencia de estos fondos y la falta de explicaciones detalladas sobre sus ingresos extraoficiales. Aunque Zapatero ha defendido la legalidad de sus operaciones, la relación directa entre el incremento de su fortuna y sus gestiones en Venezuela es objeto de escrutinio por parte de expertos en transparencia y ética pública, que exigen mayor claridad cuando hay vínculos con regímenes señalados por violaciones de derechos humanos.
España, Venezuela y la trama Morodo
Las conexiones entre el socialismo español y el chavismo han ido más allá de la mera diplomacia. El escándalo del exembajador Raúl Morodo, nombrado durante el mandato de Zapatero, es el ejemplo más notorio: Morodo y su hijo admitieron haber cobrado millones de euros de la petrolera estatal venezolana PDVSA a cambio de asesorías ficticias, lo que ha supuesto una mancha indeleble en la imagen internacional de España. Este caso, sumado a episodios como el “Delcygate” —la polémica entrada de la vicepresidenta venezolana Delcy Rodríguez en el aeropuerto de Barajas, contraviniendo sanciones de la UE— refuerza la percepción de una red de intereses opacos entre ambos países.
No es casual que Zapatero mantenga una relación personal y directa con Delcy Rodríguez, como prueban mensajes filtrados y reuniones públicas en Caracas apenas semanas después del escándalo de Barajas. En este contexto, su papel como defensor internacional del chavismo es visto por muchos como una forma de “blanquear” la imagen de Maduro ante la comunidad europea y latinoamericana.
El cerco estadounidense y la ofensiva de Trump
Mientras tanto, Estados Unidos ha intensificado el cerco sobre Maduro, abriendo causas judiciales por narcoterrorismo y corrupción. El Departamento de Justicia estadounidense mantiene abiertas varias investigaciones contra altos cargos del régimen venezolano, incluyendo al propio Maduro, por conspirar para traficar drogas y lavar dinero a través de redes internacionales.
La administración Trump, durante su mandato, llegó a ordenar un cerco naval a las costas caribeñas de Venezuela, con el objetivo de interceptar cargamentos ilícitos y asfixiar económicamente al régimen. Esta ofensiva militar y judicial se enmarcó en una estrategia más amplia para aislar a Maduro y forzar un cambio político, aunque la presión internacional no ha logrado aún desplazar al chavismo del poder.
El futuro de estas acciones es incierto. Por un lado, la economía venezolana sigue en caída libre, con millones de ciudadanos emigrando y el aparato estatal dependiendo cada vez más del apoyo de potencias como Rusia, China e Irán. Por otro, la continuidad de las sanciones y el aislamiento diplomático dificultan cualquier recuperación o apertura democrática real.
Perspectivas y evolución del conflicto
El círculo de poder en Venezuela resiste gracias a una combinación de represión interna, alianzas estratégicas y el respaldo de figuras internacionales como Zapatero, que actúan como “puentes” con Europa y otros foros multilaterales. El exmandatario español, lejos de replegarse, ha seguido participando en encuentros diplomáticos y defendiendo abiertamente la legitimidad de Maduro, incluso en foros europeos donde aboga por no tratar a Venezuela como un “estado paria”.
El resultado es una situación de bloqueo. El chavismo sigue gobernando, pese a la presión internacional y las acusaciones de tortura, represión y narcotráfico. España, a través de algunos de sus líderes más influyentes, mantiene una postura ambigua que oscila entre la condena formal y la diplomacia pragmática.
El futuro inmediato dependerá de la evolución de las causas judiciales abiertas en Estados Unidos y de la capacidad de la oposición venezolana para articular una alternativa real. Mientras tanto, la amistad entre Maduro y Zapatero seguirá siendo objeto de escrutinio, alimentando la controversia sobre los límites éticos de la mediación internacional y el papel de los exdirigentes en escenarios de alta tensión política.
La historia, lejos de cerrarse, promete nuevos capítulos a medida que se revelan detalles sobre fortunas, influencias y la verdadera naturaleza de las relaciones entre España y la “narcodictadura” chavista.
