Jon Lee Anderson, la palabra como única arma

Jon Lee Anderson, la palabra como única arma

«Si la palabra es nuestra arma, nuestra misión es la búsqueda de la verdad. Y sin el periodismo, el público difícilmente conocería la verdad. Sobre todo en tiempo de guerra, pero como dijo Esquilo, el dramaturgo griego, hace 2.500 años: «En la guerra la primera víctima es la verdad». Mil años después, el general chino Sun Tzu nos explicó la razón: «Toda guerra se libra mediante el engaño».Pues, así fue y así continúa siendo, pero en su época Sun Tzu no contaba con los periodistas, y los guerreros de hoy sí.»

Este es un extracto del discurso que el periodista norteamericano Jon Lee Anderson pronunció este lunes al recoger el premio ‘Reporteros del mundo’ del diario El Mundo.

Me siento muy honrado de aceptar humildemente este premio, otorgado en honor de nuestros colegas, José Luis López de Lacalle, Julio Fuentes, y Julio Anguita Parrado, trágicamente muertos en el desempeño de su labor periodística para el diario El Mundo; el primero, aquí en su propia patria; los otros dos, en Afganistán y en Irak, respectivamente.

Nunca conocí personalmente a ninguno de los tres compañeros, pero sí estaba en Afganistán cuando murió Julio Fuentes, y en Irak cuando murió Julio Anguita. Sus muertes fueron como una puñalada en el alma para todos los periodistas que estábamos en aquellas tierras. La noticia añadió una dosis de luto a nuestra vida pero también pienso que reforzó nuestra voluntad para seguir hacia adelante.

Un viejo adagio dice que el periodista nunca debe de convertirse en noticia. Pero cuando un periodista es asesinado para callarle, como lo fue José Luis López de Lacalle, es imperativo que se convierta en noticia. Porque cuando la muerte toca a un prójimo, debemos luchar para que su sacrificio no resulte en vano. Y la única arma de la que disponemos los periodistas es la palabra.

Si la palabra es nuestra arma, nuestra misión es la búsqueda de la verdad. Y sin el periodismo, el público difícilmente conocería la verdad. Sobre todo en tiempo de guerra, pero como dijo Esquilo, el dramaturgo griego, hace 2.500 años: «En la guerra la primera víctima es la verdad». Mil años después, el general chino Sun Tzu nos explicó la razón: «Toda guerra se libra mediante el engaño».Pues, así fue y así continúa siendo, pero en su época Sun Tzu no contaba con los periodistas, y los guerreros de hoy sí. Y por eso matan a los periodistas, porque les hacen más difícil el arte de la guerra y del engaño. Gracias al periodismo, las personas de nuestro tiempo son más conscientes de lo que sucede de lo que jamás lo fueron nuestros antepasados. Y cuando poseen la verdad en la mano, reclaman la paz, […].

Quizás resulte una fantasía pero ojalá que con la verdad y con la palabra, aun al coste de más muertes, logremos lo que pronosticó Orson Welles, aquel genial escritor con su habitual humor negro: «Una vez que la guerra se perciba como algo vulgar, dejará de ser popular.»

Hace sólo seis días estaba en Irak. En esta ocasión pasé allí un mes y medio y pude constatar que la guerra sigue siendo popular entre algunos pero que, con el paso del tiempo, son más y más los iraquíes que lo perciben como algo vulgar, y cada vez son más los norteamericanos que opinan lo mismo. Y eso me hace pensar que quizás, como periodistas, sea nuestro deber seguir allí, informando y buscando la verdad sobre lo que realmente sucede, hasta lograr que el lector sienta asco leyendo las noticias de lo que realmente sucede. […].

Me conmueve mucho el hecho de que este reconocimiento provenga de España, un país particularmente entrañable para mí. Es prácticamente mi segunda patria; he vivido más tiempo aquí que en cualquier otro país, […]. Mis tres hijos fueron al colegio en Andalucía, donde aprendieron el idioma, forjaron grandes amistades y también un profundo sentimiento hacia España que, estoy seguro, permanecerá con ellos durante el resto de sus vidas. Lo mismo que a mí. Aunque ahora esté lejos, a España siempre la llevo dentro. Y esta noche, más que nunca.

Acepto este premio en nombre de los compañeros que fueron su inspiración, y en el recuerdo a su valor y el de los demás colegas, de tantas nacionalidades, como la valiente compañera Jamila Mujahed, aquí presente, y que continúan arriesgando sus vidas en busca de la verdad.

También deseo invocar la memoria de una joven amiga mía, Marla Ruzicka. Una mañana del pasado mes de abril, momentos antes de morir en Bagdad a consecuencia de las quemaduras sufridas tras la explosión de un coche bomba, Marla exclamó sus últimas palabras: «¡Estoy viva!».

Marla no era periodista; era una activista de Derechos Humanos, pero sí era la mascota de muchos compañeros que cubrieron las guerras en Afganistán e Irak. Ella estaba empeñada en obtener compensaciones del gobierno de los Estados Unidos para los familiares de las víctimas civiles por sus acciones militares. Era infatigable en su campaña para convencer a los periodistas de que nunca olvidaran a las víctimas civiles, […]. A principios de este año, poco antes de morir, Marla obtuvo un contundente éxito cuando el senado de EEUU creó un fondo de compensación para las víctimas civiles de las guerras de Irak y Afganistán.

Marla ya no está viva, pero aquel fondo por el que luchó para crear, ahora lleva su nombre, y su existencia nos reconforta sabiendo que su muerte no fue en vano; de la misma forma que este premio de EL MUNDO invoca cada año el recuerdo ejemplar de José Luis López de Lacalle, Julio Fuentes y Julio Anguita Parrado. Sabemos que su trabajo y sus vidas tuvieron significado y que nunca les olvidaremos.

Jon Lee Anderson nació en California en 1957, aunque su carrera empezó lejos de casa. A los 22 años –después de estudiar en Florida– estrenó su currículo en Perú. Allí debutó en un semanario escrito en inglés, ‘The Lima Times’.

En el 82 empezó a enviar textos desde Latinoamérica paramedios estadounidenses lo que le llevó a cubrir conflictos como los de El Salvador y Honduras.

En 1986 plasmó su experiencia en su primer libro, ‘Inside the liga’, que relataba la actividad de la Liga Anticomunista americana. Especializado en conflictos guerrilleros, Anderson viajó en los siguientes años por el Ulster, Sri Lanka, Uganda, Palestina, Sáhara Occidental…

En los 90 regresó a América Latina para investigar la muerte del Che Guevara y reconstruirla en su libro ‘Che Guevara, una vida revolucionaria’ [Emecé]. En 1998 empezó a escribir en la revista ‘The New Yorker’.

A partir de los atentados del 11 septiembre de 2001 ha dedicado casi toda su atención profesional a la ‘guerra contra el terrorismo’, lo que le ha llevado a trabajar en Afganistán y en Irak. Sus experiencias en este país quedaron plasmadas en el libro ‘La caída de Bagdad’ [Anagrama].

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