Y Camacho cogió su pluma y puso a Blair en su sitio

(PD).- Ignacio Camacho, desde su espacio en las páginas de Opinión de ABC, se ha convertido en la gran estrella del columnismo español. Es el más citado en las tertulias y el más leído. Buena prueba de ello es su pieza de este miércoles, titulada «El Gilipollas», en la que pone a Blair, pero sobre todo a su ahora amigo Zapatero, en su sitio.

Es lo que tiene la política, que hoy le llamas a uno «gilipollas» y mañana, si te conviene, te haces la foto con él. Ahí está el electorado después para decidir si considera al político que practica esta «diplomacia» la persona más adecuada para gobernar un país.

El gilipollas

Este Tony Blair junto al que se retrata con arrobo el presidente Míster Sonrisa, ¿no era el mismo que se hizo la foto de las Azores con Bush y Aznar? ¿No era el odioso izquierdista arrepentido que ejercía de lacayo del Imperio en sus mentiras sobre las armas de destrucción masiva? ¿No era el jocoso comensal que en las sobremesas de Moncloa se burlaba con el Hombre del Bigote de las masivas manifestaciones de rechazo a la guerra de Irak? ¿No era éste, en fin, el tipo al que el primer ministro de Defensa de este Gobierno, José Bono, trató delicadamente con un calificativo muy apropiado? ¿Cómo fue aquello que dijo Bono? Ah sí, ya recuerdo: «Este Blair es un poco gilipollas…»

Pues he aquí al gilipollas en cuestión, el amigo de Aznar, el mamporrero de Bush, convertido en mentor y consejero del «proceso de paz». Misterios de la política: ¿cómo puede dar consejos sobre la paz un adalid de la guerra? Ah, es que se trata de otra guerra. Y, sobre todo, se trata de que el que lo recibe con su sonrisa desplegada no es ya el líder que estaba detrás de las pancartas callejeras cuando Blair se reía de ellas en un comedor privado de Moncloa, sino el que aprieta el botón del timbre de ese comedor para que un camarero de uniforme sirva el café. Salto cualitativo esencial, desde cuya nueva perspectiva el antiguo paje imperialista se transforma en el Príncipe de Stormont que ilumina el camino para acabar con el terrorismo. No, no es doble rasero. Es doble moral, o más bien una moral política dobladiza que se pliega justo por el filo del poder.

Sentado ese pragmático principio, el primer ministro británico se alza como avalista de la negociación con ETA y asesora a Zapatero sobre los delicados pasos que requiere un baile tan peligroso. Recordemos los que él dio en Irlanda:
1. Se negó a sentarse con los bandos en conflicto (dos, enfrentados entre sí) mientras continuase la violencia.
2. Concedió como máximo precio de la paz una autonomía inferior a la que el País Vasco posee desde hace más de un cuarto de siglo.
3. Practicó excarcelaciones a cuentagotas, y siempre que los presos beneficiados pidiesen perdón y abjurasen en público de la violencia.
4. Se reservó el poder de volver a encarcelar a quienes incumpliesen su compromiso.
Y 5. Suspendió a la mínima contrariedad la precaria autonomía del Ulster, hasta hoy. Todo ello, con el respaldo de la oposición.

A ese proceso se apuntarían muchos españoles, pero es dudoso que ETA lo aceptara. Por tanto, el consejo de Blair será más bien una oferta de mediación, que quizá ya lleve tiempo produciéndose. Y la foto conjunta, un respaldo a la internacionalización que tanto han perseguido los batasunos y sus siniestros mentores. A Blair, claro, eso le da igual. Él ya ha triunfado, está de retirada y quizás en su cordial media sonrisa brille un rictus de silenciosa revancha. El «gilipollas» de la guerra ha vuelto bajo palio como Príncipe de la Paz

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