Más allá de las caricaturas

Más allá de las caricaturas

Pocos periodistas hay en el planeta mediático que sigan tan cerca y con tal persistencia el devenir de la información internacional, como Felipe Sahagún y eso es lo que hace que sus columnas -con nombre propio o con pseudónimo- sean lectura obligada. El pasado domingo y como Luis Oz, recomendaba dos lecturas a quienes -según él- quieran opinar con algún conocimiento de causa sobre la crisis de las caricaturas de Mahoma. Discrepamos en puntos concretos con la tesis que sostiene, pero merece la pena leerlo.

Sahagún-Oz aconseja echar un vistazo al libro Cubriendo el Islam, de Edward Said, que acaba de reeditar Debate, y, en la página de Poynter Online, el especial del 6 de mayo de 2003 que lleva por título Rediscovering Religion.

En su libro, escrito hace ya un cuarto de siglo, Said arremete contra los que se llaman expertos y no han sido capaces de evolucionar desde el pensamiento simplista del siglo XVIII, que dividió el mundo entre Oriente y Occidente e incluyó al islam en el marco de un orientalismo que, por no someterse a los designios de Occidente, tuvo siempre tintes amenazantes.

Junto a esta aproximación convencional que ve en el islam un peligro para el cristianismo y para los valores liberales, Said denuncia a los medios que con su visión sesgada de la realidad se dedican a promover el odio racial.

A la vista d elo que está pasando, muchos pensarán que los desencaminados son el ya falelcido Said, el secretario de Estado de Asuntos Exteriores, Bernardino León, que no sólo ha escrito el prólogo sino que tradujo la obra y el propio Sagagún, quien el domingo afirmaba lo siguiente:

Las reacciones en los medios españoles se dividen en dos grupos: quienes consideran que la libertad de expresión es sacrosanta y hay que defenderla por encima de todo (la posición dominante), y quienes piden prudencia, responsabilidad y respeto de las creencias religiosas en el ejercicio de esa libertad de expresión, que, en opinión de los primeros, son unos tibios. Ambas posiciones debieran ser compatibles, pero los extremistas de las dos orillas, siempre atentos para pescar en el río revuelto, lo hacen muy difícil.

«Nuestra posición es la defensa cerrada de la libertad de forma indivisible», afirmaba el presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid, Fernando González Urbaneja, en la Ser. «Lo grave aquí no es la publicación de unas viñetas que los musulmanes puedan considerar ofensivas sino esos señores que se han subido a un tejado con el fusil en la mano». Si el problema fuera tan simple, no habría adquirido la dimensión que hoy tiene.

«La libertad de expresión está por encima de cualquier creencia», afirmaba Pilar Cernuda en Onda Cero. «El respeto de las religiones está en quincuagésimo lugar por detrás de la libertad de expresión», añadía José Luis Gutiérrez, con diferencia el más vehemente de todos los tertulianos en la defensa de la publicación de las viñetas. «¿Nos vamos a dejar colonizar por fanáticos premedievales?», se preguntaba. «Occidente se juega mucho. Esto no es ninguna broma».

Los principales académicos y especialistas en el islam rechazan esta visión tan negativa, y proponen, sin renunciar jamás a la libertad de expresión, un poco de prudencia. La BBC y el Financial Times en el Reino Unido, y los principales medios estadounidenses, que han aprendido mucho de los desastres informativos provocados por el 11-S y por la guerra de Irak, están en esa línea. Sólo la cadena ABC emitió en los EEUU primeros planos de las viñetas, cabeza-bomba del profeta incluida.

Las amenazas contra la libertad de expresión no vienen sólo del islamismo radical. Con motivo de los 125 años de La Vanguardia, su director, José Antich, atribuía en Radio 5 el miércoles el milagro de supervivencia del diario a que «ha sabido transmitir todos los pálpitos de la sociedad».

Soy seguidor fiel de sus páginas de internacional desde hace 30 años, pero, leyendo La Vanguardia, nadie se habría enterado nunca del GAL, de la corrupción en Cataluña ni, hoy, de la trastienda y trascendencia del Estatuto. ¿Por qué? ¿Tal vez por los 2.748.4000 euros que, según Epoca, recibió en 2005 del tripartito?

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