Zapatero firma a favor del referéndum impulsado por Rajoy

Zapatero firma a favor del referéndum impulsado por Rajoy

Periodista Digital.- El presidente ha ido de pardillo y los de «Caiga quien caiga» de lo de siempre: de gamberros. El caso es que los televisivos se las arreglaron para que Zapatero firmara el pliego de solicitud de referéndum sobre el Estatuto catalán promovido por el presidente del PP, Mariano Rajoy.

En el transcurso de su visita oficial a Ceuta, Zapatero realizó un breve recorrido por las calles ceutíes, acompañado de un centenar de personas, aproximadamente, que querían ver de cerca al jefe del Ejecutivo.

En ese contexto, recibió una broma del programa de televisión ‘CQC’: Según explicaron los reporteros de dicho programa –que ironizaban sobre la posibilidad de llevar el curioso documento a la sede del PP en la madrileña calle ‘Génova’– entregaron a una chica el pliego de firmas del PP para que solicitara al presidente que plasmara en él un autógrafo.

Ella accedió a la solicitud y logró que Rodríguez Zapatero firmara. Al parecer, el presidente pudo haberse dado cuenta de la broma y, en un primer momento, hizo amago de llevárselo.

No obstante, ante la insistencia de la joven para que le entregara el autógrafo, Zapatero reaccionó con humor y se lo devolvió a través de un escolta.

Telecinco se lava las manos

El programa ‘Caiga quien Caiga’ de Tele 5 aseguró a EFE que no pretendió engañar al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, cuando recurrió hoy a una joven para obtener un autógrafo del jefe del ejecutivo en su visita a Ceuta.

Las fuentes de ‘Caiga quien Caiga’ aseguran que, como puede comprobarse en las imágenes grabadas, en ningún momento la joven ofreció a Zapatero un folio doblado por la mitad ocultando que se trataba de la propuesta de Rajoy.

Los informantes añaden que el folio fue presentado completo sobre una cartulina y el jefe del Gobierno firmó en el mismo.

A Pérez Reverte no le gusta

Arturo Pérez Reverte, quien durante treinta años fue uno de los reporteros españoles más notables y que en la actualidad, además de ser miembro de la Academia de la Lengua es novelista de éxito, lo tiene muy claro.

Nunca le gustó hacer el payaso, ni que los payasos ganen un jornal a su costa y que quizá por ello le irrita cierta clase de periodismo basura, que se hace a base de reporteros provocadores que se plantan en actos oficiales o en situaciones más o menos serias y, bajo pretexto de una divertida y sana informalidad, impertinencia tras impertinencia, procuran dar un tono grotesco a la información.

Lo que sigue es un extracto del artículo titulado «Canutazos impertinentes», que publicó hace seis meses en El Semanal:

«Eso, que en el mundo rosa tiene un pasar –quien vive de dar espectáculo, con su pan se lo coma–, se extiende también, sin escrúpulos, a asuntos más serios como la cultura, o la política. Rara es la tele que no dispone de un programa donde sus reporteros ponen la alcachofa, no para solicitar información, sino para el intercambio de supuestas ingeniosidades o tonterías a palo seco, siendo el objetivo real ridiculizar al entrevistado.

Siempre que me toca estar en público eludo prestarme a ese tipo de canutazos, que rara vez favorecen a nadie, y sólo sirven para que el reportero se apunte haber logrado una chorrada más y que la gente pueda reírse a gusto.

Ni siquiera en la etapa pionera de esa clase de programas, cuando Wyoming y su brillante equipo realizaban Caiga quien caiga con humor y extrema inteligencia, fulanos simpáticos como Pablo Carbonell o Sergio Pazos consiguieron arrancarme más que un saludo cortés. A veces, ni eso.

Comparados con algunos de sus epígonos en los tiempos que corren, aquellos caraduras eran exquisitos. Algunos hasta se cortaban un poco ante la gente respetable. Ahora, quienes practican el género entran a saco sin el menor escrúpulo; y lo que es peor, sin hacer distinciones entre lo respetable y lo otro.

Por supuesto, la culpa no es suya –a fin de cuentas hacen un trabajo con el que se ganan la vida–, sino de las cadenas que se lucran con esa clase de esperpentos, del público bajuno que los disfruta, y sobre todo de quienes se prestan indignamente, con tal de aparecer treinta segundos en la tele, a las más peregrinas idioteces.

A uno se le cae el alma a los pies cuando ve a gente en principio respetable, políticos de fuste o personalidades de las ciencias, las artes o las letras, dar cuartel en ese tipo de emboscadas groseras, deteniéndose en mitad de un acto oficial a responder, con una sonrisilla forzada y buscando desesperadamente una palabra o frase ingeniosa, a las incongruencias que plantea un entrevistador irreverente que mira a la cámara de soslayo mientras guiña un ojo al teleespectador, como diciendo: a ver por dónde nos sale ahora este gilipollas.

Sobre todo tratándose de políticos, la cosa no tiene remedio. Ahí son todos iguales, sin distinción de sexo o ideología: ven una cámara y se les hace el culito gaseosa

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