La Mesa adoctrina a una mapuche

El presidente de la temible Mesa pola Normalización Lingüística, Carlos Callón, compartió un rato con Celeste Carilao, representante del partido político de los amerindios mapuches, para asesorarla a potenciar un idioma «minorizado», que apenas hablan unas 100 mil personas en Chile y Argentina.

Con este adorable gesto multicultural la Mesa intenta disimular su imagen de organización sectaria y fanática asesorando a una mapuche en temas de revitalización lingúística. Sin embargo, no se nos escapa que, mientras la amerindia lucha porque la lengua de sus ancestros no desaparezca de la faz de la tierra, Callón y su tribu están empeñados en erradicar al castellano de Galicia. La amerindia resiste a un cambio ineluctable (los jóvenes sólo hablan la lengua mapuche por una cuestión de lealtad a sus ancestros, ya que se educan íntegramente en castellano). Por su parte, la Mesa, escudada en la Ley de Normalización Lingüística, lejos de querer proteger lo propio persigue lo ajeno, en este caso, a los castellanohablantes, con el fin de segregarlos.

Pero a los dos los une el odio a lo español. No deja de ser paradójico que para defender su postura apelen a la necesidad de resolver una «desigualdad social» cuando, sobre todo en tierras andinas, sus respectivas clientelas lingüísticas les recuerdan la amarga realidad de que si quieren prosperar deben dominar el castellano. Lo que para ellos es un chollo para sus rebaños es de lo más empobrecedor en términos de ascensión social.

Recuérdese las palabras del Servicio de Normalización Lingüística de la Universidad de Santiago promocionando como mérito preferente y muy por encima de los conocimientos de su materia o su formación profesional a los galegofalantes: «porque es el único medio de evitar la invasión de profesores venidos de fuera de Galicia». (Eduardo López Jamar, Por la normalización del español, Barcelona, 1997). El deseo de crear una justicia gallega por parte la Mesa nunca ha sido ocultado, al igual que sus embestidas contra el TSJG por su empleo del castellano.

En igualdad de oportunidades, un profesor de farmacia de Salamanca podría competir con otro de La Coruña por una plaza de profesor y esto es intolerable para la Mesa. Como muestra, un botón: en Galicia para abrir una farmacia la Secretaría Xeral de la Consellería de Sanidade puntúa un doctorado con dos un puntos y el conocimiento del gallego, con diez puntos. La mapuche se habrá llevado aprendida la lección de que el ideario del nacionalismo lingüístico no prospera bajo un régimen de libertades y de respeto por los derechos civiles. Por el contrario, es necesario una dosis de autoritarismo para recortar las atribuiciones de la lengua «extranjera» con el argumento de que, si por los hablantes fuera, abandonarían el mapuche o el gallego, para sólo hablar el español.

Aunque la foto con la mapuche nos remite como un acto reflejo a enaltecer la diversidad y el diálogo entre las culturas, Callón debe haber adoctrinado a la amerindia en que el objetivo de la Mesa no es potenciar la multiculturalidad sino mantener a la población castellanohablante en la marginalidad política y social. Si lo que pretende la representante mapuche es victimizar a las naciones opresoras con el objetivo de succionarle dinero público para fomentar la lengua indígena, no cabe duda que la Mesa será su mejor consejera.

Tampoco podemos dejarnos enternecer por los mapuches. El integrismo lingüístico, la anhelada conformación de una sociedad homogénea y segregada de ssu vecinas como diría Juan Ramón Lodares, también es propio de los araucanos. Tal es así que el líder mapuche rechazó la iniciativa de Microsoft de crear un sistema operativo Windows íntegramente en lengua mapuche por considerar que «daña la soberanía indígena». Es interesante porque ni los propios indios se ponen de acuerdo en cuál es el «verdadero» mapuche, una lengua con 9.000 años de historia, pero que su forma de escritura aún no supera los 500 años. Como diría Lodares, el integrismo «produce situaciones que van de lo cómico a los pasmoso». (Lengua y Patria, Taurus, 2001)

Es comprensible: como líder indígena su apelación al nacionalismo lingüístico no pretende proteger el idioma en sí -¡si ni siquiera lo pueden escribir!- sino que busca aislar a sus hablantes frente a un mundo cada vez más globalizado. Su poder se esfumaría si su servidumbre se entregara al mestizaje y abandonara los muros de la uniformidad a los que están sometidos. Ya se sabe que las sociedades cerradas y opresivas aborrecen la mezcla.

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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