Otra vez

A Valencia se le han abierto las carnes sólo unos días antes de que el Papa aterrice en la ciudad. No sé cuántas decenas de cadáveres apiladas de nuevo en las aceras de nuestras calles. Antes fueron unos fanáticos, unos adictos al terror. Hoy un despiste; o por un error. Por una competición lastimosa. O dejadez, da igual. Otra vez es la funesta España. La tragedia de Valencia es horrible. La pesadumbre de unas gentes que suscitan piedad, que nos conmueven a todos. Otra vez. Y de nuevo la angustia de la existencia; de la precariedad de la vida; incluso de la adversidad del destino humano. Otra vez.

Todavía los cuerpos de 41 personas muertas rezuman en alguna morgue expectante o montada al efecto. Éstos han dejado de ser por el descarrilamiento de dos vagones del metro de Valencia. Simplemente. La causa de la desgracia: el exceso de velocidad o una avería en una rueda. No sé. El efecto, otra vez el mismo; puñados de personas hechas cadáveres. Otra vez.

Desde el alba, en Herrera en la Onda, sin Carlos Herrera en los micrófonos de Ondacero, se oía el réquiem del locutor que hace sus veces. La radio toda entonaba su composición especial de misa de difuntos.

Y en esta jornada, estamos con Valencia en esa tragedia que deja 41 vidas perdidas en un accidente de metro y más de 47 heridos, según la última hora que nos dejaba el Consejero de Sanidad. 11 de ellos permancen ingresados, 4 graves y 2 en estado crítico. Un accidente en la línea 1. Es el accidente más grave en el metro en nuestro país. Más duro, si cabe, en una ciudad que estaba engalanada y que estaba preparada, y que sigue estando preparada, para la visita del Papa Benedicto XVI.

El fin de semana Benedicto XVI vendrá a Valencia a clausurar el Quinto Encuentro Mundial de las Familias. Se va a dar con una ciudad destrozada moralmente que le espera más que ayer. Más que nunca. Y los gritos desgarrados de ahora se habrán transformado para entonces en un desquiciante silencio de vivos rotos, de almas muertas que callarán “un silencio que es un grito hacia Dios”. Y el Papa volverá a bajar la cabeza y cerrará los ojos para ver el Cielo y apretará los labios para preguntarse de nuevo, otra vez, “¿Cómo, Señor, pudiste tolerar todo esto?”

Descansen en paz.

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