Benedicto, humilde obrero de la viña del Señor

Benedicto, humilde obrero de la viña del Señor

A pesar de las grandes diferencias de carácter y forma de ser que los separan y de su forma no menos diferente de encarar las relaciones con los medios de comunicación, pocos dudaban de que el que Cardenal Ratzinger era la persona adecuada para una tarea tan complicada como suceder en el Trono de San Pedro a alguien de la significación y la importancia de Juan Pablo II.

Ante la primera Semana Santa que Benedicto XVI celebrará como Sumo Pontífice y prácticamente cuando se cumple el primer años de su pontificado, la revista Época ha incluido en su número de esta semana un interesante perfil biográfico escrito por Pablo Blanco, filólogo y teólogo, biógrafo de Benedicto XVI:

No quería ser Papa, ni Cardenal, sino un profesor en su Alemania natal, tocando a Mozart, lejos de la primera línea del frente. Pero, “humilde obrero de la viña del señor”, aceptó, heroicamente, el sacrificio de dirigir la barca de Pedro. Hace ahora un año se mudó de Città Leonina a los apartamentos vaticanos, llevándose 2.000 libros, un piano y un escritorio de madera de nogal. El reto: suceder a un gigante.

Frente al atleta de Dios, viajero, actor, deportista, hombre de acción -sin olvidar la profundidad intelectual-, Benedicto XVI presenta un perfil muy distinto. Cuando se sentó en la silla de Pedro, salió a relucir que era aficionado a leer a Hermann Hesse, que le gustaba hablar con los infinitos gatos que pululan en Roma y comer pfannkuchen, una especie de creps alemanes.

Trabajo, silencio, orden y autoridad marcan el día a día de este germano de pelo canoso y ademanes amables, de vida sencilla y rutina habitual, en la que no faltan el piano y los paseos diarios.

Pero su trayectoria biográfica no se puede decir que sea lineal y tranquila. ¿Quién es el hombre que hace un año asumió el reto de suceder al pontífice más importante de los últimos siglos?

Joseph Ratzinger nació el 16 de abril de 1927 en el pueblecito bávaro de Marktl am Inn, en la Diócesis de Passau (Alemania), al sur del país. Fue bautizado el mismo día de su nacimiento, Sábado Santo. Su padre, Joseph, era comisario de la gendarmería y provenía de una antigua familia de agricultores de la Baja Baviera. Era también un decidido enemigo del régimen nazi.

Su madre, Maria, procedía del Tirol y era una competente ama de casa. En su familia recibió su profunda formación cristiana, que también le sirvió para hacer frente a los asaltos del nazismo. Según cuentan viejos conocidos, en casa de los Ratzinger se rezaba y se cantaba. De ahí heredará su afición a tocar el piano y a la música de Mozart.

Perseguido por los nazis

En 1941, cuando Joseph llegó a los 14 años, fue requerido legalmente para formar parte de las juventudes hitlerianas, pero –según su biógrafo Joseph Allen- desde luego no era un miembro entusiasta. Fue una víctima más del sistema, como tantos otros.

En 1943, a los 16 años, fue asignado –junto con toda su clase- a la defensa antiaérea de una fábrica de la BMW cerca de Múnich. Luego fue llamado al Ejército para realizar el entrenamiento básico de infantería, y destinado a Hungría, donde sirvió construyendo defensas antitanque hasta que desertó en abril de 1944 (delito castigado con la pena de muerte). Según se dice, en toda la guerra no disparó un solo tiro.

En 1945 fue capturado por los aliados y confinado por unos meses en un campo de prisioneros de guerra. En junio fue liberado y, junto con su hermano Georg, entró en un seminario católico.

De 1946 a 1951, estudia Filosofía y Teología en la escuela superior de Frisinga y en la Universidad de Múnich. Al finalizar sus estudios, fue ordenado sacerdote el 29 de junio e inicia su actividad de profesor, de nuevo en Frisinga, a 30 kilómetros de la capital bávara. Sus alumnos recuerdan sus inspiradas y renovadoras clases, así como sus inolvidables homilías.

