El cierre del Diario Málaga y el asesinato de la periodista Anna Politkóvskaya representan el momento de crisis que vive un sector y un oficio en peligro de extinción. Es la idea central sobre la que pivota el análisis del periodista Guillermo Busutil ha realizado en su columna de La Opinión de Málaga y que, por su interés, reproducimos a continuación.
Cuando un periódico desaparece y un periodista es asesinado, a la sociedad se le cierra una ventana a la información y a la libertad se le corta una rama de expresión intrépida y denunciante. Sin embargo, nadie se preocupa de que un medio de comunicación chape sus páginas sin pagarle al personal o de que a una periodista audaz la silencien para que no incordie a un gobierno ni desvele qué hay detrás de la realidad prefabricada y establecida.
Tampoco el gremio periodístico, que anda a diario denunciando tropelías y contando injusticias ajenas, va más allá del minuto de silencio o del manifiesto testimonial contra los asesinos o la precariedad laboral.
Y mucho menos contra el sistema que, como señaló hace tiempo Ignacio Ramonet, ha convertido a los periodistas en obreros de una cadena de montaje de la que se excluyen, cada vez más, a los profesionales con conciencia de las cosas y una mirada perceptiva e imparcial para cuestionar las versiones oficiales y ayudar al lector a entender los acontecimientos y a formarse su propio criterio.
Valores del periodismo cuya pérdida fue causada por el valor mercantil de la información, por el mercadeo que eso conlleva y por el retroceso de un oficio insumiso e indagatorio frente al avance de opciones periodísticas que van desde una aceptable labor de efecto placebo y el aire funcionarial hasta la postura camaleónica con el poder del turno y la práctica extorsionadora en beneficio de intereses personales o sectarios.
Todo ello provocó hace años la pérdida de identidad del oficio, la disminución de la calidad, que cualquiera se considere periodista y que, a pesar de la abundancia informativa, ocurra igual que en el XIX.
Es decir, que exista una enorme confusión entre información y propaganda, además de una excesiva dependencia de la cuenta de resultados. De hecho en aquel siglo, prorrogado en el que ahora vivimos, triunfó un personaje como August Zang, director del diario vienés Neue Freie, quién se jactaba de no haber publicado nunca una línea que no estuviese pagada.
Lo mismo que dos periódicos de Berlín y Viena, El Futuro de Maximialiam Harden y La Antorcha de Kart Graus, tuvieron gran repercusión por ejercer un contradiscurso al poder oficial.
Por otra parte, el auge de los medios digitales y la expansión de la prensa gratuita parecen haber desatado una crisis en la profesión. La cual no es tan preocupante, considerando que las ediciones on line cobran el acceso y que los gratuitos generan un público distinto que consume entretenimiento fast press pero no información analizada y contextualizada.
Otra cosa es que los lectores más exigentes le den la espalda a los medios que prefieren transmitir una visión parcial y rutinaria, en lugar de ofrecer una información lo más completa posible, veraz y reflexiva.
Por todo esto, mientras las empresas del gremio no recuperen el antiguo espíritu de la calidad y la credibilidad, seguirá disminuyendo el número de lectores, continuará empobreciéndose la sociedad de la información, se cerrarán más periódicos y muchos acudirán a los blogs para decir o saber qué hay detrás de las noticias prét-a-porter.
Aún así, la salud del periodismo no depende de que nos adaptemos a nuevos medios de comunicación, de los recursos económicos ni de que se derribe a un gobierno o a un político, sino del buen hacer de un oficio que consiste en mirar, explorar, analizar y contar con libertad, criterio y creatividad.
