`Txapote´, la mirada del mal

(PD).- De sus manos asesinas salieron los disparos que arrebataron la vida a Miguel Ángel Blanco. El enjuiciamiento de uno de los etarras más sanguinarios ha vuelto ha recordar que la sangre de las víctimas no puede ser en vano.

Su último disparo se disfrazó de sonrisa maquiavélica y gesto pendenciero. De una mirada manchada de sangre que dirigió hacia Mari Mar, hermana de Miguel Ángel Blanco, en un intento por demostrar que ni se rinde ni se arrepiente. Así lo escribe María Rojo de la revista Época.

Con este aire provocador y cargado de odio entraba en la Sección Primera de la Audiencia Nacional Francisco Javier García Gaztelu. O lo que es lo mismo, Txapote, uno de los etarras más sanguinarios de todos los tiempos y que ha sido procesado por el secuestro y asesinato que conmovió a toda España en 1997. Nueve años después, Miguel Ángel ha vuelto a erigirse en el símbolo de la democracia y la resistencia. Un joven concejal del PP de Ermua que dio su vida a los 29 años por no ceder al chantaje etarra.

Una muerte que hizo salir a la calle a millones de personas que al unísono decían no, durante 48 horas de agonía y angustia que fundieron a la sociedad en un canto único por la paz, la dignidad y la justicia. Una voz que Txapote intentó acallar con dos disparos secos en la cabeza de Miguel Ángel el 12 de julio de 1997. Pero mientras su vida se desvanecía lentamente, nacía el espíritu de Ermua. Más alto, más fuerte, dispuesto a no olvidar. Mari Mar así se lo prometió a su hermano en la tumba: “Contigo han podido, pero conmigo no, y voy a seguir trabajando para que tu memoria, tu trabajo, tu dignidad nunca caigan por los suelos”.

Y por eso, en la mañana en que García Gaztelu afrontaba su primer día de juicio por la muerte de Miguel Ángel Blanco, Mari Mar, quien reconoce sentir “muchísima rabia y odio”, y su madre, Consuelo, le aguantaron la mirada. Serenas y valientes, se enjugaban las lágrimas en un pañuelo de esperanza.

Junto a Txapote, enfrentándose al jurado, Irantzu Gallastegi, Amaia, su compañera sentimental y nieta de Eli Gallastegui, Gudari, fundador de Jagi-Jagi, un grupúsculo fundamentalista surgido de las juventudes del PNV.

Y en la puerta de la Audiencia Nacional, “la generación de Miguel Ángel”. Una nutrida representación de Nuevas Generaciones (NN GG) del PP del País Vasco, a las que pertenecía Blanco, se amontonaba en la acera de la calle Génova para rendir homenaje a su mártir. Un héroe al que recordaban a la luz de las velas colocadas en el asfalto de Madrid.

Miguel Ángel Fernández, presidente de las NN GG vascas, cree que era necesario “rendir un homenaje a Miguel Ángel y a su familia” y pedir “que se haga justicia”.

La paz y el silencio con que los jóvenes populares (apoyados por la Asociación de Víctimas del Terrorismo, Dignidad y Justicia, y el Foro de Ermua) pretendían protestar no se pudo mantener ante la llegada de indignados ciudadanos. Los gritos se apoderaron de la calle: “Libertad”, “Asesinos”, “Vascos sí, ETA no”, “Justicia”, “Viva España”, “Negociación, en mi nombre no”, fueron algunas de las proclamas que se escucharon.

La indignación y la impotencia en la calle eran evidentes antes del inicio del juicio a Gaztelu y Gallastegui. Los dos terroristas, pertenecientes al comando Donosti, eran los únicos etarras que aún no habían sido procesados por este acto terrorista. El fallecido José Luis Geresta Múgica y el ex concejal de HB Ibon Muñoa Artizmendarrieta, condenado en ocutbre de 2003 a 33 años de cárcel como cómplice de los hechos, fueron los otros dos etarras que participaron en el crimen.

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