Los asesinatos secretos de ETA

Los asesinatos secretos de ETA

Juan C. Osta (Periodista Digital).- Ahora, cuando Zapatero presenta en sociedad a un De Juana Chaos «partidario del proceso» y el socialista Patxi López califica al batasuno Otegui como «hombre de paz», quizá ´duela recordar los asesinatos secretos que hay en el sangriento historial de ETA. La misma ETA con la que se quiere negociar, esa de la que son parte De Juana y Otegui, tiene en su haber unos cuantos crímenes horribles, nunca confesados. El más doloroso, el de los tres jóvenes gallegos que pasaron «al otro lado» para ver ‘El último tango en París’ y nunca volvieron.

Corría la primavera de 1973, cuando tres jóvenes decidieron pasar a Francia para ver la última de Bernardo Bertolucci. ‘El último tango en París’ había sido prohibida por la censura franquista porque contenía una escena en la que los protagonistas, Marlon Brando y Maria Schneider, aparecían desnudos. Esto provocó un ascenso del turismo cinematogrífico a Francia procedente de una España a punto de comenzar a dar sus primeros pasos democráticos.

Fue un 24 de marzo de 1973, sábado, según publican J. M. Calleja e I. Sánchez-Cuenca en El País, cuando los tres jóvenes decidieron pasar «al otro lado» -así se le decía a viajar a Francia en el País Vasco- para ver la famosa cinta. Eran José Humberto Fouz Escobero, de 29 años; Jorge Juan García Carneiro, de 23, y Fernando Quiroga Veiga, de 25. No volvieron.

¿QUÉ LES PASÓ A LOS TRES JÓVENES CORUÑESES?

El caso de estos tres jóvenes españoles es uno de los secretos mejor guardados por la organización terrorista ETA, que todavía hoy no se ha responsabilizado de los tres asesinatos ni ha emitido comunicado alguno.

Los hechos ocurrieron como sigue. Los tres jóvenes comieron el sábado 24 de marzo de 1973 en Irún. Desde allí se desplazaron a Hendaya o San Juan de Luz, al cine.

A la vuelta, en el lado izquierdo de la carretera que serpentea desde San Juan de Luz a la frontera, los chicos vislumbran las luces parpadeantes de una discoteca. Uno de esos antros de atmósfera densa, donde se puede tomar una copa, escuchar música y ver cimbrearse a alguna mujer de falda corta y ropa apretada.

Los gallegos se acodan en la barra y comentan algunas de las ardientes escenas vistas en el cine un rato antes. Suben el tono, se ríen e intercambian bromas, ignorantes de que en una esquina, parapetados tras unos vasos de güisqui, varios pares de ojos les observan.Uno de los que mira, el más excitado por el alcohol, es Tomás Pérez Revilla, gerifalte de ETA.

Con él hay otros cuatro que mascullan refiriéndose a los gallegos palabras como «hijos de puta», «cabrones» o «txakurras». Pérez Revilla y sus compinches se convencen de que los de la barra son policías camuflados y urden a toda prisa un plan.

Media hora después, cuando los gallegos salen al oscuro aparcamiento, justo cuando están a punto de encaramarse al Austin 1300 en que salieron de España, los cinco etarras los interceptan a punta de pistola. Al ver el arma, dos de los gallegos se quedan estupefactos.Humberto, el mayor, se yergue peleón pero antes de que pueda mover un dedo recibe un tremendo botellazo en el cráneo.

Los etarras amarran a la espalda las manos de sus prisioneros, incluidas las del malherido Humberto. Los introducen a empellones en el maletero y parten con ellos, usando el Austin y su propio vehículo. Enfilan hacia Saint Palais, en pleno corazón del País Vasco francés, a medio centenar de kilómetros de distancia.

Allí, protegidos por sus cofrades de Iparraterrak y amparados por la simpatía que despertaba la oposición a Franco, los etarras tienen una estructura que permite albergar, dar trabajo y hasta entrenar a los que salen de España para integrarse en la banda o huyen de la policía. El centro del entramado es un vivero al que los lugareños llaman La Serra, donde en los momentos álgidos labora hasta una treintena de personas.

Es en el vivero, en uno de los barracones, entre tenazas de podar, martillos, carretillas y aperos de labranza, donde Pérez Revilla y sus colegas inician el interrogatorio. La tortura se prolonga hasta el amanecer.

Al cabo de una noche agónica, en la que lo único que logran arrancar de la boca de sus cautivos son gemidos, gotas de sangre, dientes y la desnuda verdad, Pérez Revilla y los suyos comienzan a sospechar que se han equivocado. No han capturado a unos policías, enviados desde España para husmear en el santuario etarra. Aquellos tres seres hechos pedazos no son agentes camuflados. Se trata quizá, como los muchachos han jurado desde el primer momento, de simples emigrantes gallegos.

El grupo de asesinos, torturadores y secuestradores estaba comandado por Tomás Pérez Revilla, asesinado en 1984 por los GAL, junto a Manuel Murua Alberdi, alias El Casero; Ceferino Arévalo Imaz, alias El Ruso; Jesús de la Fuente Iruretagoyena, alias Basakarte,; Prudencio Sudupe Azkune, alias Pruden, y Sabino Atxalandabaso Barandika, alias Sabin.

«Una granja en la localidad francesa de Saint-Palais y un nombre, el del ex etarra Manuel Murua, son las pocas referencias que existen para tratar de saber dónde están los cadáveres de estos tres españoles desaparecidos hace más de treinta años.»

Hoy, 33 años después, un juez de San Sebastián ha decidido reabrir el sumario para investigar el secuestro, tortura, muerte y desaparición de los tres jóvenes gallegos.

OTROS ASESINATOS SECRETOS DE LA BANDA TERRORISTA

No ha habido muchos otros casos de desaparición de las víctimas en la historia de ETA. El 4 de abril de 1976, ETA ocultó los cuerpos de los policías José Luis Martínez Martínez y Jesús María González Ituero.

Los otros episodios corresponden a ajustes de cuentas en el seno de la propia organización terrorista. «Son crímenes que revelan luchas internas, ambiciones desmedidas y represión brutal en el interior de la organización. Los terroristas consideraron que era necesario ocultar esas historias.» Ahí hay que encajar el asesinato de Eduardo Moreno, Pertur, y el de José Miguel Echevarría, Naparra.

La banda terrorista tampoco ha reconocido los 13 muertos de la calle Correo, el 13 de septiembre de 1974.

Hay otros casos de atentados no reconocidos cuando la organización terrorista comete «errores«. Así sucedió con el asesinato de otros tres jóvenes que ETA confundió con policías de paisano. Y lo mismo sucedió con Juan José Uriarte, un taxista vizcaíno de 41 años que cayó abatido por las balas el 18 de mayo de 1985. Enseguida se descubrió que Juan José Uriarte era primo del obispo de Bilbao, Juan María Uriarte.

Son los asesinatos ocultos de una banda terrorista que ahora se sienta con el Gobierno de España a negociar la deposición de las armas. La misma banda terrorista: ETA.

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