ABC le sacude la badana a Pedrojota y Losantos

Elena de Regoyos (Periodista Digital).´En respuesta al maquiavélico plan de Pedrojota Ramírez y Federico Jiménez Losantos para acabar con ABC, puesto en marcha con furia desde esta misma semana, ABC contesta este viernes en su editorial. Si los dos primeros no pueden presumir precisamente de elegancia en la lucha por los lectores de centroderecha, el diario de Vocento les da una clase magistral de buen hacer editorial.

Desde el centenario periódico que dirige José Antonio Zarzalejos se contesta este viernes a sus conspiradores rivales:

ABC, Jiménez y Ramírez

A tenor de la insistencia vitriólica y difamatoria con la que, desde la cadena episcopal, Cope, tanto Federico Jiménez como el director de «El Mundo», Pedro José Ramírez, se ocupan de los editoriales e informaciones de ABC, como ayer se pudo comprobar, habrá que deducir que atribuyen a nuestro periódico -como no podía ser de otra manera- una extraordinaria importancia en términos de audiencia, difusión e influencia. O en otras palabras: saben -y de ahí la perseverancia en el ataque falsario- que este periódico es el auténtico referente de una serie de valores que ellos están lejos de encarnar por mucho que lo pretendan. Propalan ser lo que no son ni serán nunca -algo así como el guión mediático de la derecha-, haciendo bueno el refrán español según el cual «dime de qué presumes y te diré de lo que careces».

Jiménez y Ramírez, al alimón, han planteado una doble operación de marchamo comercial y político -en ningún caso editorial- que consiste en construir sobre testimonios de delincuentes -pagados o no- y fabulaciones contradictorias con las investigaciones policiales una tesis conspirativa en torno a los atentados terroristas del 11-M. Con esta teoría inverosímil y que la investigación policial y judicial desmiente de manera rotunda, ambos -Jiménez y Ramírez- tratan de capturar la voluntad colectiva del Partido Popular, procurando así restringir su margen de maniobra opositora al Gobierno de Rodríguez Zapatero, al mismo tiempo que, desde un acendrado sensacionalismo, han creado un nuevo sector que en España no existía: el de los periódicos y radios de tonalidad amarilla. Nada podía convenir más a los intereses del socialismo zapaterista, que, como bien es sabido, camufla sus errores y sectarismos en el «ruido» que propician estos falsos divos de la vida pública española.

Sin embargo, toda esta estrategia les falla por un flanco esencial: ABC no se suma -ni se sumará- al debilitamiento de las instituciones del Estado democrático, ni perjudicará la causa del centro derecha -del Partido Popular- restringiendo su autonomía en el ejercicio de la oposición al Ejecutivo. ABC no sólo no descalificará al jefe de la oposición con insultos tales como «maricomplejines», ni acusará al alcalde popular -o de cualquier otro partido- de Madrid de erigir su trayectoria política sobre los 191 cadáveres del 11-M; tampoco motejará de «criptonacionalista» al dirigente del PP en Cataluña; ni atacará a Su Majestad el Rey ni a los Príncipes de Asturias; tampoco regalará su portada a presuntos delincuentes que atribuyen a las Fuerzas de Seguridad del Estado la comisión de «un golpe de Estado».

ABC -como lo ha venido haciendo desde su fundación- reclamará la verdad y la buscará; discrepará y lo hará salvando la dignidad de las personas; se opondrá a muchas de las decisiones del Gobierno socialista, pero sin negarle la legitimidad del ejercicio de sus funciones; mantendrá -como siempre- la defensa de la Nación española y el apoyo sin fisuras a la monarquía parlamentaria; fomentará los valores cristianos en la sociedad y apostará de forma constante y sin sectarismo por la excelencia de la cultura allá donde se encuentre. Por lo tanto, ABC nunca estará con prácticas periodísticas como las de Jiménez y Ramírez por más que desde los micrófonos de uno -cuya propiedad es episcopal- y desde las páginas del otro se urdan estrategias de amedrentamiento que, si efectivas con no pocos políticos, algunos empresarios y, lamentablemente, abundantes colegas en la profesión periodística, en ABC ni han hecho, ni hacen ni harán mella.

Este periódico, editado por Vocento, es depositario de una larga tradición de decencia de la que no vamos a abdicar. Comprendemos que esta firme disposición de autonomía editorial, defensa del Estado y de sus instituciones y promoción de los legítimos intereses del centro y la derecha democrática española irriten a medios y personas para los que ABC se ha convertido en una auténtica obsesión. Lo seguirá siendo porque, apreciando y mucho la leal competencia y el bien entendido compañerismo, cuando una y otra se desprecian, lo que procede es poner pies en pared ante unas prácticas que desfiguran hasta la caricatura el recto ejercicio del periodismo.

Tan grave impostura -que incluye por Jiménez y Ramírez la difamación a este periódico- compromete a ABC a situarse de forma explícita y denunciatoria en el terreno de la defensa del Estado democrático, de los auténticos intereses de la Nación, de la autonomía absoluta del Partido Popular en el respeto a todos sus líderes leales con el proyecto político que esta organización encarna bajo la dirección de Mariano Rajoy y de nuestra independencia editorial e informativa. Así lo decimos -por si tenían alguna duda- y así lo hacemos y lo haremos. Y que cada cual, editores incluidos, asuma sus propias responsabilidades, tanto por lo que dice como por lo que calla y, sobre todo, por lo que manipula.

