La humillación de Lucía y la prensa

La humillación de Lucía y la prensa

Felipe Valdés (Periodista Digital).- La prensa chilena dedica este domingo extensas líneas a la llegada a Chile de Lucía Hiriart Pinochet, la hija mayor del ex dictador, que el sábado fue arrestada nada más pisar suelo del país sudamericano. Una investigación periodística detallada y precisa, una historia bien contada.

La que en antaño fue una de las mujeres más influyentes de la dictadura de su padre, Augusto Pinochet, hoy tiene que enfrentar la cárcel y, también, a la prensa.

El periódico oficialista La Nación publica este domingo toda la historia bajo el titulo La humillación de Lucía, que la semana pasada decidió fugarse del país con destino a Estados Unidos donde se sentiría arropada por antiguas amistades. Pero en pocos días tuvo que regresar, cabizbaja y esposada.

La semana más larga de la vida de Inés Lucía Pinochet se inició como una novela policial. El domingo pasado, a las seis de la mañana, cuando apenas había transeúntes en las calles, montó en un automóvil conducido por su hijo Rodrigo García y huyó sigilosamente del país. Lo hizo por el Paso Cristo Redentor y se dirigió a Mendoza.
Había resuelto la fuga tras enterarse de que el lunes sería notificada junto a sus hermanos de su procesamiento por evasión tributaria y uso de pasaportes falsos. El ministro Carlos Cerda la acusa de evasión por un monto de 453 millones de pesos.
Lucía Pinochet se sentía perseguida en Chile. Confiaba en ser bien acogida en Estados Unidos y en los amigos que tiene en ese país, donde siempre se sintió a gusto. Desde Mendoza se dirigió hacia Buenos Aires, y allí tomó un avión United Airlines rumbo a Washington con escala en Brasil. Según trascendió, su destino final era Miami (Florida), donde tiene intereses económicos.

HORAS DRAMÁTICAS
Hasta allí todo se había desarrollado según el guión previsto por ella, pero a las siete de la mañana del miércoles 25, apenas pisó el aeropuerto de Dulles, en la capital de Estados Unidos, comprendió que algo extraño estaba sucediendo: un oficial de aduanas le comunicó que se le prohibía el ingreso a ese país: su visa había sido revocada.
El horror había comenzado. Tras ser retenida durante algunas horas en el aeropuerto, se le comunicó formalmente que estaba detenida, como cualquier inmigrante ilegal. Un oficial le indicó que cualquier cosa que dijera en ese momento podría ser usada en su contra.
En otro procedimiento habitual, el Departamento de Seguridad Interna de Estados Unidos puso a su disposición un abogado de oficio, Bob Nichols, quien le explicó que su visa había sido revocada después de que el juez chileno del caso Riggs, Carlos Cerda, enviara una orden de búsqueda internacional a Interpol, un documento que se repartió en todo el mundo. El magistrado había hablado además con el agregado del FBI en Santiago, Paul Cha, con quien coordinó la diligencia y el interrogatorio al que sería sometida en Estados Unidos.
¿Qué pensó en esos momentos la hija mayor de Augusto Pinochet? ¿Qué sintió cuando vio que era tratada como una rea común? ¿La decisión de pedir asilo político la había tomado desde el inicio, o lo resolvió cuando se dio cuenta de la pesadilla que estaba empezando a vivir? En la práctica, había quedado incomunicada, sin derecho a teléfono ni a comunicaciones con el exterior.
Esa misma madrugada del miércoles 25 fue llevada frente a un oficial de asilo, funcionario del Departamento de Seguridad Nacional, el Homeland Security Department, que debía decidir si su petición era acogida a trámite. El interrogatorio al que fue sometida se prolongó nada menos que durante nueve horas. Según diría a “La Tercera” el embajador de Chile en Estados Unidos, Andrés Bianchi, “probablemente este señor le dijo que parecía poco probable que se le concediera asilo”.

CEPILLO DE DIENTES Y JABÓN
Caía la noche de ese miércoles de asombro cuando Lucía Pinochet fue esposada y conducida en un furgón hasta la prisión del condado de Arlington, en las afueras de Washington, bajo una leve llovizna y con un frío que no estaba muy lejos de los cero grados.
Y en la prisión llegó la hora de la verdad. Fue fichada, con foto de frente y de perfil. La hicieron desnudarse, depositar sus enseres personales en una bolsa y ponerse un overol penitenciario color verde oliva, en cuya espalda se lee con letras amarillas: “Arlington C. O. Jail”. Debió firmar un recibo cuando le entregaron un cepillo de dientes, un jabón y pasta dental. También le hicieron un chequeo médico de rutina.

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