Irene Villa, por el derecho a dar un paso y luego otro

(PD).- Toda España fue testigo del atentado en el que perdió las piernas. Quince años después, es una de las más duras opositoras a la política de rendición con ETA.

La bomba colocada en los bajos del coche de su madre -otoño, 1991- le arrebató las piernas y tres dedos de una mano. Pero de lo que no fue capaz ETA fue de robarle a aquella colegiala sus ganas de vivir, según escribe Gonzalo Altozano en Época.

Es verdad que el atentado hizo de ella una chica “distinta”: tuvo que aprender a andar de nuevo ayudada por incomodísimas prótesis; en un viaje a Disneylandia disfrutó más la ausencia de barreras arquitectónicas que las atracciones; y hubo de olvidarse de llevar a su equipo de baloncesto, Las Vikingas, a la final del campeonato. Pero a pocas cosas más le dio la gana renunciar.

A sus 28 años, Irene se ha enamorado y desenamorado, ha montado en globo y aprendido a esquiar, viajado por el mundo y completado tres licenciaturas, ninguna de ellas en la Universidad del País Vasco, conque su esfuerzo le ha costado.

Su aventura vital queda consignada en un libro, Saber que se puede, cuya autora es la propia Irene; libro que no puede faltar en la biblioteca de los amigos de la literatura de autoayuda y que da testimonio de su fenomenal humor: recordando el atentado, cuenta cómo fue ingresada en el hospital con trozos de cintas de los Beatles incrustadas en el trasero, y para poner banda sonora a la escena elige esta estrofa de John Lennon: “Imagine all the people/ living life in peace”.

Uno de los capítulos se titula “Pesadillas premonitorias”. En él, Irene cuenta cómo días antes de la fecha fatal soñó con unos horribles hombres de negro y sin rostro que la descuartizaban a ella y a su madre con una sierra eléctrica.

No dice que llevaran distintivos con hachas y serpientes, pero se lee entre líneas. Lo que ni en sus peores sueños pudo imaginar es que 15 años después del atentado y ante las fundadas sospechas de una negociación entre el Gobierno y ETA, su madre le pediría a un presidente democrático que se pusiera en su lugar y éste le respondería: “Ya lo estoy porque a mí me han matado a mi abuelo”; o que mientras era sometida en Suecia a una dolorosísima intervención que le prolongaría el fémur con una barra de titanio en la que encajaría su nueva pierna ortopédica, ese mismo presidente anunciaría en el Congreso su disposición al “máximo diálogo” con ETA; o que uno de los interlocutores de la banda con el Gobierno sería Rufino Etxebarria, promotor número uno de la “socialización del sufrimiento”.

Mientras bajo la mesa batasunos y socialistas negociaban las charlotadas que le volaron de la chapela a Sabino Arana hace más de un siglo, en un quirófano de Gotemburgo Irene Villa reivindicaba –la feliz expresión que sigue es de la periodista de El Mundo Ana María Ortiz- su “derecho a dar un paso tras otro”. Que aún quedan muchas marchas por la Memoria, la Dignidad y la Justicia.

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