¿Cómo un terrorista puede llegar a ganar el Nobel de la Paz?

¿Cómo un terrorista puede llegar a ganar el Nobel de la Paz?

(Periodista Digital)-. A lo largo de la historia el ser humano ha creado fundaciones y asociaciones cuya misión es premiar a otros seres humanos. Los mejores y más loables de las diferentes disciplinas de la vida. Pero como ocurre con las obras de los hombres, éstas no son perfectas. En el siguiente reportaje se analizan aquellos ganadores del Nobel, el Príncipe de Asturias o el Pulitzer de periodismo que plantean más de una duda razonable.

Ramón Luesma, elabora un respaso para la revista Época con los nombres de aquellos controvertidos premiadas a los largo de los últimos decenios. Una de las figuras en las que más se han fijado en el semanario es en el, ya fallecido, presidente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Aunque en su vida no faltan las luces, resulta un tanto forzado que Yasir Arafat (1929-2004) fuera acreedor al Nobel de la Paz.

Tras la cumbre de Madrid (1991) y los acuerdos de Oslo (1993), la autonomía palestina fue una realidad, si bien su materialización camina constante mente sobre la cuerda floja, como se está viendo actualmente. En cualquier caso, la concreción de una nación palestina parecía un sueño irrealizable a lo largo de las cinco décadas de luchas sangrientas con los israelíes.

Arafat jugó un papel clave en ese proceso, dado que era el único que podía aglutinar a las facciones palestinas. Y por eso ganó el Nobel en 1994. Pero su cara es, a la vez, su cruz. Su ascendiente procede de su pasado terrorista, jalonado de atentados, secuestros y toda suerte de acciones sangrientas.

Fundada en 1964, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que Arafat lideró a través de la facción Al-Fatah, se convirtió en el principal movimiento terrorista del mundo durante más de dos décadas. Y Arafat, ingeniero reconvertido en guerrillero, en su rostro visible. La OLP era una máquina de matar, secuestrar y sabotear que sembró el terror no sólo en Oriente Medio, sino en Occidente, mediante los secuestros aéreos o la masacre de la villa olímpica de Munich (1972).

De alguna manera, el terrorismo islámico de nuestros días, con el ataque a las Torres Gemelas en primer término, se inspira en las técnicas de la OLP. De ahí que resulte escandalosa la concesión del Nobel a un personaje que siempre llevó la pistola al cinto, y que para conseguir sus objetivos políticos recorrió un camino sembrado de cadáveres.

El premio lo compartió con Isaac Rabin y Simon Peres y supuso un plus de prestigio para Arafat. Pero no pudo evitar que el proceso de paz descarrilara y que Palestina se vea azotada hoy por una profunda inestabilidad.

BEGUIN, MAESTRO DE TERRORISTAS

No menos controvertida es la figura de otro “luchador por la paz”, esta vez del bando contrario: el israelí Menahem Beguin. Compartió el Nobel de la Paz con el egipcio Anwar El Sadat por los acuerdos de Camp David (1977), bajo los auspicios del presidente norteamericano Carter. Se trató, sin duda, de uno de los más notorios esfuerzos por la concordia en Oriente Medio. Pero Beguin el pacificador era, a la vez, uno de los máximos instigadores del terrorismo moderno.

Nacido en 1913, llegó a dirigir el grupo terrorista Irgún, a partir de 1944, después de luchar en el Ejército polaco. El fin (la creación de Israel) justificaba los medios (el asesinato). Éste era el credo de Beguin. Su más celebre fechoría fue la voladura del hotel Rey David de Jerusalén, en 1946, llevándose por delante a más de 80 personas.

Beguin justificó la acción del Irgún alegando que quería destruir archivos secretos británicos y que se había avisado previamente. Pero como se demostró después, el aviso llegó al hotel sólo dos minutos antes de la explosión.

El atentado de Beguin marcaría la pauta terrorista de las décadas siguientes. A organizaciones hebreas… pero también a palestinas. Como subraya el historiador Paul Johnson, los primeros en imitar las nuevas técnicas serían los árabes: la OLP fue “un hijo ilegítimo del Irgún”.

