Más que en su punto, en lo que ha estado Concha García Campoy es en su salsa. Y en una bastante espesa. Ocurrió este lunes, a las 17.45, justo después de abordar el tema del día –que no podía ser otro que la sanción al teniente general Mena– y antes de entrar en la tertulia deportiva.
La periodista, que no había estado muy aguda en sus intentos de rebatir al coronel José Conde Monge, presidente de Asociación de Militares Españoles, trajo al micrófono la tragedia ocurrida la víspera en Sevilla, cuando unas niñas gitanas cruzaron corriendo la calle y un conductor, a pesar de intentar frenar, arrolló a una de las crías.
La cosa empezó bien, porque el criminólogo invitado conocía a fondo el tema y subrayó detalles importantes, como que los once balazos disparados contra la cabeza de Gaspar García no pudieron ser fruto de una reacción explosiva o que el calibre y la naturaleza de la pistola empleada –si fue sólo una- obligó al asesino a recargarla.
Pues bien, en ese instante y sin venir a cuento, Concha García Campoy dio paso a María Ángeles Madero, viuda de Benjamín Olalla, el ciudadano atropellado mortalmente por el bailador Farruquito el 30 de septiembre de 2003.
La primera pregunta fue de aurora boreal. La periodista -indiferente al hecho de que Farruqito circulaba sin carné, conducida al doble del límite de velocidad, se saltó un semáforo en rojo y huyo sin auxiliar a su víctima- empezó preguntando a María Ángeles si –desde su experiencia- entendía lo ocurrido.
En otras palabras: si entendía la reacción del sujeto que –tras sufrir un atropello leve su hija- se fue a la furgoneta a buscar una pistola, se aproximó al celador que circulaba respetando todas las normas de tráfico por una calle en la que no había pasos de peatones y se detuvo a ayudar y por la ventanilla, a bocajarro –sólo o con ayuda- le descerrajó once tiros.
Lo único común en ambos casos es que había conductor y coche. Dicho lo cual y para ser coherente, a Concha García Campoy sólo le faltó llamar después a Carlos Sainz o a Fernando Alonso.