CONSPIRACIÓN SÍ, CONSPIRACIÓN NO

Al margen -o no tanto- de la trama conspirativa de Pedrojota y Losantos contra ABC, las elucubraciones sobre el 11-M siguen dando qué hablar en la prensa española.

Antonio Camacho, en una interesantísima Tercera en ABC, plantea su teoría de que la recuperación de las dicusiones sobre el 11-M es una clara maniobra «del pragmatismo oportunista de cierto periodismo» para echar a Mariano Rajoy de la presidencia del Partido Popular.

Lo argumenta así en su artículo titulado «11-m: esoterismo y política»:

La existencia de numerosas grietas en la investigación y el sumario de los atentados del 11-M, sumada a un comprensible deseo de revancha moral por parte de los protagonistas políticos de aquellos días aciagos, ha creado un clima propicio para el desarrollo de diversas teorías conspirativas que siempre encuentran, en internet o en algunos medios de comunicación, campo abierto para su expansión en una atmósfera crispada y deshabitada de racionalidades.

Cualquier agitador poco escrupuloso tiene a su alcance el manejo de indicios, pistas o barruntos con un seguro éxito comercial favorecido por el auge de lo esotérico en la fenomenología de la cultura de masas. A partir de ahí, cada cual puede configurar su propia composición intelectual o moral: desde la simple, razonable y necesaria duda hasta la autoconvicción de un golpe de Estado tramado por ETA y Zapatero como paso previo a la infamia de una acordada rendición del Estado ante los terroristas.

Tesis esta que, por escalofriante que parezca, puede encontrarse sin asomo de anestesia dialéctica en algunos foros virtuales entregados al furor conspirativo bajo la muy esotérica envoltura de una siniestra y bergmaniana partida de ajedrez del Bien contra las Sombras.

Secuestrada y arrastrada por el discurso radical de algunos fanáticos, el pragmatismo oportunista de cierto periodismo y la ambición de poder manifiesta en miembros de su propio elenco, la dirección del Partido Popular ha permitido que se le impongan desde fuera las líneas de una acción política que le conduce inexorablemente a un nuevo fracaso electoral.

El horizonte de esa estrategia es la sustitución del líder del PP, Mariano Rajoy, mediante la inducción de su derrota. Quienes mueven los hilos de la estrategia parlamentaria de la oposición, ante la acomodada pasividad de Rajoy, son tan conscientes como debería serlo el propio afectado de que las encuestas insisten con terca recurrencia en que la agitación retrospectiva de esas aguas conduce al electorado español a una polarización idéntica a la de los días oscuros del 11 y el 14-M, la de las horas amargas de los titubeantes corbatas negras y la crepitación turbulenta de los sms.

Ése es el peor escenario para un PP que ha podido, no sin esfuerzo ni sufrimiento, remontar con paciencia y tesón la catástrofe de aquella sacudida demoledora. Y se trata, precisamente, de eso: de provocar una catarsis interna que acabe con un liderazgo transitorio que quizá hasta el propio José María Aznar considere ya amortizado.

El Partido Demócrata de los Estados Unidos jamás habría podido volver al poder si hubiese reaccionado como el PP tras el asesinato de Kennedy, cuyas borrosas circunstancias han alimentado con severos motivos la teoría de la conspiración más célebre de la Historia moderna. Pero los demócratas miraron hacia delante y no permitieron que su política se empantanara en la ciénaga paranoica.

Sea por los motivos que plantea Camacho en su Tercera, o porque el 11-M ha vuelto al candelero, El Mundo y El País insisten en sus editoriales o páginas interiores en sus propias teorías.

El País, empeñado en desmontar la versión de El Mundo, dedica una página completa a desgranar «Las seis versiones de Trashorras» para concluir que

En esas seis declaraciones, cuatro de ellas ante el juez, una en forma de carta manuscrita y la última en una entrevista que concedió a El Mundo, cambia su versión de los hechos hasta presentar relatos radicalmente contradictorios.

Pese a ello, el PP, a través de su investigador del atentado, el diputado popular Jaime Ignacio del Burgo, se ha quedado con la última versión facilitada en la entrevista publicada por El Mundo y acusa a un policía de conocer previamente a los atentados el tráfico de explosivos.

En estos cinco bloques desmonta, con sus propias contradicciones, la versión del minero:

-EXPLOSIVOS ¿Goma 2 o escombros?
-TERRORISTAS Islamistas… o no
-CONFIDENTE Avisos de hachís o dinamita
-EL ATENTADO Sospechas
-EL POLICÍA Honrado funcionario o potencial asesino

Todo lo contrario, El Mundo está encantado con la declaración en los micrófonos de la COPE de Agustín Díaz de Mera. Y exige en su editorial a Rubalcaba que aclare si éste dice o no la verdad:

«Rubalcaba debe aclarar si Díaz de Mera dice la verdad» (€):

Rubalcaba tiene la obligación moral y política de esclarecer este asunto, lo que requiere una explicación pública sobre la existencia de ese informe. Solamente hay dos posibilidades. La primera es que Díaz de Mera haya dicho la verdad. Si es así, Rubalcaba debería recuperar ese trabajo y entregárselo inmediatamente al juez. Y también debería justificar por qué ese documento no ha sido remitido a Del Olmo.

La segunda alternativa es que el ex director general de la Policía esté equivocado.

Pero no da muchas opciones a esta segunda opción:

Estamos convencidos, por su trayectoria y por su personalidad, de que Díaz de Mera no habla a humo de pajas, por lo que corresponde ahora a Rubalcaba esa explicación clara y sin equívocos a la opinión pública.

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