En el año 1953 se doctora en Teología con un trabajo sobre la doctrina acerca de la Iglesia de San Agustín. Cuatro años más tarde obtenía la cátedra con un trabajo sobre la teología de la historia de San Buenaventura. Como Guardini y otros de aquella época, Ratzinger se ha formado, por tanto, en la corriente neoplatónica y agustiniana, además de conocer bien los escritos de Santo Tomás de Aquino. Se hace notar ya su afición por el arte y la ciencia, por la historia y el pensamiento, por la liturgia y el estudio de la Biblia.

Tras ganar la cátedra de Teología Fundamental en Bonn (1959), obtiene la de Teología Dogmática en Münster, en el norte del país, donde enseñará de 1963 a 1966. De la época de Bonn se cuenta que asistían a clase, a primera hora de la mañana, incluso personas que no estaban matriculadas en su asignatura.

Al mismo tiempo que da clases en Münster, viaja a Roma y trabaja en el Concilio Vaticano II como perito y consultor teológico del cardenal Joseph Frings, arzobispo de Colonia. En aquella época colabora con el famoso teólogo alemán Karl Rahner.

Allí conoce también a Lubac, Daniélou, Philips y otros teólogos y padres conciliares. El Vaticano II va a influir de un modo profundo en su vida, y a ser una de las constantes de su teología y de su pensamiento.

Hans Küng en Alfa Romeo, Ratzinger en bicicleta

En 1966 es llamado a Tubinga para ocupar la segunda cátedra de Teología Dogmática, junto con Hans Küng. Esta ciudad era en aquella época la gran meca de la teología en Alemania, con más de mil alumnos matriculados. Un biógrafo comenta que, mientras el teólogo suizo circulaba por las calles de Tubinga en un Alfa Romeo, el profesor Ratzinger lo hacía en una modesta bicicleta.

En esos mismos años publica la famosa Introducción al Cristianismo (1968), recopilación de lecciones universitarias sobre el credo. Asistieron a esas clases hasta mil alumnos, por lo que se tuvieron que trasladar al aula magna. A pesar de todo, permanece allí tan sólo tres años, pues el ambiente crispado y excesivamente político de la revolución del 68 no le parecen los más adecuados para hacer teología. En 1969 pasó a ser catedrático de Teología Dogmática e Historia del dogma en la Universidad de Ratisbona, donde intentaba elaborar una síntesis teológica, que quedará interrumpida.

En 1972, fundó la revista teológica Communio con Henri de Lubac y Hans Urs von Balthasar, entre otros. Communio pretendía ser una respuesta a otra publicación -Concilium, de Rahner, Küng y otros-, que se había erigido en legítima intérprete del espíritu del concilio.

El 24 de marzo de 1977, Pablo VI le nombra arzobispo de Múnich y Frisinga. De aquella época se recuerda el éxito que tenían sus homilías, retransmitidas por radio a todas las parroquias de Múnich y distribuidas ampliamente con miles de copias impresas. Sin embargo, parece ser que tuvo algún problema con el aparato burocrático de la diócesis (había 400 funcionarios), así como con el tono demasiado exigente -al menos para algunos- de sus predicaciones.

En cualquier caso, él siempre se confiesa satisfecho de haber sido “cooperador de la verdad”, tal como reza su lema episcopal. En el cónclave tan sólo coincide con Karol Wojtyla. Después le acogerá en su propia diócesis, cuando Juan Pablo II viaje a Alemania. Cuando después es llamado a Roma, los estudiantes se manifiestan en las calles porque “se llevaban” a su arzobispo.

Enseguida comenzará su colaboración con el Papa polaco, con quien creará un invencible tándem. Nombrado cardenal ese mismo 1977, fue relator en la V Asamblea General del Sínodo de los Obispos (1980) sobre la familia. Juan Pablo II le pide que vaya a Roma, pero Ratzinger intenta rechazar el ofrecimiento.