Reconvertido en político, Menahem Beguin contribuyó a la paz de Camp David. Pero muchos se escandalizaron porque, a pesar de todo, el primer ministro israelí ganara el Nobel de la Paz teniendo las manos manchadas de sangre. Beguin no pudo librarse nunca de la maldición de la violencia.

El tratado egipcio-israelí llevó directamente a la guerra civil en Líbano, desencadenada por la OLP y ampliada por la intervención de Siria. La responsabilidad por las matanzas de Sabra y Chatila, campamentos de refugiados palestinos, ejecutadas en 1982 por milicias cristianas con la colaboración de las baterías israelíes, terminó salpicando a Beguin.

A raíz de la masacre, dimitió el entonces titular de Defensa, Ariel Sharon, y también cayó el Gabinete de Beguin. Éste pasó sus últimos años retirado, en un semiostracismo de lujo. A solas con sus remordimientos… y su Premio Nobel.

LA “FIBRA MORAL” CUESTIONABLE

Es innegable que Mary Robinson, distinguida con el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, es una luchadora, con una trayectoria ejemplar… pero sólo en ciertos aspectos.

Nacida en Irlanda en 1944, fue la primera diplomada católica del Trinity College que ocupó escaño en la cámara alta del Parlamento irlandés. Fue pionera en la lucha contra la legislación discriminatoria para la mujer. Desde la presidencia de Eire y la Comisión de Derechos Humanos de la ONU se ha dedicado a fustigar a Rusia, por la guerra de Chechenia; a Pekín, por la violación de derechos humanos; a EE UU por los bombardeos contra Serbia para obligarle a abandonar Kosovo; y en general, a Gobiernos y líderes políticos por alentar el racismo y permitir la corrupción.

El contrapunto de tan encomiable perfil es su apuesta por la cultura de la muerte. Luchó por quitar de la Constitución irlandesa el punto que recoge el derecho a la vida y por ampliar los supuestos de aborto. Desde su puesto en la ONU, presionó a los Gobiernos para que aceptaran los “derechos reproductivos”, eufemismo para extender el aborto y la esterilización.

Un estilo de ingeniería social y de eugenesia, de corte poco democrático, en el que Robinson contó con el apoyo de la noruega Gro Harlem Brundtland y de Nafik Sadis, responsable del Fondo de Naciones Unidas para la Población.

Otorgar a Mary Robinson, con tan sui generis trayectoria, el premio de Ciencias Sociales por su “fibra moral” resulta, cuando menos, llamativo.

DURANTY: PULITZER…Y MENTIROSO

No sólo los violentos o los políticos polémicos han obtenido premios de prestigio con dudoso merecimiento. También los mentirosos han podido ser galardonados, incluso con distinciones cuya razón de ser era… la verdad. Por ejemplo, el Premio Pulitzer de Periodismo.

Aunque no es el único, uno de los fiascos más sonados fue el del periodista angloamericano Walter Duranty, premio Pulitzer en 1932 por una serie de reportajes sobre la Rusia estalinista que falseaban la realidad.

Nacido en Liverpool (Inglaterra) en 1884, Duranty llegó a ser un reputado periodista, que se especializó en la URSS, donde vivió durante 12 años. Siendo corresponsal de The New York Times, escribió una serie de reportajes sobre los planes quinquenales de Stalin que edulcoraban una situación bastante más cruda.

El periodista ganó el Pulitzer y, posteriormente, se descubrió que había mentido. En concreto, había dicho que la hambruna que se llevó por delante a centenares de miles de personas en Ucrania, durante los años 1932 y 1933, era una exageración.

Sin embargo, el propio Duranty reconoció en privado que el hambre acabó con 10 millones de personas en toda la URSS. El corresponsal ofrecía al mundo, desde las páginas de The New York Times, una imagen de la Rusia soviética que nada tenía que ver con la realidad.

Un ilustre colega suyo, el escritor Malcolm Muggeridge, corresponsal de The Manchester Guardian en Ucrania, dijo que Duranty era “el periodista más mentiroso que había conocido nunca”.

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