¿Puede la radio incitar al genocidio?

¿Puede matar el periodismo? ¿Puede la libertad de expresión degenerar en genocidio? Eso se preguntaba hace ya tiempo la periodista Marlise Simons en The New York Times. Ahora, cuando se cumplen 12 años de la masacre que acabó con la vida de más de 800.000 personas en Ruanda, el nombre de una emisora «La Radio de las Mil Colinas«, conocida también como la «Radio del Odio«, todavía retumba en las silenciosas calles de un país de huérfanos y viudas.

Todo comenzó la noche del 6 de abril de 1994, cuando el avión en el que viajaban los presidentes de Ruanda, Juvenal Habyarimana, y de Burundi, Ciprian Ntayamira, fue alcanzado por dos misiles en el momento en que iba a aterrizar en el aeropuerto de Kigali.

Tras la muerte de ambos mandatarios, extremistas hutus ruandeses, etnia a la que pertenecía el presidente Habyarimana, iniciaron una sangrienta persecución contra la población tutsi. Durante la masacre, la radio fue el medio más efectivo para arrojar mensajes de odio de forma directa y simultánea sobre una amplia audiencia.

Entre los tutsis, inmersos desde 1990 en una guerra civil intermitente, era palpable hacía años la influencia que las ondas podían ejercer entre los bandos enfrentados. Según un informe de HRW, en 1991, aproximadamente el veintinueve por ciento de los hogares tenía una radio.

Al inicio del conflicto el número de equipos se incrementó considerablemente. En algunas áreas el propio gobierno distribuyó radios gratuitamente a las autoridades locales antes del genocidio.

Antes de la guerra sólo existía Radio Ruanda, era la voz del gobierno y del propio presidente, anunciaba discursos nacionales, nombramientos y cambios en los puestos del gobierno y los resultados de los exámenes en la escuela secundaria.

En ocasiones emitía información falsa, en concreto sobre los progresos de la guerra, pero la mayoría de la gente no tenía acceso directo a otras fuentes de información independientes para verificarlo.

En marzo de 1992, Radio Ruanda anunció que los líderes hutus en Bugesera iban a ser asesinados por los tutsi, una información falsa que estimuló a los hutus a iniciar la masacre.

Tras la llegada al poder del gobierno de coalición en abril de ese mismo año fue nombrado director de la emisora un opositor del presidente Habyarimana. Entonces las facciones hutu más extremas decidieron crear su propia radio.

La Radio Television Libre des Mille Collines (RTLM) comenzó a emitir en agosto de 1993. En los primeros meses, hasta el inicio del genocidio de abril de 1994 difundió de manera divertida y sutil propaganda anti-tutsi.

La evidencia de que era divertida es que las guerrillas tutsi del Frente Patriótico de Ruanda preferían escuchar RTLM en vez de su propia estación de radio.

Una vez que se inició el genocidio, cambió el carácter de las transmisiones y empezó a dar detalles de aquellos que debían ser acosados y asesinados al punto de ofrecer descripciones individuales y número de placas de automóviles.

«Si un miliciano o un soldado pasaba junto a tu casa y te oía escuchar otra radio que no fuera la de las Mil Colinas, por ejemplo la radio nacional o emisoras extranjeras, te daban muerte de inmediato. Había que agradarlos, escuchar los que querían que la población escuchara», relata Léa, que vivía en el barrio sur de Kigali, en un informe del Parlamento Internacional de Escritores.

Esto no era tanto prédica a favor del odio o la violencia como un involucramiento directo en los asesinatos, instando a una población pobre, sin educación y fácilmente influenciable a que colaborase con el ejército en la exterminación.

«Los tutsis no merecen vivir:hay que matarlos –relata Léa al recordar los mensajes radiofónicos-. Incluso a las mujeres preñadas hay que cortarlas en pedazos y abrirles el vientre para arrancarles el bebé».

Dos fueron las estrategias propagandísticas utilizadas en Ruanda. Una consistió en crear eventos que dotaran de credibilidad a la propaganda. La segunda estrategia fue conocida como «Acusación en un espejo», según la cual un bando imputaba al enemigo exactamente lo que ellos mismos planeaban hacer.

Con esta táctica se podía persuadir al oyente de que ellos estaban siendo atacados por lo cual estaba justificada cualquier acción que fuera necesaria para legitimar la defensa.

Con el fin de validar sus mensajes, los responsables de esta maquinaria propagandística hacían referencias a autoridades políticas e intelectuales, algunos eran afines al gobierno desde el principio, otros accedieron a escribir mensajes falseados por temor a represalias o a perder su empleo.

En ocasiones los mensajes estaban escritos en lenguaje religioso o aludían a pasajes bíblicos.

En un país donde el noventa por ciento de la población se consideraba cristiano y el sesenta y dos por ciento era católico, las referencias a la religión ayudaban a hacer la doctrina del odio y el miedo más aceptable.

Los mensajes, construidos en base a las lecciones que los ruandeses habían aprendido en la escuela, incidían en las diferencias que separaban por naturaleza a ambos grupos. Según avanzaba el conflicto, los llamamientos se iban haciendo más explícitos, especialmente después de abril de 1994 los medios hicieron circular la historia de que la minoría tutsi planeaba un genocidio contra los hutu. Los rumores en la calles se convertían en historias reales que a su vez la radio convertía en noticias.

En la vecina Burundi, donde las tensiones étnicas eran muy elevadas y la violencia era un hecho cotidiano en un clima de odio y desconfianza, la masacre ruandesa había puesto de manifiesto el poder que tienen los medios de influenciar los corazones y las mentes.

La lección había sido aprendida y, en un afán por prevenir una repetición de aquella masacre, en Burundi la actividad periodística se orientó hacia la reconciliación.

El resultado lleva el nombre de Studio Ijambo («palabras sabias», en Kirundi), una emisora independiente que opera desde 1995, en la que un equipo mixto, de hutus y tutsis trabaja en la producción de programas de radio para promover el diálogo y la paz.

A Studio Ijambo también se le acredita, jugar un papel clave en la descentralización de medios en Burundi y en la construcción de capacidad local para la cobertura de noticias.

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