El 25 de noviembre de 1981 fue nombrado prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, así como presidente de la Pontificia Comisión Bíblica y de la Pontificia Comisión Teológica Internacional. Enseguida empiezan a trabajar codo con codo.

En 1985 el cardenal Ratzinger publica Informe sobre la fe, que provocará un debate interno en la Iglesia sobre la aplicación y las tareas pendientes del concilio. Ese mismo año tendrá lugar en Roma un sínodo sobre este mismo tema, en el que se concluye -entre otras cosas- la necesidad de elaborar un nuevo catecismo del Vaticano II.

Veritatis Defensor

Ratzinger fue presidente de la Comisión para la Preparación del Catecismo de la Iglesia Católica. Tras seis años de trabajo (1986-1992) y acoger 17.000 sugerencias, pudo presentar a Juan Pablo II el nuevo texto, ampliamente contrastado.

Afrontará además desde su puesto de prefecto los retos y los temas más polémicos y peliagudos: la teología de la liberación, la defensa de la vida, la atención pastoral a las personas homosexuales, la teología de las religiones no cristianas, el importante papel de la mujer en la Iglesia, o la función de los católicos en la vida pública.

La fama que se difunde de él en la prensa es la del Gran Inquisidor, el Panzerkardinal o el rotweiler de Dios. Sin embargo, sus amigos y colaboradores insisten en su amabilidad y en su espíritu dialogante. De él contaban sus subalternos en la congregación vaticana que no se sentaba a trabajar sin saludar a cada uno de ellos.

La carrera hacia el papado parece directa, si se exceptúa su clara voluntad de mantenerse al margen. “Yo no he sido creado para eso”, repetía una y otra vez, al mismo tiempo que recordaba su clara voluntad de retirarse a su tierra natal, para escribir los libros que no había podido redactar por sus múltiples ocupaciones. Presenta su dimisión en varias ocasiones (tres, según se comenta).

Sin embargo, los acontecimentos personales van a tomar otra dirección. El 30 de noviembre de 2002 Juan Pablo II aprobó la elección de decano del colegio cardenalicio, realizada por los cardenales. Es también la persona indicada para escribir el Vía Crucis y presidir la vigilia pascual en 2005. Parecía estar en una situación privilegiada para ser elegido el siguiente Papa.

La revista Time lo sitúa entre las cien personas más influyentes del mundo.

Cuando muere Juan Pablo II, será uno de los últimos en verle y el designado para presidir sus solemnes funerales en la plaza de San Pedro. Medio millón de fieles –junto a otros 600.000 a través de pantallas gigantes distribuidas por toda la ciudad- se mezclan con las más altas autoridades del planeta, a la vez que retrasmiten la ceremonia 137 cadenas de televisión de todo el mundo.

Cuando empieza el cónclave, Ratzinger lanza una invectiva contra la “dictadura del relativismo” que conmociona a la opinión pública, y hace dudar a muchos sobre su posible candidatura al pontificado. A pesar de todo, fue elegido sumo pontífice de la Iglesia católica el 19 de abril de 2005, convirtiéndose en el Papa número 265. Escogió para sí el nombre de Benedicto XVI.

La imagen del terrible Ratzinger empieza a desvanecerse ya desde los primeros días de pontificado, gracias sobre todo a las imágenes en directo que ofrecen los medios de comunicación. A partir de ese momento Benedicto XVI comienza a dar discretos pero efectivos pasos, que le llevarán a gozar de una creciente popularidad entre propios y extraños. Le van a visitar tanto Hans Küng como Bernardt Fellay, el sucesor del cismático Lefevre; se tienden entonces puentes y se buscan soluciones con vistas al futuro.

La Jornada Mundial de la Juventud en Colonia -en el corazón de la vieja Europa resulta ser un éxito clamoroso. Allí el Papa alemán dialogará también con judíos y musulmanes, a la vez que se establecerán lazos más próximos y fraternos con los cristianos luteranos y -sobre todo- con los ortodoxos. El 25 de enero de 2006 publica su primera encíclica titulada significativamente Dios es amor, que obtiene una buena acogida en el mundo cultural y religioso.

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