«Yo acuso… a las ONGs»

"Yo acuso... a las ONGs"

(PD).- Es un reportaje valiente, inusual. David Jiménez -corresponsal de El Mundo en Asia- ha observado durante seis meses el delictivo proceder de algunas ONG y lo denuncia. Con todas las letras, arriesgandose a ser tildado de lo peor, escribe de los que obtienen millones revendiendo coches, de los «solidarios» que viven en mansiones de lujo y hacen fiestas con marisco con la miseria al lado.

Escribe David Jiménez que la guerra, la corrupción y el caos han convertido Camboya es un país en venta. Las niñas se ofrecen en los burdeles de las afueras de la capital por 10 dólares. Los bebés no se adoptan, se compran en redes de tráfico ilegales. Los bosques, las minas, los políticos o los policías tienen su precio.

Y añade:

Y estos días, incluso los flamantes coches de algunas ONG tienen colgado el cartel de «se vende».

Al parecer, las organizaciones implicadas en ese negocio importan los coches aprovechando las exenciones fiscales por razones humanitarias y los revenden después a precio de mercado.

El contrabando de productos es el último abuso en una larga historia de excesos cometidos por el personal expatriado en este rincón del sureste asiático desde su llegada a principios de los 90.Pero ha sido en los últimos dos años cuando el resentimiento de la población ha empezado a dirigirse hacia las ONG y el gueto de opulencia creado alrededor de algunas de ellas. Las mejores mansiones de la capital, Phnom Penh, que no son propiedad de ministros o diplomáticos están alquiladas por ONG que a menudo cuentan con personal de servicio, chófer privado y dinero suficiente para vivir la agitada vida nocturna de la capital camboyana.

Las fiestas que se celebran en Phnom Penh son legendarias. Vino de cosecha, marisco y bailes hasta el amanecer mientras a unos pocos metros lisiados de la guerra civil que destrozó el país en los años 70 y 80 piden limosna arrastrándose por el suelo.«Con poco dinero se puede vivir mucho mejor aquí que en Nueva York, París o Londres», admite un cooperante asiduo de la noche de Phnom Penh, donde varios restaurantes y pubs de moda viven exclusivamente de la clientela de las ONG y los organismos internacionales.

Camboya es, con más de 200 ONG y la mitad del presupuesto del país ligado a la ayuda exterior, el lugar del mundo que recibe más asistencia por habitante. Si mañana desaparecieran las organizaciones humanitarias, la mayoría de las cuales ha prestado una ayuda vital, el sistema sanitario y gran parte de los servicios sociales quebrarían.

El país es un buen ejemplo de la contradicción que vive estos días el mundo de la solidaridad: las ONG tienen más influencia, dinero y capacidad para mejorar los lugares a los que acuden que nunca. A la vez, su imagen se encuentra en el peor momento de su historia debido a los abusos de unas pocas y a los descuidos de no tan pocas.

«¿Se están convirtiendo las ONG en los nuevos colonialistas de Africa?», se preguntaba recientemente el columnista africano Georgianne Nienaber en el diario New Times de Ruanda al expresar el creciente malestar de las comunidades del Tercer Mundo ante los excesos del movimiento humanitario.

Desde Kigali a Bogotá, y desde Vientiane a Kabul, las ONG han perdido la imagen impoluta que les ha seguido allí adonde iban durante décadas y que les ha mantenido inmunes a la crítica.CRONICA ha investigado durante los últimos seis meses las actividades de decenas de ONG en algunas de las zonas más necesitadas del mundo.

El descontrol en los gastos, las peleas por hacerse con proyectos, el proselitismo tanto de organizaciones cristianas como musulmanas, el desequilibrio entre la ayuda ofrecida y la realmente necesaria y la exhibición de un nivel de vida que distorsiona la realidad local se encuentran entre las irregularidades más comunes en los cuatro países estudiados: Afganistán, Sri Lanka, Indonesia y Camboya.

El tsunami que en diciembre de 2004 arrasó las costas del Océano Indico provocó la mayor donación privada de la Historia y llenó las arcas del movimiento solidario como nunca antes, haciendo que modestas organizaciones dispusieran repentinamente de cajas millonarias. Decenas de ellas han sido creadas desde entonces exclusivamente para centrarse en la reconstrucción de los países afectados por el maremoto, muchas sin las garantías mínimas ni sistemas de control sobre el dinero que reciben.

En Banda Aceh, la capital de la arrasada provincia indonesia de Aceh, el precio de las viviendas de los mejores barrios se ha triplicado debido a la competencia de las ONG por hacerse con las casas más grandes y mejor situadas. K. L., un funcionario del Gobierno local, asegura que decidió desalojar a toda su familia después de que una ONG le ofreciera 4.000 dólares al mes por su casa familiar de 200 metros cuadrados. «Con ese dinero hemos alquilado una casa más pequeña y hemos ahorrado, pero otros vecinos tienen el problema de que no pueden acceder a casas por culpa del precio», asegura.

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